A la mala noticia del aumento de la pobreza – de un 13% a un 15% – se
suma la de la brecha, casi insalvable entre ricos y pobres. Todos los
especialistas coinciden en que las cifras de pobres en Chile superarían,
fácilmente, los cuatro millones y no los dos que muestra la encuesta
CASEN. El 10% más pobre es hoy 46,2 veces más grande que el 10% más
rico. El 2006 esta relación era 31,3 veces.
El índice GINI, que mide la desigualdad, califica de cero – completa
igualdad – y al uno, máxima desigualdad. Chile subió del 054 al 055 –
considérese que Haití tiene 06 -, por lo que se colige que Chile es uno
de los países más injustas de la tierra, y que en vez de reducirse la
brecha, aumenta.
Da vergüenza que nuestro pretenda celebrar el Bicentenario con un número
tan grande de pobre pobres y una indignante desigualdad que no se
diferencia mucho del Centenario oligárquico de 1910. Es cierto que las
cifras son diferentes y no en vano ha pasado un siglo, sin embargo, en
lo esencial, la diferencia entre ricos y pobres, que denunciara Luís
Emilio Recabarren, en su famosa conferencia en la ciudad de Rengo, en
septiembre del Centenario.
El 20% de los más ricos es 16 veces superior al mismo porcentaje de los
pobres; en 2006 fue de trece veces; con todos estos datos podemos
constatar que vamos retrocediendo y es perfectamente válido preguntar
qué diablo han hecho los gobiernos democráticos de las dos últimas
décadas para remediar o, al menos, acortar tan monstruosa podredumbre en
la distribución del ingreso, que seguramente tendería a crecer,
considerando la educación de pésima calidad e inequidad de que hace gala
el sistema chileno, sumado a un tratamiento abyecto de los pobres en
los hospitales públicos.
El ingreso del 10% más rico es de $2.955.815, (que subió de $2.704.924),
de los años 2006 a 2010; en el mismo período, el 10% más pobre apenas
subió de $113.000 a $114.000. Las cifras son nítidas y presentan una
fotografía bastante dramática del Chile que se acerca a los 200 años.
Nada ganamos con llorar, ni con avergonzarnos: está claro que es el
resultado de una política neoliberal, llevada a cabo por los distintos
ministros de Hacienda de la Concertación. Es completamente torpe creer
que sólo el crecimiento – vía chorreo – va a acortar la enorme brecha
entre ricos y pobres sin un cambio radical de modelo, basado en la
revolución educacional, en un cambio profundo del sistema de salud
pública y en una política vivienda digna para todos los ciudadanos.
El sistema impositivo chileno es asimétrico y odiosamente injusto; si no
procedemos a modificarlo ahora, no podremos esperar ningún cambio
respecto al desafío de la pobreza; es necesario renacionalizar nuestras
riquezas básicas o, al menos, un sistema impositivo, similar a otros
países de la OCDE, y un royalty de, al menos, un 50% de la riqueza que
las empresas extranjeras expatrían del país – al cobre se agrega el
litio y otras riquezas naturales. El sistema financiero reporte este año
enormes riquezas, pagando muy pocos impuestos, los mismo ocurre con
grandes empresas que pertenecen a unas pocas familias, la mayoría
monopolios, bipolios o tripolios, que bien podrían pagar un 50% al
impuesto de primera categoría.
Por el contrario, un nuevo sistema de cargas públicas debiera favorecer a
las Pymes, sobretodo a aquellas que empleen a mayor número de personas;
lo mismo puede ocurrir con el famoso IVA, que podría diferenciar entre
artículos de lujo y suntuarios, de aquellos de primera necesidad, que
integran la canasta básica, atacando directamente a vena uno de los
sustentos de la pobreza e inequidad social.
03/08/2010
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