«Lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber» (Violeta Parra)
por Olga Larrazabal S. (Chile)
15 años atrás 13 min lectura
Avances en Neurociencia
Todos los seres humanos tenemos un rollo. Un rollo en nuestra mente, me refiero, no un rollo en el abdomen y en las caderas, que también puede ser, pero no es el de esta reflexión. Este rollo es el que nos da dirección y sentido de vida, es nuestra canción. A veces alegre y esperanzada, a veces triste, a veces rabiosa y desafinada. A veces es explícita y conocida, la mayoría de las veces se tararea en voz baja y ni siquiera conocemos bien la melodía.
Para algunas este rollo es justamente el de las caderas, sobre todo si usan de esos pantalones de tiro corto diseñado para esbeltas longilíneas, justo lo que no somos, entonces se dedican al físico culturismo convirtiendo la esbeltez en el rollo de su vida. Para otros el rollo es ser rico, y dedican todas sus energías a este tema, y parten a los 14 años criando pollitos o revendiendo dulces en el colegio. Para otros, el rollo es no depender emocionalmente de nadie, ya que sienten que pueden ser heridos, y andan por el mundo de libres desvinculándose de toda atadura emocional. Otros fueron abusados y descuidados emocionalmente y llenos de dolor reaccionan con rabia y su rollo es propiciar conflictos en forma activa, dejando una herencia familiar de resentimiento y una estela de cadáveres o un amurramiento congénito. Así andamos por el mundo sembrando tempestades, sufriendo, buscando fuera de nosotros la felicidad, o la justificación de nuestros dolores y nos llenamos de enfermedades psíquicas y físicas. Andamos repartiendo nuestro rollo personal igual que el organillero reparte su música al aire, atrayendo la atención con el loro o el mono que llevamos en nuestra alma.
Este rollo está grabado en nuestros circuitos neuronales, en nuestro hardware, y hasta hace poco tiempo los neurobiólogos sostenían, casi en forma de dogma, que la circuitería de un adulto era fija, que las neuronas no se multiplicaban y sólo se morían, y que la psicoterapia y drogas eran solo un placebo tipo maquillaje. Que los genes daban órdenes inamovibles y que sólo la ingeniería genética podría, en el mejor de los casos, cambiar algo de nuestro destino.
La evidencia empírica demostraba que los genes no eran tan inexorables, que las personas pueden elegir entre diferentes respuestas a los estímulos del ambiente, que la resiliencia(*) existe, que hay un intercambio de información entre el medio ambiente y los seres vivos que les permite a las unidades biológicas irse modificando; en fin, que este es un mundo de perpetua evolución donde nada ni nadie tiene la última palabra, pero la ciencia tradicional se resistía a cambiar sus dogmas.
La buena noticia es que la circuitería del cerebro cambia. No sólo con un trasplante o por influencias traumáticas del entorno, sino con entrenamiento pensante, cambiando nuestra forma de pensar, de ver las cosas, cambiando nuestro rollo. Y esto se puede educar. Un niño descuidado emocionalmente, se puede recuperar. Un adulto abusado también se puede recuperar. No es instantáneo, no es una píldora, requiere esfuerzo y voluntad de cambiar. Requiere nuevos hábitos de pensamiento y de comportamiento, requiere una vigilancia sobre nuestros pensamientos y como reaccionamos a ellos. También requiere un maestro y un entorno que amorosamente nos corrija y nos enseñe, ya que el amor, la aceptación incondicional y la pertenencia, ya sea de hecho o imaginada, son los grandes sanadores. Porque otra gran noticia que nos transmitió Francisco Varela, el fallecido Neurobiólogo, es que la Empatía, la capacidad de ponerse en los zapatos de otro, es constitutiva del ser biológico, y los fenómenos que nos deprivan de la experiencia de la Empatía, Amor, Compasión, desde nuestra experiencia intra uterina en adelante, nos sacan de nuestra naturaleza básica, juegan con nuestros genes y nos forman un cerebro diría yo, más triste, más agresivo y más proclive a mirar el mundo como amenazante y quizás un cuerpo más propicio a las enfermedades. Así, el punto de felicidad es raramente alcanzable ya que tenemos pocos receptores para la empatía y no emitimos los neurotransmisores que generan el acto de dar amor. Sostiene Varela que nuestro cuerpo y por ende nuestro cerebro se forma en la relación con el otro permanentemente, siendo lo más permanente en nosotros, la capacidad de Discernir (inteligencia) y la capacidad de Empatizar produciendo ambas lo que llamamos Amor.
Somos primero seres Inteligentes y Amorosos antes que seres individuales, dice la biología
Ahora sabemos que el punto de felicidad, que parecía heredado y fijo, se puede cambiar con la meditación y el cultivo del pensamiento amoroso. Aquel Tristón, personaje de los comics que decía:”Cielos, Leoncio” y que vivía permanentemente estresado, puede cambiar. El que acostumbra a ser víctima y anda viendo agresores por todos lados, puede volver a un punto medio más realista.
Para ciertas cosas el cerebro es tonto. Le da lo mismo haber pasado una experiencia, que creer que la pasó. Y la creencia se basa en la memoria, que puede ser selectiva. Ahí tenemos gente que cree que siempre comió pechuga y vive feliz y otros que percibieron que siempre agarraban la rabadilla en los almuerzos familiares, y todos vivieron en la misma casa y fueron tratados iguales. Lo que pasa es que pequeñas diferencias de trato, dejaron huellas tan profundas, que la realidad fue percibida en forma diferente. Una muy buena técnica es reinventarse el pasado enfatizando los buenos recuerdos sobre los malos. Y los malos tomarlos con humor, dentro de lo posible, o despojarlos de la intensidad emocional verbalizándolos de algún modo. Tantas veces se ve que los que más se quejan de la infancia, son los que más maltrataban a sus hermanos pequeños y ellos recuerdan todo lo contrario.
Francisco Varela(**) (1946-2001), Biólogo de la Universidad de Chile, Doctor en Biología de la Universidad de Harvard, y Filósofo, navegó por las aguas de la Neurociencia y de la Filosofía y práctica del Budismo , investigando junto al Dalai Lama y otros científicos, la plasticidad del cerebro, y la relación en ambas direcciones del cerebro y lo que llamamos mente, que son nuestros pensamientos y han hecho contribuciones experimentales maravillosas cambiando el paradigma biológico de inmutabilidad de los circuitos cerebrales.
En 1981, dos científicos norteamericanos recibieron el Premio Nobel por contribuciones a una teoría que ya se ha vuelto insostenible. La neurología y la biología se desarrollan con tanta rapidez que el honorable Comité Nobel ya casi no puede acompañarlas. Mientras tanto, los nuevos conocimientos obligaron a apartarse de los clichés provistos por la física. Grande ha sido el mérito del biólogo Francisco Varela, cuyos trabajos científicos marcaron este camino de rumbo. Parece ser, que los seres vivientes no siguen ciegamente las presiones adaptativas, impuestas por una dura realidad externa. Tanto para la célula, el cerebro humano o para la historia de la evolución toda rige más bien el que una vez cumplidas las exigencias básicas de la vida, los sistemas vivientes gozan de plena libertad de crearse su propio mundo. (Entrevista a Francisco Varela)
El Dalai Lama, hombre santo e inteligente, también tiene un rollo. Su rollo es la Compasión por el dolor y el sufrimiento de todas las creaturas sentientes y el cultivo de esta virtud para que transforme la naturaleza aún tan pre-humana de los humanos, que aún vadea por los campos de la agresión y la defensa, en una naturaleza humana en que la reacción natural instintiva sea la Compasión y por ende la Solidaridad. Así, dicen los budistas, nos libramos de la Rueda del Karma, que es estar atado a encarnaciones sufrientes. Esto lo logran a través del aquietamiento de la mente por la práctica de la meditación en temas como la Compasión Universal y la voluntad de vivir para beneficiar a la humanidad.
Yo lo interpreto como que podemos enfilar con esperanza hacia la utopía de crear un mundo mejor donde seamos más felices, porque ese es mi rollo personal. Creo que es bueno y sano aprovechar las intuiciones del budismo y las disciplinas que de él se derivan, ya que no es una religión, sino una práctica de vida que descubrió como cambiar la naturaleza de las personas a través de una disciplina que modifica sus circuitos neuronales.
Lo que se ha visto es que no se saca mucho con los discursos sobre el tema, con las ideologías tanto religiosas como seculares del hombre nuevo, si no van acompañadas de un entrenamiento que imprima una huella nueva, la huella de la seguridad afectiva, del afecto y protección de nuestros padres, que es la que moldea nuestras neuronas en la cuna Esta huella es la que nos permite ser menos agresivos con los que son diferentes, más curiosos con las novedades, menos apegados a los dogmas, mas compasivos con los que sufren y más dispuestos a ayudarlos en forma activa aún cuando eso signifique una molestia y un sacrificio. Si el organismo sospecha que la vida va a ser de privaciones materiales y afectivas, reacciona estimulando el alerta permanente con la menor cantidad de hormonas posible, casi un stress permanente para estimular la tendencia a la supervivencia, y a no confiar en nada.
Tiene razón Varela cuando dice que en nuestra educación primaria, junto con Castellano y Matemáticas debieran enseñarnos Empatía
Aquí es claro el papel de las religiones que tienen un Dios/Diosa amorosos que protege a todo evento a las personas, el papel de una comunidad de pertenencia que acoge, acepta y ayuda. Cuando una está en desesperación y abandono, junto con gritar “mamá” lo menos que quiere es un discurso teológico moral, quiere que le den un abrazo y tener hermanos compasivos. Y esto al parecer, es universal y el cerebro lo decodifica haciendo cambios químicos que producen alivio y esperanza.
Me impactó el artículo de un periodista mapuche sobre lo que él llamaba la esquizofrenia del chileno (Diálogo (inconcluso) entre un mapuche y un taxista). Por un lado en las encuestas apoyaba la necesidad de una política de reparación al pueblo mapuche, y por otro lado en la conversación coloquial expresaba su xenofobia y su justificación al despojo por ser menos “productivos” o “tecnologizados” o indirectamente por pertenecer a una raza perdedora, en términos de la cultura vigente y su calidad de molestosos y perturbadores del orden.
Bueno, tengo mi teoría al respecto. Creo que eso es así porque el chileno, mestizo de la zona central, se ha impregnado desde la infancia con el maltrato recibido por ser quién es, por una herencia cultural de descuido, y esto no es algo consciente. Sus emociones van desde la identificación con el vencedor, que le puede hacer maltratar al vencido, hasta el odio parido al vencedor, que le hace difícil aceptar cualquier idea que pueda venir del que identifica como opresor, es decir la rebeldía congénita.
Su primera reacción es de altruismo en una encuesta. La acción de contestar no le cuesta nada, no obliga a sacrificar nada ni hacer un esfuerzo sostenido y hay una empatía espontánea con el humillado. Cuando lo piensa más y empiezan otros circuitos a funcionar, circuitos de defensa y de identificación con grupos mayoritarios de la cultura de masas que enaltecen la superioridad del vencedor que posee una tecnología superior, la idea del futuro promisorio de Chile sin esta dificultad de tener que lidiar con la idiosincrasia mapuche que supone primitiva y por lo tanto inferior y un obstáculo para el avance del país, la cosa cambia. Entran a tallar mecanismos defensivos a través de su rigidez para aceptar un pensamiento que le pueda poner a prueba sus dogmas y creencias, echa a andar la maquinaria de la inseguridad y suelta casi un Mein Kampf de tipo criollo.
Aceptémoslo, hasta la canción lo reconoce cuando dice “Y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero.” Eso me huele a uno de esos lapsus de los que hablan los psiquíatras, donde se ve la contradicción y se vislumbra la verdad.
Estos modos de pensar están grabados en nuestro cerebro desde muy temprano, dependiendo de cómo percibimos la protección y el afecto de nuestra madre y padre. Desgraciadamente para nosotros los que elegimos ser padres, nadie nos advirtió ni nos enseñó el estilo emocional correcto para criar a nuestros hijos, porque a nuestros padres tampoco nadie les enseñó nada de eso. Hasta ahora todo ha quedado al juego del azar. Así vemos que hay familias en que los hijos salen alegres y distendidos, centrados de juicio, y otros que viven una ansiedad profunda y todo los estresa, y los que perpetuamente nos desafían con su rebeldía. Antes se pensaba que eran los genes. Ahora se piensa que las relaciones afectivas que rodean la concepción, el embarazo, y la infancia, pueden gatillar el poder de ciertos genes para aumentar o disminuir el número de neuronas receptoras de adrenalina o de occitocina y de otros neurotransmisores en los circuitos del miedo, de la seguridad, del apego, de la curiosidad, etc . Pero lo más importante es que se ha comprobado que este estado puede revertirse por tutores o maestros amorosos a través de la infancia o por una decisión personal adulta de alguien que tocó fondo con su estilo afectivo y tomó la decisión de cambiar. Y así como las viejas pianolas o los organillos tenían sólo un par de rollos que tocaban interminablemente (Japonesita era uno de esos temas) nosotros con nuestra inteligencia sentiente y pensante podemos cambiar la música que andamos tocando por la vida y transformar el loro y el mono en seres humanos felices que creen y practican la buena convivencia.
Por supuesto que no es fácil. El proceso requiere introspección, humildad, una voluntad de hierro para cambiar hábitos, y ojalá un maestro que guíe y un entorno que comprenda y perdone nuestras desubicaciones. Eso de “dentrar a picar” para cambiar la circuitería es el esfuerzo sobrehumano que debe hacer un ser humano para llegar a serlo. Pero algo se puede y nunca es tarde para reinventarse y tener un rollo nuevo.
Por suerte existen en Internet miles de informaciones a ese respecto, existen grupos de autoayuda y técnicas, existe la educación de las emociones en algunos colegios, y la ciencia lo respalda como algo factible y el sentido común como algo deseable. Así un buen día, fuera de teñirnos el pelo y hacer gimnasia para bajar los quilates, o arreglarnos la nariz, podremos salir con una actitud nueva, positiva, compasiva, tolerante que nos ayudará a sonreír cuando llegue la primavera, nos estimulará a volver a oler las flores, a contemplar la belleza del mundo y a sentir el asombro ante la vida. Nuestra pareja, nuestros hijos y nietos lo van a agradecer, y también la sociedad humana en que vivimos.
Septiembre, 2009
Notas:
(*) En psicología, el término resiliencia refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse a muertes o períodos de dolor emocional. Cuando un sujeto o grupo animal es capaz de hacerlo, se dice que tiene resiliencia adecuada, y puede sobreponerse a contratiempos o, incluso, resultar fortalecido por los mismos. El concepto de resiliencia se corresponde con el término entereza.
(**) Francisco Varela : Ver entrevista de Cristian Warnken en La Belleza de Pensar, en Atina Chile del 02 /03 del 2007un poco antes de su fallecimiento; también está en video google. Un diálogo imperdible entre un científico, biólogo y filósofo, con un poeta también filósofo, un verdadero himno a la sensibilidad espiritual y amorosa de la materia y un enfoque científico a la naturaleza profunda del ser.
Sharon Begley: THE PLASTIC MIND Constable & Robinson Ltd, 2009
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