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La fiesta de Punta Arenas

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Desenfrenados parranderos, los magallánicos han demostrado
-con dos mujeres muertas- que están dispuestos a todo para seguir con la gran
jarana del gas. Y los numerosos órganos de seguridad del Estado, capaces de
interceptar simultáneamente 300 mil llamadas telefónicas para defendernos del
terrorismo que azota al país, tenían al momento de escribir esto enormes
dificultades para descubrir quien es el propietario de la camioneta que arrolló
a las mujeres.

Es que, como son casi todos especialistas de inteligencia
ocupados en importantes misiones antiterroristas y en elaborar perfiles
psicológicos y genéticos de los anarquistas que ocupan casas abandonadas, de
agentes islámicos y vendedores de DVD piratas, no encontraron a nadie de nivel
tan bajo como para abrir la página web del Registro Civil para buscar el número
de la placa. Pura excelencia.

Y el excelente Subsecretario del Interior de Chile, Rodrigo
Ubilla, culpó a los organizadores de las protestas por la muerte de las
mujeres, no al fantasma que conducía la camioneta, y mucho menos al alza de los
precios del gas.

Los magallánicos rumberos no entienden lo importante que es
garantizarle a la empresa privada utilidades permanentes. No se puede dejar que
15 millones de dólares al año en subsidios se diluyan entre los ciudadanos sólo
para que tengan calefacción. Esta es una economía de mercado, y Magallanes es
un mercado cautivo esperando que alguien lo aproveche, porque allá el consumo
de gas, como el de agua y alimentos, no es optativo, y por ello terminarán
pagando de todos modos.

Willie Kirk, mi papá, que murió hace un año, nació en Punta
Arenas en 1914. Él me contaba cómo era ser pobre allí antes de los subsidios:
cuatro niños y un padre escocés luchando por sobrevivir en el barro y la nieve,
ateridos de frío ocho meses al año. Hasta el fin de sus días mi viejo vivió
aterrorizado del invierno, que le traía a la memoria tristezas para mí
incomprensibles.

En esos tiempos Usuhaia, en Argentina, era un presidio. Un
infierno de hielo mucho peor que Punta Arenas. Hoy es un centro turístico
internacional moderno, desarrollado precisamente por políticas de Estado
promotoras de fiestas en toda la Patagonia. Basta cruzar la frontera en cualquier
parte de la zona, para comprender la utilidad de los subsidios. O basta ir a
Punta Arenas, que no se parece en nada a los pueblitos miserables de este lado
de la cordillera.

Pero si no les gusta el frío, que paguen o se vayan a Arica,
que también se muere de inanición, pero sin frío. Total, el patriotismo en
Chile consiste en tener el país lleno de policías y militares para poder hacer
negocios en un ambiente tranquilo, con gente disciplinada, educada en escuelas
donde les enseñan a no pensar. Gente que mejor no pregunte en qué se gasta su
dinero, porque en el próximo terremoto los militares, picados, podrían salir a
la calle a patearlos en vez de ayudar, como amenazó el excelente ministro de
Defensa, Jaime Ravinet.

En el gobierno de otro excelente, el compañero Ricardo
Lagos, se tomó la excelente decisión estratégica de importar gas de Indonesia,
al otro lado del mundo, para evitar tener que negociar un pedazo de desierto
con Bolivia a cambio de un gas que está a 300 kilómetros de
distancia. Eso es soberanía y patriotismo, carajo.

Y en el gas, ni un paso atrás, porque no es de macho. No
como el afeminado de Evo Morales, que se retractó del alza de la gasolina
cuando vio sus posibles consecuencias sociales, y que tal vez tendría que sacar
milicos a la calle a matar bolivianos. Aquí no hay problema con eso, chilenos
sobran. Ya van dos muertos y una niña en riesgo vital. De aquí a unos 30 años
saldrá algún Alberto Cardemil a decir que tal vez debieron encontrar al
conductor de la camioneta.
12/01/2011

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