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El Desalojo del Circo.

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Sentado frente al teclado computacional, me preparaba para
hostigar a los lectores con un pretencioso análisis del libro "Conversaciones
con Carlos Altamirano" de Gabriel Salazar. Consideraba que hay ahí -y no cabe
duda de ello- un material denso y apasionante como para desgranar varias hojas
en las cuales haríamos surgir, como aquellos fantasmas difusos que nos entrega
el cine, un pasado estremecedor ocurrido, aunque usted no lo crea, hace muy
poco, si nos atenemos a las medidas siderales que tiene el tiempo humano en la
tierra.

Sin embargo, a medio andar comenzó a entrarme una duda:
¿Material apasionante? Conmovedor quizás, pero ¿para quién? Objetivamente, si
entre mis lectores hay alguno que se acerque a los 70 años y fue contemporáneo
de los congresos de Chillán y Linares del PS, aludidos reiteradamente por don
Carlos que ya tiene 90, haber leído el 
análisis "sesudo" que este articulista tuvo la intención de hacer le
podría haber resultado interesante, al menos para alimentar reminiscencias
sobre un trasfondo nostálgico, identificarse ahí como actor o espectador de ese
tiempo mágico que parece escapar de algún viejo baúl que los abuelos dejaran en
el desván.

También es probable que usted, querido lector, si perpetró
juventud en el siglo pensante, digamos hasta la caída de la estantería
socialista, encuentre exagerado y hasta nihilista declarar difunto ese pasado
que, yo mismo señalo más arriba, ocurrió hace muy poco. Pero no soy yo ni es el
tiempo el que desahucia la vigencia del ayer, sino la porfiada realidad que
para los marxistas constituye la tierra sólida de la cual no hay que despegar
jamás los pies, aunque volar sea hermoso y tentador.

Por estar inmersos aún en la enorme polvareda que produjo el
derrumbe impensado de lo que creíamos que era la expresión material de un
ideario, que crecía por el mundo expandiéndose desde Europa por los cinco
continentes, para muchos es difícil resignarse a extender un certificado de
defunción a un pasado subyugante que el libro de Salazar nos endosa alborotando
nuestro propio arcón de los recuerdos. Pero es así, y precisamente le haríamos
un flaco favor a nuestro propia concepción ideológica si quisiéramos imponer
ese ayer a la realidad actual, por mucho que no nos guste.

La hora de las
hojarascas

Nadie con dos dedos meñiques de frente, puede negar que hoy
vivimos uno de los periodos de mayor mediocridad que contempla la historia del
hombre. Ocurre en todo el planeta, no sólo en Chile. Sin embargo, aunque es un
mundo de mierda, es nuestro mundo, nuestra realidad. Es lo que hay, como dicen
los lolos modernos. De ahí ese largo preámbulo que hago más arriba, para
justificar que no me referiré a las "Conversaciones con Carlos Altamirano",
sino a algo mucho más prosaico y "dégoûtant" como dicen los franceses, cual es
la actualidad política de nuestro país, la de ahora, esa del cominillo, de los
dimes y diretes, vulgar y vomitiva, pero mucho más contingente que la visita a
"Jurasic Parc" que nos ofrece Gabriel Salazar con su libro. Si se siente
frustrado, amigo lector, lo que comprendo plenamente, bájese ahora mismo de
este artículo en provecho de su tranquilidad estomacal.

Empecemos con un par de interrogantes. ¿Qué ocurre en este
país que elige un representante del ala alternativa a la corriente que gobernó
por dos décadas, para que en menos de un año lo repudie reduciendo su
popularidad a niveles sorprendentemente bajos, pocas veces visto en un
mandatario recién asumido? ¿Es que la política de errores garrafales llevada a
cabo por el gobierno de la derecha en sólo diez meses en el poder, impacta
tanto a la opinión pública para semejante repudio? ¿O es que la animosidad
contra los plutócratas que ha existido siempre en alma nacional sigue ahí
intacta aun por sobre las chambonadas que antes hicieron los gobiernos de la Concertación?

Es, en mi opinión, un poco de ambas cosas. Todo esto
adobado, además, con un vaivén tipo veleta del grueso de la población -válido
también para el resto del mundo- y que se instauró cuando de pronto, sin
anestesia ni nada, estas masas quedaron traumáticamente huérfanas de las
grandes ideologías que conmovieron a la humanidad en el siglo pasado. A manera
de ejemplo de esto último, ¿no le parece a usted, amable lector, insólito y
hasta ridículo que un país eleve a la categoría de ídolo a un ingenuote hasta
entonces desconocido que se instala por varios días, con un casco amarillo como
su alma, junto a un hoyo a esperar que la tecnología saque a un grupo de
mineros atrapados por la tierra y el infortunio? Se habló hasta de elegirlo
presidente para el 2013, recuérdelo usted, aunque esto no es tan novedoso ya
que antes en la historia Calígula había nombrado cónsul y sumo sacerdote a su
caballo, perdonando la comparación porque los caballos me merecen mucho
respeto.

Digo, volviendo atrás, que se confabulan en la caída libre
del gobierno de la derecha, ambas cosas: las imbecilidades inauditas de un
conglomerado que jamás estuvo preparado para gobernar -no lo hacía
democráticamente desde hace más de medio siglo- y ese sentimiento genético del
pueblo chileno de tener el corazón, como manda la biología, en la parte
centroizquierda del pecho. Se ha discutido mucho la veracidad de este aserto
que adjudica a Chile una tendencia persistente hacia la izquierda moderada y en
algunos tramos del pasado abiertamente roja. La historia, al parecer, avala la
premisa, demostrada durante todo el siglo XX y confirmada con los 20 años de
gobierno de la
Concertación, de la cual se duda en calificarla muy a la
izquierda, pero que categóricamente no ha sido de derecha.

Las tribulaciones de
un desalojador.

Lo concreto es que la epidermis ciudadana es tremendamente
más sensible y delicada a los desaciertos de la derecha que a los de la centro
izquierda. Imagínese usted lo asombroso que resulta que la popularidad de don
Sebastián caiga en cuestión de días desde el pedestal, también insólito -ya lo
dijimos- al que se subió por el rescate de los mineros, a la ignominia
generalizada por… ¡haber maniobrado para echar a un entrenador de futbol! ¿Un
subterfugio de un pueblo que esperaba cualquier traspié de estos antiguos
pinochetistas para demostrar su animadversión a la derecha? Claro, el
entrenador era muy querido y muy esperanzador para los futboleros. Pero ¿tanto
así como para rápidamente "quemar lo que has adorado"?

Luego vino lo de Magallanes (no el club de futbol, para
estar a la moda, sino la región) que, ahora sí, se ajustó al papel clásico de
un derecha gobernante: subir tarifas para que los futuros particulares que se
favorezcan con las privatizaciones, en este caso del gas, tengan la ventaja,
también clásica, de un pingüe negocio. Otro pésimo cálculo porque no se contó
con que Magallanes se convertiría en una Fuenteovejuna de la que el
"comendador" Piñera salió aún mas averiado que con su autogol futbolero.

En la actualidad un nuevo desaguisado se agrega a la lista:
la metida de pata, digamos mejor de su torneado pie, que hizo la intendenta
aquella que es más tonta que una puerta, pero de la cual también se habló como
potencial candidata a presidenta para el 2013, lo que demuestra que la cantera
de tontos en la derecha sigue siendo inagotable.

Al momento de escribir estas líneas, el gobierno zanjó (o
creyó zanjar) el caso Van Rysselberghe con un respaldo categórico a la
intendenta lenguaraz, cediendo a las presiones de la UDI lo que constituye otro
error craso en esta rodada cuesta abajo del empresario circense. El asunto
tiene un mar de fondo que va más allá del triunfo a lo Pirro que se anotó la
derecha más dura en este "affaire". Trasciende, en medio del olor a cadáver que
emana cada vez con más persistencia del gobierno de don Seba, que se han
barajado sottovoce varias alternativas en Renovación Nacional si el descalabro
sigue amenazando con hundir por otros 20 años a los soñadores del "desalojo".
La idea más osada, aunque no es nueva, es aquella de desembarcar al
pinochetismo udista y llamar a gobernar a la Democracia Cristiana
formando así un nuevo referente de centro-centro. Topa, eso sí, esta idea
peregrina con que el sector más proclive a la derecha dentro de la DC, cometió el grave error de
escindirse en forma demasiado prematura, esos motejados de "colorines", como
usted se recordará, y que ahora ya no los reconocen ni sus señoras a la hora
del almuerzo.

Un horizonte
fraudulento

El proyecto de romper la Concertación
desembarcando a los socialistas y pepedés no tiene asidero a la luz actual. El
suicidio democristiano no pasa por servir de salvavidas a un partido,
Renovación Nacional, que está con el excremento hasta la barbilla, por no decir
con la mierda al cuello porque suena muy feo. No ocurrió cuando la derecha era
una exuberante tentación que amenazaba con "desalojar" a la centro izquierda
(salvo, repito, el grupo minúsculo de tontitos que siguieron al "Colorín"
Zaldívar jugando muy mal sus cartas), menos hoy en el momento aciago por el
cual pasan los acólitos del señor presidente. ¿Qué ocurrirá entonces, se
preguntará usted, paciente lector?

Si usted espera que este modesto articulista le responda la
pregunta, lo invito por segunda vez a que me abandone dejándome sumido en este
trafago de palabras. No hay respuesta, pero no porque no podamos extrapolar en
esta realidad simplona que no tiene la densa complejidad en que se desarrolló
el mundo de las ideologías. La razón es porque no sucederá nada. Así de simple.
En tres años más gana la Gordi
de aquí a Penco, pero, insisto, no sucederá nada. Nuestro mundo feliz de
neoliberales globalizados -no se olvide que esta condición la establecieron los
gobiernos de la
Concertación- seguirá a la deriva malrrepartiendo las
ganancias y llenando los bolsillos de los Piñeras, los empresarios del futbol,
los magnates destructores de los recursos naturales, y las empresas extranjeras
que, con más disimulo que antaño, han ido recuperando sus saqueos luego de la
patada en el trasero que les diera el allendismo, ese que don Carlos
Altamirano, de la mano de un gran historiador como es Gabriel Salazar, nos
trajo con sus recuerdos de la "belle époque".

En la parte final de este negro artículo, hay que reconocer
que, por último, nadie pierde, salvo la mayoría humana, claro está, la que
describe el poeta turco Nazim Hikmet y que no tiene importancia ni para la
derecha ni para la centroizquierda. En el circo de la política nuestra,
demasiado saturado de payasos, ganan todos; solo hay que cambiar al actual
Señor Corales, que tampoco pierde porque, a pesar de su fracaso, se dio un
gusto poco común que bien valió la inversión. Y gana hasta el inefable Allamand
que gracias a su libro "El Desalojo" no tendrá que comprar papel higiénico
durante mucho tiempo.

Es lo que hay, repito, por lo tanto no se enoje si lo hice
perder el tiempo. Mejor nos enfrascamos en las "Conversaciones con Carlos
Altamirano" y nos dedicamos a soñar, que es el último bien que no está sujeto a
las fluctuaciones del dólar y de la banca. El artículo va, se lo prometo.

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