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Nada que celebrar en Bicentenario de los mercaderes de América Latina

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En ambos Centenarios, proporcionalmente la diferencia entre ricos y
pobres era y continúa siendo inmensa, inmoral e inaceptable. Un día, el 3
de septiembre de 1910, el apóstol del pueblo, don Luis Emilio
Recabarren dictó una conferencia, en la ciudad de Rengo, llamada Ricos y
Pobres en cien años de vida republicana; decía don Luis Emilio que los
pobres no tenían nada que celebrar en tan magna fecha, siempre habían
sido carnes de cañón en la guerra de la Independencia, en la guerra
contra la Confederación Perú-boliviana y en la expoliadora guerra del
Pacífico; El único destino del pobre es la cárcel, escuela del delito y
de la desesperanza; él mismo las conocía muy bien en su vida de luchador
obrero; la justicia era una broma: siempre a favor del rico; el “roto” y
la “china” podían ser peón, maestro chasquilla u obrero del salitre y
su destino era morir asado en los ardientes cachuchos;  “ las chinas,
lavanderas, cocineras o  remeras. La vida del pobre transcurría, cuando
lograba sobrevivir, estaba destinada a una existencia miserable.

A diferencia del Centenario, no son los intelectuales, como Recabaren,
Venegas, Palacios, Edwards Bello, Tancredo Pinochet…, quienes
denuncian la existencia del Chile de los ricos y de los pobres, ahora,
milagrosamente, son los políticos de las dos derechas quienes lo hacen.
No sé cómo, a lo mejor por el miedo a perder el favor de los ciudadanos,
políticos millonarios se han puesto a leer documentos como los del PNUD
(Programa para el desarrollo humano de Naciones Unidas) que, desde el
2000, viene mostrando un Chile muy distinto del triunfalismo de la casta
política reinante. El 75% de los chilenos se siete derrotado en la
lucha por la vida, sólo el 47% se identifica con la democracia, al 30%
no le interesa para nada, incluso, un porcentaje importante prefiere los
gobiernos autoritarios. En el año 2000, el 13% se declaraba indeciso
con respecto al voto, el 12% no votaba y los chilenos apreciaban menos
la democracia que los argentino la encuesta del 2004, del mismo PNUD,
demuestra que el desencanto es estructural; los geniales políticos
descubrieron algo que para el común de los mortales es evidente: un alto
porcentaje de los empleados públicos y privados no tiene contrato de
trabajo, sólo expiden boletas de servicio, por consiguiente, no cotizan
ni en la AFP, ni en FONASA; si llegan a jubilar no tendrán más $180.000
mensuales, con mucha suerte. Se sabe de algunos que sólo reciben $28.000
mensuales y, otros, sencillamente no tienen jubilación.

 Es raro encontrar el afortunado que nunca ha estado cesante, al menos,
puedo asegurar que la mayoría cayó en este marasmo durante la crisis de
1998. Sólo Narciso, vendedor de ilusiones, puede creer que la jubilación
viene de júbilo, cuando es un hoyo negro más asqueroso que un inodoro

La casta política había convertido a los mapuches en una especie de
consumidores, con cartas de crédito incluidas, no eran un pueblo
originario, eran atrasados mentales, muy primitivos – como lo dice
Encina – , sus tierras habían sido cedidas voluntariamente, o era
producto de un intangible tratado, firmado a fines del siglo XIX, en la
famosa pacificación de la Araucanía;

Es cierto que los conventillos prácticamente han desaparecido, pero hoy
existen las casas Serviu, de 40 metros cuadrados, en las cuales viven
abuelito, abuelita, convivientes, hijos empobrecidos y una caterva de
mocosos; también es cierto que muchos no pueden pagar sus cuotas, pues
es difícil exigirle ahorro a personas que ganan menos de $100.00.

Las encuestas del PNUD demuestran que en el rico Chile neoliberal nadie
tiene amigos: cualquier prójimo es un rival que va a atentar contra sus
derechos, si no es un delincuente que lo va a asaltar, por eso, un alto
porcentaje declara tener conocidos, y su único refugio es la familia.

Los chilenos se han convertido en unos monjes epicureanos, que se aíslan
en el jardín como signo de desprecio a toda sociabilidad. Lo único que
interesa es pasearse los domingos por el mall, mirando escaparates que
muestran cosas que no pueden comprar, o llenar un carro del supermercado
para dejarlo abandonado antes de llegar a la caja, con el único
objetivo de demostrarse exitoso ante sus conocidos.  

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