El dios de los ricos no está en crisis
por José María Castillo (España)
15 años atrás 6 min lectura
Una de las noticias que más se comentan hoy en los medios de
comunicación es el sorprendente aumento del número de ricos, en todo el
mundo, concretamente en España: 16.000 más que en 2008. O sea, los ricos
han aumentado, en 2009, un 12, 5 % respecto al año anterior. El informe
del Merril Lynch Global Health Management entiende por ricos los que
tienen, al menos, un millón de euros, sin contar la primera vivienda y
los gastos de consumo.
Por tanto, cuando más aprieta la crisis a los pobres y a los
trabajadores, cuando más aumenta el número de parados, resulta que los
ricos tienen más suerte y, por lo que dicen los que saben del tema, los
ricos son cada día más ricos.
Decir esto es lo mismo que decir que aumenta la violencia, la crueldad,
la deshumanización, el sufrimiento y la desesperanza de millones de
criaturas. Esto es lo peor de todo. Pero, además de esto, el aumento del
número de ricos es también un patético indicador religioso. Los
cristianos sabemos que Jesús dijo: "No podéis servir a Dios y al
dinero". Y la razón es clara: "Nadie puede estar al servicio de dos
señores, porque aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a
uno y despreciará al otro" (Mt 6, 24). La consecuencia – si es que
Jesús llevaba razón – es que el Dios de los ricos no está en crisis.
Está en crisis la economía y las víctimas de la economía de mercado.
Pero lo que más llama la atención es que precisamente cuando el Dios de
los pobres se ve más excluido y desautorizado, el Dios de los ricos está
cada día más robusto y es más generoso con sus fieles.
Y mientras tanto, la Iglesia pidiendo dinero. Lo vemos en la tele, lo
oímos en los mensajes publicitarios de las emisoras de radio. Los
obispos le piden a la gente que ponga la cruz en la casilla de la
Iglesia. Es verdad que la Iglesia afirma que ese dinero es para sus
0bras asistenciales y de caridad, que son muchas. Pero no es sólo para
eso. Sabemos de obispos que consiguen generosos préstamos de los bancos,
en estos tiempos de penuria, para construir edificios enormes, para sus
obras enormes. ¡Cómo han cambiado los tiempos! En los siglos III y IV,
el obispo era el encargado de administrar los bienes de la comunidad.
Pero el obispo (todo obispo) sabía que el sujeto de dominio de los
bienes de la Iglesia eran los pobres y desamparados: así aparece en el
canon 25 del concilio de Antioquía (año 341). El papa Gelasio repite la
misma legislación, a finales del siglo V, en una carta a los obispos de
Sicilia (PL 59, 57). Y, sobre todo, la Iglesia era, en aquellos tiempos,
sumamente cuidadosa para algo que ahora nos parece increíble: cada
obispo no podía admitir donaciones de quienes cometían injusticias. San
Basilio no admitió la ofrenda de un prefecto injusto (PG 36, 564). Y San
Epifanio enuncia el principio general: "La Iglesia admite las ofrendas
de los que no han hecho mal a nadie o no han cometido ningún crimen,
sino que se conduce con justicia" (PG 42, 832). Pero más exigente que
todo esto es lo que ordenaba la Didaskalía, un documento litúrgico y
canónico del s. III, que daba normas para el comportamiento en la
liturgia y en la vida de las comunidades. El principio general era que
"el altar de Dios son las viudas y los huérfanos" (II, 26, 3). Por eso
la obligación principal del obispo era vigilar con sumo cuidado para que
quienes cometían atropellos e injusticias no se acercaran al altar; ni
por tanto podían aportar limosnas para los pobres (II, 17, 1). Ni los
que se aprovechaban de los pobres, ni los que pagaban jornales injustos,
ni los que trataban mal a sus trabajadores…, de ninguno de esos
individuos, el obispo podía aceptar ayudas o limosnas. Porque "de los
dineros que provienen de la injusticia, no puede vivir el altar de Dios
(IV, 5, 2). De ahí que, de los poderosos y de los ricos, que eran los
que se ofrecían para dar limosnas, de tales personas no se aceptaban
ayudas para la comunidad (IV, 8, 3). Y esta convicción llegaba hasta el
extremo de que, según se decía en la misma Didaskalía, "es preferible
morirse de hambre antes que recibir nada de los inicuos y de los que
cometen injusticias" (IV, 8, 2). Este precepto lo repiten las Constituciones Apostólicas, en Oriente, y los Statuta Ecclesiae
Antiqua, en el s. V.
Pero han cambiado los tiempos. Nuestra Iglesia recibe ahora dinero de
quien sea. Y cuanto más, mejor. Por supuesto, el sujeto de propiedad de
ese dinero ya no son los pobres. Ahora, los pobres están en la puerta de
la Iglesia pidiendo limosna. El problema está en que cada día va menos
gente a las iglesias de nuestra Iglesia. El Dios de la Iglesia está tan
en crisis como los pobres. La gente ahora va a los nuevos templos del
Dios de los ricos. Esos templos son los bancos, que, según dicen, están
bien protegidos, son seguros y no se tambalean. La cosa está clara: el
Dios de los ricos está en auge, precisamente cuando el Dios de los
pobres se debate entre las dudas, el descrédio y el resentimiento de
muchos ciudadanos. En todo esto tiene mucho que ver el sistema económico
que manda en todos nosotros. Pero también tenemos nuestra parte de
responsabilidad los que vamos con más preocupación y fervos a los bancos
que a las iglesias. Y, de paso, que se pregunten los obispos si ellos
se sienten sucesores de aquellos antiguos obispos que preferían morirse
de hambre, antes que aceptar los dineros de los que oprimen a los
pobres.
¿Seguiremos creyendo en el Dios de Jesús? ¿O es que hemos cambiado de
Dios y hemos encontrado otro más cómodo y menos exigente, por más que
sea un Dios cruel con los más desgraciados? Acabo ya. A los que dicen de
mí que le tiro a la Iglesia, yo les pregunto (y me pregunto) si es
mejor seguir callando y hacerse cómplice de estas cosas o, por el
contrario, decir lo que hay que decir, aunque eso lo digamos de la que
dicen que es "nuestra madre". Prefiero que llamen "traidor" a que digan
de mí que mi boca está sellada por el vil dinero. En cualquier caso, mi
convicción es que Jesús y su Evangelio están por encima de todo, también
de la Iglesia.
Sábado 19 de junio de 2010
* Publicado por el autor en su blog: José María Castillo
– José María Castillo Sánchez (Puebla de Don Fadrique, Granada; 1929).
Teólogo de la liberación español, jesuita hasta mayo de 2007, en que
abandona la Compañía de Jesús. Sostiene una visión muy crítica de la
jerarquía eclesiástica. En 1988 fue castigado junto a Juan Antonio
Estrada con la retirada del “placet” de la jerarquía como catedrático de
Teología de la Universidad de Granada, según Joseph Ratzinger, actual Papa.
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