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En el verdadero bicentenario de la independencia

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A pesar del superávit fiscal, en gran parte producto del alto precio del cobre, Chile es uno de los países de América Latina que tiene más riesgos, a mediano plazo, de una gravísima crisis energética. Se sabe que el petróleo y el gas natural se agotarán en 20 ó 30 años más. Nuestros gobiernos, por diversos motivos, han sido incapaces de diseñar una política de seguridad energética a mediano y largo plazo: jamás se anticipan a los acontecimientos y reaccionan tarde y mal; nuestra demanda de electricidad está calculada en un 7% anual y todo indica que este porcentaje aumentará y  el PIB apenas llaga al 5%, al menos, este año. Es evidente que nuestra conciencia sobre la crisis energética sólo se despierta cada vez que nuestros vecinos argentinos nos cortan la cañería.

Veamos los distintos aspectos de esta clásica imprevisión nacional: Chile no tiene una política de amistad con sus vecinos, por el contrario, es prepotente y cargante; nuestros gobiernos, durante años, apostaron a abandonar a América Latina y privilegiar los Tratados de Libre Comercio con América del Norte, Europa y Asia. Éramos los cartagineses de América del Sur. Como toda decisión política, tiene efectos secundarios: nuestra relación con los países vecinos podemos calificarla como errática, superficial y coyuntural. Durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle nos entusiasmamos con el gas natural que venía de Argentina, pues era barato, seguro ambientalmente y nos protegía de las sequías que, con frecuencia, afectaban a las empresas hidroeléctricas. No sé si Chile ganó o fueron las empresas porque es evidente que no siempre ambos intereses coinciden.

Con Bolivia seguimos en statu quo: mucha conversación pero ningún resultado que permita visualizar la venta de gas boliviano a Chile. Es que es  ingenuo  creer que la agenda abierta pueda dejar de lado el tema de la reivindicación marítima boliviana, por lo demás, toda solución al fin y al cabo supone concesiones mutuas.

Respecto a  Venezuela y lo único que podemos decir es que nuestra política con ese país amigo, además de desubicada y mal agradecida, ha hecho imposible aceptar la mano tendida del gobierno de la República Bolivariana para incluirnos en una política conjunta, de carácter latinoamericano, respecto al problema energético.

Con Brasil, nuestro principal aliado histórico, no tenemos ningún acuerdo energético y nuestras relaciones políticas son deslavadas y  sin la importancia que requiere el principal país de América Latina. En conclusión, estamos aislados, solos, mal mirados y tenemos que rascarnos con nuestras propias uñas.

La energía eléctrica que consumimos está toda  en manos privadas, en su mayoría transnacionales; este fue un regalito más de Pinochet. Tenemos generadoras, fundamentalmente hidroeléctricas, como Endesa y Enersis y termoeléctricas como Gener y Guacolda; muchas de ellas mezclan ambas fuentes de energía. Se sabe que las hidroeléctricas, además de inundar terrenos agrícolas, tienen el talón de Aquiles en el factor climático  – la lluvia -. Por lo general, estas empresas privadas ocupan los diez primeros lugares en el ranking de rentabilidad, constituyen un alto porcentaje del índice Ipsa, que este año ha subido un 20%. Enersis, Endesa y Gener pagan entre un 40 y un 50% por la cotización de sus acciones. Si usted es accionista de cualquiera de estas empresas puede estar seguro de que duplicará su capital en dos años. A qué se debe tanto éxito? Primero que todo, al alto precio del nudo de electricidad que paga el consumidor y, además,  la hidroeléctricas han tenido la fortuna de una situación climática excepcional y se han beneficiado de las crisis del gas argentino, y las termoeléctricas  son caras y dañinas para el medio ambiente

Es lógico que la perspectiva del Estado, que se supone debe velar por el bien común, es radicalmente contradictorio con el de las empresas privadas, cuyo único objetivo debe ser dar lucro a sus accionistas. No hay que pedirle a las empresas amor por el país que las acoge, ni menos responsabilidad por los problemas nacionales.

Claro que hay organismos reguladores, pero en un Estado pequeño, como el nuestro, donde predomina el capitalismo salvaje, sus facultades son magras y, además, no pocas veces actúan a favor de las empresas, chantajeados ante la idea de que estas abandonen sus inversiones en Chile; lo único que interesa es tener contento al inversionista, aún a riesgo de destruir el medio ambiente. Me atrevería a llamar a Chile un Estado “geischa.

¿Qué hacer entonces? La única solución conocida es diversificar la matriz energética, pero no cualquier diversificación:  no se trata de comprar a altos precios gas licuado, de los países asiáticos, que puede ser una solución momentánea, pero no estratégica. No hay más camino usar fuentes de energía perdurables y amigables con el medio ambiente, como la solar, la eólica, geotérmica, de desechos orgánicos y agrícolas, entre otras. Chile es un país volcánico, su territorio está colmado de aguas termales, la energía geotérmica es barata y absolutamente limpia. La energía solar tiene sobra en el desierto de Atacama; tenemos 5.000Km. de mar, cómo no explorar el poder de las olas. Si agregamos los productos de la agricultura, explotados en todo el mundo, como sustituto del petróleo, Chile tiene una inmensidad de posibilidades en su naturaleza para ser rico en energía. Por qué no ponemos manos a la obra?

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