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Pedagogía social como programa político

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Orteguiando con Oscar Varela

La Patria “es un dolor que nuestros ojos no aprenden a llorar”. Sentimos que es un pozo de errores y de dolores, y que por ello se nos convierte en un Problema: Algo que no debe ser cual es, sino que debe ser de otra manera. El dolor nos devuelve la realidad de nuestra tierra convertida en Problema, en tarea, y entonces nos hallamos convertidos en trabajadores para redimirla.

Hay dos maneras de patriotismo: es una, mirar la patria como la condensación del pasado y como el conjunto de las cosas gratas que el presente de la tierra en que nacemos nos ofrece. Las glorias más o menos legendarias de nuestra raza en tiempos pretéritos, la belleza del cielo, el garbo de las mujeres, la chispa de los hombres que hallamos en torno nuestro, la densidad trasparente de los vinos, la riqueza exuberante de las piedras minerales, la capacidad de hacer milagros de alguna Virgen, etc., etc., componen una masa de realidades, más o menos presuntas, que es para muchos la Patria.

Como se parte del supuesto de que todo eso es real, está ahí, no hay más que abrir los ojos para verlo, resulta que frente a esa noción de patria no queda al patriotismo más que hacer sino asentarse cómodamente y ponerse a gozar de tan deleitable panorama. Este es el patriotismo inactivo, espectacular, extático, en que el alma se dedica a la fruición de lo existente, de lo que un hado venturoso le puso delante.

Otra noción de Patria. No la tierra de los padres, sino la tierra de los hijos.

Patria no es el pasado y el presente, no es nada que una mano providencial nos alargue para que gocemos de ello; es, por el contrario, algo que todavía no existe, más aún, que no podrá existir como no pugnemos enérgicamente para realizarlo nosotros mismos. Patria en este sentido es precisamente el conjunto de virtudes que faltó y falta a nuestra patria histórica, lo que no hemos sido y tenemos que ser so pena de sentirnos borrados del mapa.

Esa mejora de la Patria esperan nuestros hijos de nosotros, para que su existencia sea menos dolorosa y más llena de posibilidades. La mejora de la Patria es la Patria de nuestros hijos, y por tanto, la verdadera nuestra si somos padres, no sólo en cuanto a la carne, sino en cuanto al espíritu y al deber.

Entendida así la patria, es el patriotismo pura acción sin descanso, duro y penoso afán por realizar la idea de mejorarla. La Patria es una tarea a cumplir, un problema a resolver, un deber. De aquí que este patriotismo dinámico y futurista, se vea precisado constantemente a combatir el otro patriotismo quietista y voluptuoso. El patriotismo verdadero es crítica de la tierra de los padres y construcción de la tierra de los hijos.

Hay, entonces, que transformar la actual realidad, la social circundante. El instrumento para producir esa transformación se llamó y no vemos otro modo que llamarlo “política”. Necesitamos tener una Política.

Es inmoral convertirse en conquistador del poder sin crearse previamente un ideal gubernativo.

Política es acción, pero la acción es también movimiento, es ir de un lugar a otro, es dar un paso, y un paso exige una dirección que vaya recta hasta lo infinito. Una política activa exenta de ideal político autóctono nos hunde en el miedo y la miseria.

Necesitamos transformar la Nación: hacer de ella otra cosa distinta de lo que hoy es. ¿Cuál debe ser esa Nación hacia la cual orientamos nuestros corazones, como los rostros de los ciegos suelen orientarse hacia la parte donde se derrama un poco de luminosidad?

Educación

A la acción de sacar una cosa de otra, de convertir una cosa menos buena en otra mejor, llamaban los latinos eductio, educatio. Por la educación obtenemos de un individuo imperfecto un hombre cuyo pecho resplandece en irradiaciones virtuosas.

Nativamente aquel individuo no era bondadoso, ni sabio, ni enérgico: mas, ante los ojos de su maestro flotaba la imagen vigorosa de un tipo superior de humana criatura, y empleando la técnica pedagógica ha conseguido inyectar este hombre ideal en el aparato nervioso de aquel hombre de carne. ¡Tal es la divina operación educativa merced a la cual la idea, el verbo, se hace carne! Mas si advertimos, la educación, la pedagogía, tal y como vulgarmente se la toma, es la educación del individuo, la pedagogía individual.

Pedagogía mercantil

Esto nunca ha dado bienestar común a la gente, y además fue la falacia del moralismo y la mentira del mercantilismo. La pedagogía individual fue un error, un proyecto desviado y estéril. Porque el influjo del maestro sobre el discípulo es minúsculo: Vive junto a él unas horas, horas que el niño considera heterogéneas a la integridad de su vida, frías horas inorgánicas que él ve como agujeros de vacío recortados sobre el tapiz sugestivo de su vida espontánea.

Pedagogía ciudadana

La pedagogía de Platón parte de que hay que educar la ciudad para educar al individuo. Su pedagogía es pedagogía social.

La escuela es sólo un momento de la educación: la casa y la plaza pública son los verdaderos establecimientos pedagógicos.

Si educación es transformación de una realidad en el sentido de cierta idea mejor que poseemos y la educación no ha de ser sino social, tendremos que la pedagogía es la ciencia de transformar las sociedades. Y esto es lo que antes hemos llamado “política”.

Política

La política se ha hecho para nosotros pedagogía social y el problema nacional un problema pedagógico.

Logremos que en un pueblo un buen número de vecinos llegue a amar, por ejemplo, los nuevos métodos de producción y cultivo; pondrán manos y corazón al trabajo; las divergencias individuales, si no desaparecen, se purificarán; los bandos y partidajes reducirán la esfera de acción de sus luchas; habrá una cosa en que todos concurrirán y se someterán a la coincidencia a que obliga la ley de la verdad necesaria, de la verdad de las cosas.

Logremos que en las clases directoras, dentro de veinte años, haya un buen número de connacionales personalmente activos en el trabajo y la ciencia: veremos cómo discrepando en mil cosas, automáticamente coincidiremos siempre que se trate de ir resolviendo los grandes problemas culturales.

Cooperación

Sin embargo: imaginemos las largas filas de esclavos que bajo un ancho sol tórrido, sobre la arena ardiente, van cargados con bloques de piedra. Desde lejos los ve el faraón y su Corte moverse como las líneas negras de un hormiguero. Se está construyendo la pirámide: junto a ella la Esfinge más vieja, inmoble: un rayo de sol dora sus grandes labios graníticos y pone en ellos como un sonreír sarcástico. Los esclavos constructores de pirámides no hacen una obra de comunidad: el látigo del cómitre los incita: saben que aquella obra ingente no es para ellos, y ellos nada más que la fuerza natural empleada por alguien para labrarse una tumba indeleble. La comunidad del trabajo no ha de ser puramente exterior: ha de ser comunión de los espíritus, ha de tener un sentido para cuantos en ella colaboren. La comunidad será cooperación.

Si la sociedad es cooperación, los miembros de la sociedad tienen que ser, antes que otra cosa, trabajadores. En la sociedad no puede participar quien no trabaja. Esta es la afirmación mediante la cual la democracia se precisa en socialismo. Socializar al hombre es hacer de él un trabajador en la magnífica tarea humana, en la cultura, donde cultura abarca todo, desde cavar la tierra hasta componer versos.

Es hoy una verdad adquirida para siempre que el único estado social moralmente admisible es el estado socializado. No afirmamos que el verdadero socialismo sea el de Carlos Marx, ni mucho menos que los partidos obreros sean los únicos partidos altamente éticos. Mas en ésta o la otra interpretación, frente al socialismo toda teoría política es anarquismo, niega los supuestos de la cooperación, sustancia de la sociedad, régimen de la convivencia.

Lo que caracteriza al esclavo constructor de pirámides era su pasiva cooperación: el trabajador, si no ha de ser esclavo, necesita tener conciencia viva del sentido de su labor. Nos parece inhumano retener a un hombre durante treinta años en el rincón de un taller sin que se le proporcione una visión de las cosas que dé una noble significación a su tarea; y criminal cuando se lo deja sin trabajo.

Teología social

No habría que olvidar que la idea de Dios halla en su interpretación social el máximum de reverberaciones: «Siempre que estéis juntos me tendréis entre vosotros» —dijo Jesús—.

Dios es el cemento último entre los hombres, el aunador, el socializador: es el fondo armonioso del cuadro humano sobre el cual se dibujan las siluetas individuales, ásperas, nerviosas y enemigas. Tras la antigua alianza del Padre, viene el Hijo, todo temblor y ardor de llamas a instaurar una teología democrática. No quiere nada con los hombres solitarios que se hacen fuertes en el islote calvo de su orgullo, sino que entra en las ciudades y busca en las plazas las aglomeraciones.

El individuo, como tal, es siempre una caricatura: por eso los griegos, que tanto sabían de dignidad estética, pusieron en sus tragedias los coros, muchedumbres simbólicas encargadas de prestar resonancia humana y noble a las emociones personales de los protagonistas.

El individuo se diviniza en la colectividad. ¿No es tal el sentido de la humanización de Dios, del verbo haciéndose carne? Antes que esto ocurriera sólo parecían estimables algunos individuos geniales: sólo la genialidad moral, intelectual o guerrera de éstos valía; por lo demás, ser hombre o ser piedra era suceso indiferente.

Pero al encarnarse Dios la categoría del hombre se eleva a un precio insuperable; si Dios se hace hombre, hombre es lo más que se puede ser. ¿Qué añade a mi riqueza este dije de lo individual por bella orfebrería que lleve, si poseo la infinita herencia democrática de lo general humano?

De este modo Jesús parece amonestamos suavemente: no te contentes con que sea ancho, alto y profundo tu yo: busca la cuarta dimensión de tu yo, la cual es tu prójimo, el , la comunidad.

Ortega y Gasset (0CT1,503-521)

Destilado por Oscar Varela

Diciembre 2012

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1 Comentario

  1. olga larrazabal

    En estos tiempos de confusión, donde la palabra «social» estigmatizada abandona el vocabulario para transformarse en «global» que no quiere todavía decir nada, sino una pretensión, necesitamos más que nunca que un filósofo y pensador de la talla de Ortega y Gasset nos muestre en Castellano, y después de haber vivido en nuestra América, la profundidad del vocablo que estamos abandonando, y la necesidad de retomarlo como un camino.

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