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Una vez más sobre la muerte de Allende

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Decenas de veces, a lo largo de los años, he leído, o escuchado, a muchos izquierdistas, repetir aquella irreflexiva cantinela de acuerdo con la cual carecería de toda importancia poder saber exactamente cómo murió el presidente Allende aquel 11 de septiembre en La Moneda. Hoy mismo, en los momentos en que tiene lugar la investigación judicial que se propone llegar, precisamente, a este conocimiento, la he vuelto a ver reaparecer en un comentario al pie de un artículo de este mismo periódico.

Quizá si el primero en poner por escrito esta discutible afirmación fue Jorge Arrate, cuando en un libro suyo de 1985 dice:

«Sus enemigos, creyendo disminuirlo, pretenden atribuir la muerte de Salvador Allende a su propia decisión en vez de a sí mismos. Para la historia esta será una cuestión banal, aunque se comprende no lo sea para los verdaderos responsables«(1).

Pero fue nada menos que Carlos Jorquera, el Secretario de Prensa de La Moneda, y gran amigo del Presidente, quien, cinco años más tarde, expresará dicha opinión de manera aun más categórica, cuando en el último capítulo de su importante libro testimonial sobre Allende, a la hora de las conclusiones, escribe:

«Y ESE ES TODO EL MISTERIO. Y quienes se interesan por saber si Chicho se mató o lo mataron simplemente no pueden entender lo que pasó en La Moneda.»(2)

Como casi nadie ha intentado examinar seriamente, ni refutar, esta equivocada opinión, ella vuelve a reaparecer cada cierto tiempo. Su expresión más reciente y elaborada la ha dado Ricardo Candia, en un artículo publicado en El Clarín, el 6 de marzo del presente año. Allí se argumenta que carecería de toda importancia llegar a determinar si la muerte de Allende se produjo por efecto del suicidio, o fue provocada por las balas disparadas por alguno de los soldados que asaltaron La Moneda aquel día 11 de septiembre de 1973. Escribe Candia:

«Determinar si la bala vino de allá o de acá sería un ejercicio estéril. Acorralado por el Ejército, bombardeado por la Fuerza Aérea, con su escolta de Carabineros abandonando el palacio y resistiendo sólo con un grupo de valientes, saber si él apretó el gatillo o una bala perdida la voló la cabeza corresponde a un detalle insignificante»

«El Presidente murió de traición, no importa de donde haya venido la bala que le voló la cabeza…»(3)

Aunque ya hemos examinado críticamente algunas variaciones de esta errónea tesis, en un artículo relativamente reciente(4), nos parece importante y necesario volver a examinar y refutar dichas aparentemente obvias afirmaciones sostenidas sobre una lógica defectuosa, y así demostrar que no es un ejercicio estéril, ni el establecimiento de un detalle insignificante, llegar a saber de manera definitiva cómo y porqué murió el Presidente aquella trágica tarde.

Es simultáneamente curioso y significativo que Candia haya hecho públicos sus planteamientos en los mismos momentos en que, por primera vez en 37 años, la justicia Chilena manifestó su voluntad de realizar una investigación de la muerte del Presidente, conjuntamente con la de más de 500 casos de compatriotas cuyos derechos humanos fueron atropellados bajo la dictadura militar.

En una entrevista reciente el doctor Ravanal se refirió a tres distintos tipos de verdades que la investigación judicial en curso podría llegar a descubrir o posibilitar: la verdad científica, la verdad jurídica, y la verdad histórica de la muerte del Presidente. Es evidente que la verdad jurídica e histórica dependen enteramente de que se consiga establecer científicamente, es decir, «más allá de toda duda razonable» exactamente cómo murió Allende. Sólo una vez que se llegue a saber científicamente esto será posible asignar responsabilidades legales y penas al o a los culpables, en caso de que Allende haya sido asesinado. Asimismo, es a partir de esta información precisa acerca de este hecho central que los historiadores podrán relatar, contextualizar, explicar e interpretar, con completo conocimiento de causa, los hechos de aquel día. Como puede verse, la más sumaria descripción de estos tres tipos de verdades pone en evidencia la debilidad, y falsedad última, de todo el alegato acerca de la supuesta banalidad, esterilidad, e insignificancia del conocimiento de los detalles de la muerte del Presidente.

Pero esta conclusión, con ser contundente, no nos releva de la obligación de examinar en detalle el referido planteamiento de Ricardo Candia. Si se lee el artículo en cuestión con algún detenimiento y sentido crítico, se pone de manifiesto que todo su argumento se basa en la confusión de dos diferentes planos o niveles causales: a. el de las causas inmediatas de la muerte del Presidente y b. el de las causas mediatas, o remotas, de ella. A partir de esta confusión Candia incurre en una inferencia incorrecta, en un verdadero «non sequitur«[no se sigue], al argumentar que puesto que Allende «murió de traición», no sería importante llegar a conocer los detalles de su muerte. O en otras palabras, que puesto que las causas mediatas de su muerte habrían sido la traición, o traiciones, carecería de toda significación, e importancia, poder llegar a establecer sus causas inmediatas.

Evidentemente, las referidas causas mediatas tienen un carácter socio-político, es decir, corresponden a acciones del Imperio y de sus aliados civiles y militares internos, con el fin de crear las condiciones para el Golpe, así como a las acciones de las organizaciones políticas de la izquierda, de sus dirigentes, parlamentarios y del propio gobierno popular, en respuesta ante aquella amenaza. Como es igualmente manifiesto, las causas mediatas pueden llegar a comprenderse a partir del análisis histórico, o socio-político, mientras que las causas inmediatas de la muerte de Allende poseen un carácter médico-forense. Una vez que se entiende esta distinción es claro que cualquiera que hayan sido las causas mediatas de la muerte del Presidente, éstas por sí mismas no determinan en forma automática nada respecto del carácter específico y significado de sus causas inmediatas.

Pero, además, Candia es totalmente ciego ante el hecho autoevidente de que frente a la traición un hombre, especialmente uno valeroso y de sólidos principios morales como Allende, tuvo ante sí la posibilidad de adoptar diferentes conductas o actitudes. En otras palabras, los hechos de aquel día, si bien lo pusieron en medio de las más adversas condiciones, no predeterminaron la conducta del líder popular enfrentado a ellas, sino que le presentaron distintas opciones morales, políticas y militares que él eligió de acuerdo con su estimación de la situación y con sus principios y valores morales.(5)

En cuanto a la traición: se la puede denunciar públicamente, o se puede guardar silencio frente ella. Allende optó por la denuncia, pero no de supuestas traiciones por parte de los propios cuadros políticos de la izquierda, sino de las traiciones a la Patria de los militares golpistas y sus aliados civiles de la vieja derecha y de la derecha democristiana. No cabe duda que el Presidente debió haberse sentido profundamente decepcionado de la conducta de los partidos de la Unidad Popular aquel día, pero aunque no haya hecho la menor referencia a aquella en ninguna de sus cinco alocuciones radiales, esto no debe entenderse como si Allende se hubiera abstenido enteramente de dar expresión a toda crítica a las organizaciones de la izquierda. Como lo observara perceptivamente Pedro Vuskovic hace ya mucho tiempo, Allende,

«… deja como claves enigmáticas de su testamento político dos interrogantes que no siempre son advertidas, acaso por la misma emoción con que se lo lee.

La pregunta de por qué, en tales circunstancias, el hombre, el dirigente que las pronuncia, no olvida referirse a los trabajadores, a la modesta mujer, a la campesina, a la obrera, a la madre, a los profesionales, al obrero, al campesino, al intelectual; pero al mismo tiempo no las refiere en momento alguno a sus compañeros de dirección política, ni los convoca a ocupar el papel de dirección que deja, ¡Ni una palabra [acerca de ellos] en ese mensaje final.

Y la pregunta de por qué, cuando anuncia en su comunicación esperanzadora la apertura de las grandes alamedas del futuro, y expresa su seguridad de que el momento gris y amargo será superado, siente la necesidad de decir sobre quienes se harán cargo de esa superación: Vendrán otros hombres…«(6)

Es decir, lo que Allende hace aquel día es omitir, premeditadamente, en sus comunicaciones radiales, y especialmente en su discurso final, toda referencia a quienes le fallaron, o lo abandonaron, en aquellos cruciales momentos, es decir, los partidos de la izquierda y la propia Unidad Popular, concluyendo su comunicación final de despedida con un significativo y revelador: ¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!

Pero por otro lado, como lo han hecho otros antes que él, la visión de Allende que Candia proyecta en su artículo es la de una simple víctima pasiva de las circunstancias, sobre las que no habría tenido ningún control, ni ningún margen de maniobra. Pero como lo muestra su conducta el día 11 de septiembre Allende en ningún momento se vio a sí mismo de esta manera, pues desde que ingresó a La Moneda, a las 7:35 de la mañana, el Presidente se dedicó a recabar información sobre la magnitud del alzamiento militar, de boca de sus colaboradores civiles y militares, intentó movilizar a las organizaciones populares; barajó sus posibilidades de poder controlar el Golpe; rechazó airadamente cada una de las presiones y ultimátums golpistas; se encargó personalmente de organizar la mejor resistencia armada al asedio militar que le permitieron los limitados recursos bélicos disponibles; se preocupó de protejer y salvarle la vida a las mujeres que se encontraban al interior del Palacio, y a cuanto partidario que quiso abandonar el lugar; combatió como un valiente por mas de 4 horas, y como si todo esto no hubiera sido suficiente, nos dejó para la posteridad el «discurso de las grandes alamedas», que puede ser considerado como su testamento político.

Allende tuvo la presencia de ánimo y la visión de preocuparse del significado y trascendencia moral, política e histórica de cada una de sus palabras, conductas y gestos, aquel aciago día, y ello no sólo porque comprendió que se estaba jugando allí su lugar en la historia de Chile, sino además porque anticipó con gran lucidez que su combate y muerte en La Moneda se constituiría en una poderosa bandera de lucha contra la dictadura, y en un ejemplo y guía de los futuros combates de la izquierda.(7)

Finalmente, cabe preguntarse si acaso la tesis central del artículo de Candia, de que la izquierda habría traicionado a Allende el 11 de septiembre, tiene alguna validez. Es decir, ¿podemos hablar con propiedad aquí de una verdadera traición? Como testigo contemporáneo aunque remoto de los hechos de aquel día, y como estudioso de su historia, lo que a nuestro juicio se manifestó en el momento del golpe fue fundamentalmente desorganización, cobardía, pasividad, inacción y derrotismo, de parte de las organizaciones de la izquierda. Pero traición, con mayúscula, en el sentido de acciones que buscaran consciente y activamente la derrota del gobierno popular, no han sido registradas en ningún recuento histórico o testimonial conocido de aquel día. La traición, por cierto, vendría muchos años después de la muerte de Allende, cuando la izquierda chilena abandona todo programa de recuperación de una verdadera democracia y se embarca en una alianza con los antiguos enemigos de Allende destinada a transitar sin ruptura desde la dictadura militar a la democracia tutelada, que no sólo asimila el modelo económico neoliberal, sino que además deja prácticamente intactas la Constitución de 1980, y el resto de las estructuras políticas establecidas bajo la dictadura. En esto estamos de enteramente acuerdo con Ricardo Candia.

Notas:

 

1. Jorge Arrate, LA FUERZA DEMOCRATICA DE LA IDEA SOCIALISTA, Barcelona, Ediciones Documentas/Santiago, Ediciones del Ornitorrinco, 1985, pág. 20

2. Carlos Jorquera, EL CHICHO ALLENDE, Santiago, Ediciones BAT, 1990, pág. 331.

3. Ricardo Candia C., «Morir de traición» EL Clarín, 6 de marzo del 2011.

4. Hermes H. Benítez, «El presidente allende, ese héroe incomprendido», piensaChile, 16 de julio de 2010.

5. Véase mi artículo: «La centralidad de la dimensión moral del gesto final del presidente Allende«, piensachile, 19 de mayo de 2011.

6. «Salvador Allende«, en Pedro Vuskovic, UNA SOLA LUCHA, México, D.F., Editorial de Nuestro Tiempo, 1978, especialmente entre las páginas 74 a la 80.

7. Hermes H. Benítez, Las Muertes de Salvador Allende, Santiago, RIL Editores, 2006, pág. 207

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