La noticia llegó escueta, Piñera electo Presidente con el 51.61% de los votos. Después de 20 años en el poder la Concertación de Partidos por la Democracia se revuelca, en estos días, en su propia soberbia y muerde el polvo de la derrota.
Ninguna de sus argucias, como esa de que “hay que parar a la derecha” o que “somos el progresismo” dieron resultado. Los socios útiles provenientes de la izquierda claudicante, en particular, del Partido Comunista y su “Juntos Podemos” que pactaron con anticipación votar por Eduardo Frei tampoco pudieron salvarla. La carta del “mal menor” –éticamente ya insostenible- que la Concertación tenía escondida en su manga y que la sacó de apuros en ocasiones anteriores, esta vez igualmente, no sirvió de nada. La frustración y la indignación ciudadana acumulada en estos 20 años, hicieron oído sordo a las promesas de última hora y al chantaje y terminaron por mandar al museo de la historia a la agonizante coalición política y su candidato.
La derrota del 17 de enero se veía venir después del estrepitoso desastre electoral de Freí en la primera vuelta. ¿A quiénes van a culpar ahora de la derrota? Van a culpar a los más de 3 millones de jóvenes que no se inscribieron, a ME-O, a los indiferentes que no se tomaron la molestia de ir a sufragar, o aquellos ciudadanos que postularon legítimamente la opción del voto nulo?
La derrota política irrecusable representa, sin dudas, el rechazo categórico a las políticas de sus distintos gobiernos. Desde Patricio Aylwin hasta Michelle Bachelet, la Concertación no hizo otra cosa que administrar y consolidar, con bastante éxito, la institucionalidad económica y política heredada de la dictadura.
Es una realidad incuestionable que la Constitución de 1980 y todas las leyes fundamentales que rigen el sistema económico, político, social y cultural de nuestro país fueron impuestas por la dictadura, tales como las leyes que limitan el rol del estado en la economía, que conculcan los derechos laborales y sindicales de los trabajadores, o aquellas que convirtieron en un negocio la salud, la educación y la previsión social de los chilenos. Ninguno de los cuatro gobiernos impulsó reformas profundas destinadas a cambiar los pilares esenciales de la democracia tutelada y el modelo neoliberal.
Desde el inicio se vistieron con el mismo traje neoliberal, sustentaron las mismas ideas y aplicaron las mismas recetas políticas, llegando con el tiempo a parecerse tanto a la derecha que a la hora decisiva de votar, la gente no supo distinguir quien era quien. Los ciudadanos no percibieron ninguna diferencia entre la derecha concertacionista y la extrema derecha pinochetista.
La derrota del “17” expresa también un profundo descontento de los pueblos y los trabajadores quienes han sufrido las consecuencias de los distintos gobiernos. El modelo económico chileno, publicitado como el paradigma de desarrollo para América Latina, sin dudas ha generado una gran riqueza, pero esta se ha concentrado en las manos de unos pocos grupos económicos y se ha logrado a costa de la explotación indiscriminada de los recursos naturales y de los trabajadores. El sistema capitalista globalizado por condición intrínseca produce una creciente desigualdad en la distribución de la riqueza.
Se puede afirmar, inequívocamente, que uno de los legados más nefastos de las dos décadas de gobiernos concertacionistas, según diversos estudios de organismos nacionales e internacionales, es la enorme desigualdad en la distribución de la riqueza. Chile es considerado uno de los países más desiguales del mundo, donde el 10 % más rico de la población chilena se lleva el 41,7 % del ingreso nacional, mientras el 10 % más pobre recibe sólo el 1,6%. Las tremendas utilidades de las grandes empresas y la banca, no tienen ninguna relación con los salarios medios de los trabajadores chilenos, con su precaria calidad de vida y sus escasa seguridad social.
Algunos señalaron que la izquierda responsable debía votar por Freí en la segunda vuelta. En otras palabras, eso significaba que era responsabilidad de la izquierda salvar una coalición política que se esmeró en consolidar la versión más salvaje del capitalismo, que creó niveles extremos de desigualdad económica, que entregó gran parte de los recursos naturales a la voracidad del capital transnacional y que privatizó casi todos los bienes que son de todos los chilenos. ¿De dónde sacaron que podría ser responsabilidad de la izquierda auxiliar a una coalición política que rescató a Pinochet en Londres e impidió que la justicia chilena lo juzgara por sus crímenes, y que ha reprimido de manera brutal los movimientos sociales y al pueblo Mapuche?
Absolutamente no. No ha sido ni será jamás misión de la izquierda consecuente salvar a defensores del capitalismo, a quienes excluyen, oprimen y explotan a la mayoría de los chilenos.
La derrota del “17” fue responsabilidad única y exclusiva de la inepcia y falta de visión de los actores políticos concertacionistas.
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