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La pena de muerte o la extensión de la violencia

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Y el rostro del verdugo está siempre bien oculto.
B. Dylan

Sello postal conmemorativo del primer aniversario de la abolición de la pena de muerte en Chile.

Para una reflexión sobre la pena de muerte, no está de más referirse a las experiencias de los sistemas penales de Inglaterra y EE.UU. Ambos países, con raíces democráticas, con escalas punitivas de orígenes parlamentarios y públicos, han evolucionado en direcciones opuestas. Inglaterra, tras largas y persistentes polémicas legales, sociales y políticas, ha eliminado la pena capital. EE.UU., por su parte, ha convertido las ejecuciones en una consecuencia lógica y final -para algunos, eficaz- de su sistema punitivo.

Introducción
Dentro de Occidente, el castigo penal (especialmente la pena de muerte) es justificado de acuerdo a dos razonamientos o a una mezcla de ambos: utilitario y retributivo.

Bajo la perspectiva utilitaria, el propósito del castigo es disuadir a otros (incluyendo al castigado) de cometer actos semejantes. Un castigo severo (y público, como en algunas culturas y regímenes políticos) hará pensar, se argumenta, dos o más veces al criminal en potencia.

Bajo la perspectiva retributiva, hija de la Lex talionis, el criminal recibe su "merecido" (los "just deserts" de los ingleses). Pero lo que el acusado "merece" varía de cultura en cultura, de régimen en régimen, de época en época. Es obvio, entonces, que no todos los "merecidos" son iguales.

Inglaterra: castigar para disuadir
Los historiadores concuerdan en que, en la superficie, los sistemas extremadamente punitivos de Inglaterra y Europa durante los siglos 17 y 18 fueron desarrollados y justificados con la intención de prevenir principalmente crímenes contra la propiedad privada.

Inglaterra, afectada durante los siglos 17 y 18 por una delincuencia persistente e incontrolable, más notoria en Londres y sus alrededores, no contaba con sistemas de policía ni penitenciario para combatir la delincuencia. Por el contrario, el sistema político inglés y la opinión pública, esto es, la clase media y alta, temían que la creación de una policía degeneraría en una pérdida de libertad y un aumento desmesurado del poder del soberano, como percibían había ocurrido en Francia. Pero, inexorablemente, el temor, alimentado por el incremento y persistencia de la criminalidad, en especial contra la propiedad, llevan al Parlamento inglés a determinar un aumento, año a año, del número de crímenes contra la propiedad para los cuales la pena es la ejecución del acusado.

En un intento de disuadir a los delincuentes [1], Inglaterra llega así a tener más de doscientos delitos por los cuales criminales mayores y menores son ejecutados públicamente. Un historiador, Douglas Hay, concluye en su estudio sobre este período que los gobernantes de Inglaterra del siglo 18 tenían un especial apego por la pena de muerte" [2].

Pero, en la mitad del siglo 18, colgar a un individuo no parece bastar. Así, en 1752, el Parlamento sanciona el "Acta Para Prevenir el Horrible Crimen del Asesinato" donde, agregada a la horca, está la disección del cuerpo del acusado (a través de la entrega del cuerpo a las academias de cirujanos). El Parlamento concluye que la exhibición pública no ha servido su propósito, y "ha llegado a ser necesario que un Terror adicional y una peculiar Marca de Infamia sean agregados al Castigo" [3].

Sin duda, el espejismo de la eficacia punitiva es nutrido por la rapidez del proceso inglés, donde existe sólo una mítica apelación al soberano. Investigadores como Hay sugieren que el régimen inglés no parece estar interesado en la justicia o la retribución (o la rehabilitación, un concepto relativamente moderno) de los delincuentes ahorcados, cuyos cuerpos son entregados a escuelas de cirujanos para su disección luego de la ejecución por robos o falsificaciones mínimos. Los gobernantes parecen apuntar a una ecuación -autoridad, pena, miedo = mejor control- que fortalezca el statu quo. Así, el sistema inglés, apunta Hay, basado en el terror, exhibe en la pena máxima, su "momento climáctico" [4].

El árbol de Tyburn
Las descripciones de las ejecuciones públicas y del trayecto de los condenados desde la cárcel de Newgate al cadalso en Tyburn abundan. Los casi cinco kilómetros entre la cárcel -en carreta o amarrado y arrastrado por caballos- y las manifestaciones públicas de los ciudadanos alimentan una rica y horrible tradición que dura siglos. Múltiples escritos testimoniales aluden a la metamorfosis de las ejecuciones en especies de festivales públicos, con venta de boletos para la ceremonia que, mezclando rito, licor y violencia, eventualmente generará serios desórdenes públicos, cuando, por ejemplo, amigos y parientes se disputen con los cirujanos el cuerpo del ahorcado o se cuelguen de las piernas de los convictos para evitarles largas y dolorosas agonías.

Marks, en el estudio más sistemático y completo de las ejecuciones en Tyburn [5], da 1108 como el año de la primera ejecución in situ en Tyburn, y calcula que hasta 1783, cuando debido a los disturbios las ejecuciones fueron trasladadas a la cárcel misma, más de 50 mil personas fueron ejecutadas allí.

Pero "el árbol de Tyburn" no es el único cadalso. El ya citado Radzinowicz hace referencias a la abundancia de cadalsos en Inglaterra y a la frecuencia de ejecuciones, citando, como ejemplo, un sarcasmo de la época que habla de un náufrago que, al lograr alcanzar una playa de la costa de Inglaterra, da las gracias por salvarse y, al ver tantos cadalsos en el horizonte, da las gracias nuevamente por haber arribado a un país cristiano.

La proporcionalidad (eje fundamental en el balance punitivo) del sistema inglés pierde todo sentido. La relación seriedad del delito versus castigo "apropiado" triza la moralidad del sistema judicial, tal como ocurrirá en sistemas penales posteriores. La reacción de los jueces contra la saña del castigo parece traducirse eventualmente en una náusea punitiva. Aumentan las conmutaciones y, a partir de 1780, hacen pleno uso de la deportación de convictos a Australia que, como colonia penal, "salvará" la vida de más de 150.000 súbditos británicos y emergerá como país al mismo tiempo [6].

¿Cuál es la lección de más de ochocientos años de ahorcamientos, descuartizamientos, quemas públicas y otros castigos igualmente horribles?

Inglaterra, en 1983, aproximadamente a 800 años desde la primera ejecución en el lugar que la mitología popular inglesa conoce como el "árbol fatal de Tyburn", abolió la pena de muerte.

Estados Unidos: La muerte le sienta bien

Ejecución, Prisión de Sing Sing Prison, c. 1890.
Foto: William Vander Weyde

La pena de muerte tiene hoy cercado a EEUU. En el mes de julio de 2000, las cortes de este país tienen ordenada y aprobada la ejecución de más de tres mil personas [7]. Cuando este texto sea leído, el calendario de Internet que da las ejecuciones del mes tendrá nuevos nombres. Los condenados, suficientes como para llenar más de 80 buses, serán muertos posiblemente en condiciones higiénicas y discretas. Fuera de algo inesperado, nada los salvará, ya que la pena es legal (no constituye "un castigo cruel e inusual" prohibido por la Constitución) y mucho más rápida que antes, es decir, con menos apelaciones, gracias al Effective Death Penalty Act firmado por Clinton en los años 90.

¿Cómo llegó EE.UU. a caer en esta situación? Las teorías y explicaciones abundan, pero lo innegable es que la mayoría de este país, que pronto tendrá 275 millones de habitantes, apoya abiertamente las ejecuciones. Hoy, un candidato a la Casa Blanca no puede esperar ser elegido si se opone a la pena capital. De hecho, en julio, la discusión entre los candidatos Bush y Gore más animada y difícil para ambos, fue acerca de cómo proceder con la ejecución de una mujer embarazada.

La restauración de la pena de muerte en 1976 [8], luego de un hiato legal de unos pocos años, creó dos problemas a los estados donde ella existe [9]. Primero, hacerla "democrática", esto es, repartirla equitativamente entre las razas del estado y, por extensión, del país [10].

Segundo, hacerla visual y sensorialmente aceptable. Por décadas, los servicios de prisiones y sus servicios médicos han buscado la higienización del proceso de matar al reo. El horror -la desesperación y lucha del condenado, la sangre y el sufrimiento- es hoy inaceptable. La Corte Suprema con su noción de los evolucionantes estándares de decencia ("evolving standards of decency") pone ciertos tipos de ejecuciones en la categoría de castigo cruel y no usual. La guillotina, por ejemplo, que ofrece la muerte más rápida, no es aceptable hoy porque los estándares de lo que es decente son más altos.

Así, hoy, el acto máximo de autoridad del estado debe mimetizarse en una serie de acciones antisépticas y clínicas de rasgos mínimos y no violentos.

Y, curiosamente, es en un test o prueba de una cámara de ejecución donde encontramos la nota repulsiva. M. Mello, un abogado público (pagado por el estado para defender indigentes), quien defendió condenados a muerte en Florida durante la década de los 80, escribe que rehusó estar presente en las ejecuciones, "porque he visto la cara de amigos y colegas momentos después de presenciar el matar (sic) a uno de nuestros clientes. Lo más cercano a ver una ejecución fue ver un documental donde se hace un test del aparato gasificador de la cámara. La escena de ese conejillo retorciéndose en agonía es de un poder más allá de las palabras" [11].

Un fraude moral
La pena de muerte emerge de un contexto y consenso cultural (del cual las religiones son un componente importante); pero, su expresión física y final es un producto político-judicial. Y, a pesar de la insistencia en la privacidad y secreto, ella es propiedad de la sociedad in toto, no exclusivamente del sistema judicial, las víctimas o el reo.

Luego de examinar escritos, testimonios, leyes, reportajes y argumentos de todo tipo, algo está claro: lo que la sociedad paga por la pena de muerte, en moneda sicológica y moral, no contribuye a la ecología social y moral a que aspiramos. Al contrario, la ejecución agranda y profundiza el proceso de sufrimiento y victimización porque es ahora en realidad un continuum de la violencia original.

Sospecho también que la ejecución, en su rito final del hombre amarrado, encapuchado y usando un pañal enorme, es el acto comunitario de la más alta hipocresía; ni el juez que dicta sentencia, ni los políticos que redactaron las leyes lo matan. El privilegio de "las manos sucias" es dado a humildes funcionarios. En un magnífico dolo moral transferimos este acto ominoso a hombres en zapatillas o a enfermeros de blanco y celeste.

La pena de muerte no es solución, porque la muerte no tiene solución: es decir, en casos donde se puede merecer, donde el horror del crimen es sobrehumano y debilitante, el matar, a pesar de los disfraces y el anonimato, es una nueva etapa del proceso de violencia. Ya no es un acto de defensa instintiva y correcta. Cuando la calma y la reflexión vuelven, el acto de transformar a inocentes funcionarios en verdugos anónimos huele a fraude moral, por la persistencia de su repugnancia. Y, si inmoral es traducible como repugnante, lo apropiado, lo sabio, lo mejor, es alejarse de ello.-

– Artículo Publicado originalmente por Revista Mensaje [*]

Notas:

[*] Revista Mensaje N°492, septiembre 2000, pp. 25-28.

[1] Radzinowicz, Leon, A History of English Criminal Law and its Administration Since 1740, 5 vols., V. I , "The Movement for Reform", (London: Stevens and Sons, Ltd., 1948).

[2] Hay, Douglas et al, Albion's Fatal Tree, Crime and Society in Eighteen Century England, (NY. Pantheon Books, 1975) pág. 17.

[3] Linebaugh, P. en su estudio "Los Disturbios de Tyburn en Contra de los cirujanos" (en Albion's Fatal Tree), pág. 76. (Ver también Marks, citado más adelante, quien habla de "the constantly increasing ferocity of the laws", pág. 78).

[4] Hay, op.cit., pág. 18.

[5] Marks, Alfred, Tyburn Tree: Its History and Annals (London: Brown, Langham & Co., 1908). Cita también que: "En 1649, en una descripción del ahorcamiento de un grupo de veinticuatro personas, se dice que ocho fueron colgados 'en cada segmento del triángulo'". Ésta es la referencia al cadalso o "árbol" de Tyburn que era, en realidad, un triángulo basado en tres pilares, permitiendo así ejecutar convictos en grupo.

[6] En 1836, 38 delitos y 96 faltas podían causar la deportación a Australia. Ver: Hughes, Robert, A Fatal Shore, en varias ediciones recientes, donde se cubre uno de los períodos más interesantes de la historia inglesa y el nacimiento de Australia como nación.

[7] Para ser más exactos, 3.670 de acuerdo a la NAACP, una de las más respetables organizaciones de derechos civiles, entre las que mantienen la vigilancia más antigua sobre la pena.

[8] Desde 1976, 618 personas han sido ejecutadas en el país, de acuerdo a una estadística reciente. Notorio es Texas, donde Bush hijo ha permitido más de 135 ejecuciones, incluyendo una el día de su asunción como gobernador.

[9] La pena existe en el nivel federal (pero es raramente usada) y no todos los 50 estados la tienen en su arsenal legal (los estados sin pena de muerte: Alaska, Iowa, Massachusetts, Minnesota, Rhode Island, Virginia del Oeste, Hawaii, Maine, Michigan, Dakota de Norte, Vermont, Wisconsin , y también el Distrito de Columbia).

[10] El tercer problema (que no examinaré) afecta a todos los sistemas policiales y jurídicos del mundo: que los reos sean realmente culpables en la medida descrita en el veredicto respectivo.

[11] Michael Mello, The Nation, noviembre 27, 1997, en su análisis y crítica de "Death in the Dark: Midnight Executions in America" by John Bassler. La autora de Hombre Muerto Caminando, cita el caso de un condenado de pequeño tamaño, quien se suelta de la silla dentro de la cámara de gases justo antes de que el gas entre, y golpea desesperado las ventanillas. Los guardias detienen la ejecución, lo atrapan y lo atan nuevamente y nuevamente se suelta y ataca las ventanillas. Al tercer intento muere.

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