Del Centenario al Bicentenario
por Rafael Luís Gumucio Rivas (Chile)
16 años atrás 10 min lectura
Santiago-Buenos Aires
El paso del cometa Halley
Edmundo Halley, nacido en Londres en 1658, amigo de Newton, descubrió el famoso cometa que lleva su nombre y que en cada una de sus apariciones inquietó a los humanos. En 1456 los turcos habían ocupado Bizancio y, hacia esa misma fecha apareció el cometa. ¡Líbranos Señor del demonio, del turco y del cometa!, decían los bizantinos.
El 19 de mayo de 1910 el cometa pasó por Buenos Aires sin aportar ninguna catástrofe que empañara las fiestas del Centenario, pero sí hizo daño en Chile: ese mismo año murió el secretario del presidente Montt, aplastado por un ascensor; Pedro Montt, presidente de la república murió, en agosto, en Bremen y, en septiembre, el vicepresidente, Elías Fernández Albano.
Chile y Argentina son como países siameses, unidos por la espina dorsal de la Cordillera de Los Andes. Cuando joven, viajé a Buenos Aires, ciudad que me impresionó por su riqueza barroca y europea. En esos tiempos Santiago era apenas una aldea, algo así como la ciudad de Los Andes – con el perdón de los andinos-. Los pobres bonaerenses se paseaban con terno, zapatos y sombrero, mientras los rotos santiaguinos andaban con poncho y hojotas; éramos como la aldea de Buenos Aires y ni siquiera podíamos compararnos con Caballitos – para qué hablar de Palermo o de La Recoleta.
Más allá de las apariencias siempre se puede encontrar puntos de contacto entre la historia argentina y la chilena: en 1910 gobernaba en el país vecino José Figueroa Alcorta, el famoso jettatore, que profitaba de la fama de sus antepasados; en Chile, don Emiliano Figueroa – dos presidentes del mismo apellido, pero distintos de personalidad. En el año 2009 dos mujeres gobiernan en sus respectivos países, cuyas personalidades son también muy diferentes: Michelle Bachelet, muy hábilmente, gobierna en base a “comisiones” y con un embriagador encanto que, a veces, no es valorado por sus conciudadanos, acostumbrados a los mandones; Cristina tiene una belleza sin igual y posee una verba poderosa y mucho tintuco
El fecha del Centenario lo celebró Argentina en el mes de mayo y la fiesta de conmemoración fue apoteósica: el teatro Colón, de Buenos Aires, recién inaugurado, recibió a los más famosos tenores del mundo, entre ellos Anselmo y Pintucci, además actuó el teatro de María Guerrero, famosa Compañía española. Antes, Alberti había cumplido el slogan de “gobernar es poblar”, trayendo a millones de emigrantes italianos y españoles, que conformarían la poderosa clase media argentina. En Chile, la inmigración latina provocaría el escándalo del nacionalista Nicolás Palacios quien, sin embargo, no rechazaba la venida de los germanos.
En Argentina los anarquistas eran poderosos y amenazaban con boicotear las fiestas del Centenario, a punta de bombas. El 26 de octubre de 1910, cuando se presentaba la ópera Manón, de Massenet, explota, en le teatro Colón, una bomba que deja varios heridos. En Chile, la huelga de los pampinos había sido aniquilada a sangre y fuego , en diciembre de 1907, en la Escuela Santa María de Iquique.
La delegación chilena invitado a la conmemoración del Centenario de la independencia de la república argentina estuvo encabezada por el presidente Pedro Montt, acompañado del presbítero Ángel Jara, famoso por sus alocuciones sagradas y patrióticas; era el “rey de los Te Deum”, y de don Arturo Alessandri Palma – en ese entonces furibundo diputado opositor quien, por primera vez, lució sus capacidades oratorias. Fue cierto que la delegación chilena no fue la más importante, pues también fue invitada la Infanta Isabel de España. Argentina se dio el lujo de que el tigre Clemenceau relatara con detalles y admiración las actividades del Centenario. La oligarquía combinaba la ópera, el teatro, la hípica y las regatas, en dimensiones gigantescas, no comparables con las chilenas.
En ese tiempo Chile y Argentina debían elegir nuevos presidentes de la república; en nuestro país, se disputaban los votos de la Convención de la Alianza Liberal Agustín Edwards, millonario banquero y dueño de El Mercurio; Juan Luis Sanfuentes, especulador de la Bolsa y constructor y destructor de gabinetes ministeriales – dos políticos no muy diferentes de Sebastián Piñera, pero el primero con mayor calado cultural -; Enrique Mac Iver, anciano líder radical e, incluso, un demócrata como Ángel Guarello. Ninguno de estos candidatos logró el 60% exigido por el reglamento de la Convención, Muy a la chilena, al final se llegó a un candidato de consenso, el octogenario Ramón Barros Luco, que había sido parte de dieciocho ministerios, en la historia de la república, y líder del Partido Congresista contra Balmaceda; era el mandarín humorista, que anunciaba la decadencia, según Edwards Bello.
En Argentina, la elección fue mucho más sencilla: José Figueroa Alcorta impuso a Roque Sáenz Peña, quien estaba muy cómodo como diplomático en Roma. El gobernar desde lejos no era nada nuevo en la Latinoamérica oligárquica; según Edwards Bello, Patiño el rey boliviano de estaño, sólo estaba dispuesto a presidir su país desde París.
Ramón Barros Luco y Roque Sáenz Peña tenían ochenta años cuando ocuparon la presidencia; el segundo murió durante su período, en 1913, y su sepelio fue sólo para caballeros, pues la policía expulsó a los obreros que querían rendirle homenaje. Al parecer, los Centenarios se prestan para elegir a presidentes viejos y experimentados; claro que en Chile, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y no tienen una edad comparable a Barros Luco y Sáenz Peña, pues no llegan a los 70 años, y es muy posible que uno de ellos ocupe el sillón de O`Higgins si logra vencer a Sebastián Piñera
Argentina, al igual que Chile, también tuvo sus críticos del Centenario: José Ingenieros, autor del “Hombre mediocre”, dedicado a Sáenz Peña, quien en su sepelio exclamó, al ver la multitud, “se ve que no han leído mi libro”. Manuel Ugalde – una especie de Valdés Canje argentino, escribía en su obra “Causas y consecuencias de la revolución americana”, que “hay naciones proletarias, que participan de la lucha de clases en el plano internacional”. Ugalde se anticipó en varios años al “Estudio de la Historia” de Toynbee; en “el porvenir de la América española” escribe sobre la necesidad de nacionalizar los servicios públicos, las minas y terminar con el latifundio, idea válida hasta hoy.
En 1912 se inauguró la primera línea del subte y, en Chile, tuvimos que esperar hasta los años 70. En ese mismo período comenzó a explotarse el petróleo, en Comodoro Rivadavia, la tan despreciada Patagonia que Chile regaló a Argentina, basado en las obras de Darwin, en el sentido de que ese territorio era un desierto inútil, ahora convertida en un paraíso de enormes riquezas, no sólo por el petróleo por la ganadería y los cereales. Argentina se convirtió en el granero del mundo. En esos años se crean los principales Clubes de fútbol, Ríver Plate y Boca Junior.
En 1912, Sáenz Peña reforma la Ley Electoral imponiendo la lista incompleta y el voto secreto, lo que permite el triunfo del “peludo” Irigoyen la Unión Cívica Radical. La revolución electoral argentina fue muy anterior a la Chilena. La haute argentina abre sus puertas a los advenedizos del dinero y, aunque más tarde que la oligarquía chilena – que lo había hecho en el siglo XIX, que abre sus puertas a los Walter Martínez, los Edwards y los Mac Iver, lo lleva a cabo con mayor fuerza al atraer a los inmigrantes. La oligarquía argentina tenía el mismo desprecio que la chilena por los provincianos, por ejemplo, no soportó nunca al “cuico”, frase que se emplea para los habitantes del alto Perú y no para los personajes de clase alta, como en Chile. El presidente Victoriano de la Plaza era salteño y le quedaba muy mal el frac aristocrático, lo cual ocasionaba la burla de las señoras aristocráticas.
Los partidos políticos argentinos se dividían en tres principales corrientes: el oligárquico Partido Nacionalista, el PAN, los radicales de Irigoyen, que eran evolucionistas y los socialistas, de Palacios. Más importe que los partidos eran las Uniones Sindicales: la FORA, Federación Obrera regional Argentina, de tendencia anarquista, y la CORA, Confederación Regional Argentina, de tendencia socialista moderada.
En 1914 Tanto Chile como Argentina fueron neutrales en la Primera Guerra Mundial, sin embargo, en ambos países había distintas tendencias, desde germanófilos hasta afrancesados. Muchos aristócratas chilenos y argentinos murieron en la Guerra Mundial sirviendo a Francia o a Alemania.
Las relaciones entre ambos países siameses no han sido siempre fáciles: en los años 50 Juan Domingo Perón quiso extender el Justicialismo a Chile por medio de Carlos Ibáñez del Campo; la oposición, que iba desde conservadores a socialistas, logró desaforar a la senadora María de la Cruz, por un asunto de contrabando de relojes con Argentina. Recuerdo que en el Colegio de los Padres Franceses nos hacían rezar para que cayera Perón, en esos tiempos considerado un hereje. En mi juventud, me correspondió comprobar la influencia de la política argentina en la elección del radical intransigente, Arturo Frondizzi, quien tenía carteles en la Plaza de la Constitución.
¿Cuál será el destino de ambos países para el Bicentenario? Es difícil augurarlo. Se sabe, como en el caso de Argentina, que los pueblos reaccionan con bastante fuerza, especialmente verbal, cuando ocurre una situación, como el défault de los bonos y el Corralito. Poco sabemos qué podría pasar en Chile en una situación parecida. Son pueblos que, aun cuando colindantes, tienen distinto carácter, identidad y ethos culturales.
En lo político, no sabemos si tendremos un presidente populista de derecha, como Sebastián Piñera; por lo menos, personalmente, tengo claro que el populismo de derecha, que se expresó en Menem, Fujimori y, en la actualidad, en Álvaro Uribe y Felipe Calderón, han sido y son fatales para América Latina. Para qué hablar de los desastres de Bush y de Sarkozi. A lo mejor, tendremos a Eduardo Frei, por el momento, parece no haber ninguna sorpresa, similar a la de Michelle Bachelet.
Según Alain Ruque, profesor de la Escuela de Altos Estudios, en Francia, uno de los mejores especialistas sobre Argentina, el país se dividía en radicales, militares y justicialistas; los primeros parece que no volverían, después de los fracasos de Raúl Alfonsín y de Fernando de La Rúa; los militares genocidas son repudiados por el pueblo, sólo queda la disputa entre las distintas fracciones justicialistas. Es difícil prever la duración del gobierno de la “familia K” y qué fracción justicialista la reemplazará. En historia, es imposible vaticinar el porvenir, dejémosle esa tarea a los economistas, que siempre pronostican a posteriori.
Chile y Argentina han cambiado mucho. Hace pocos días me divertí viendo uno de estos siúticos almuerzos de Mirtha Legrand, donde los invitados eran senadores, en ese momento muy prestigiados por la votación de la Cámara Alta a favor del agro. Era muy divertido ver cómo alababan a Chile, un país ordenado y donde las instituciones funcionan bien, otrora Santiago un pequeño “barrio” de de Buenos Aires. Los buenos padres conscriptos argentinos ignoraban la desaprobación popular que en Chile existe por sus pares chilenos. Es lógico: los argentinos se encontraban en una parusía, después de seis años en que el pueblo gritaba “que se vayan todos” y golpeaban a los políticos en los restaurantes.
Lecturas recomendadas:
1. Saénz, Jimena, Memorial de la Patria. Entre dos Centenarios, 1910-1916, La Bastilla, Buenos Aires.
2. Castedo, Leopoldo, Chile, vida y muerte de la República Parlamentaria, Sudamericana, 1999.
3. Edwards, Bello, Joaquín, Crónicas reunidas, No.1, 1921-1923, U. Diego Portales, 2008.
4. Antología de Familia, Sudamericana, 2002.
5. Reyes, Soledad, Chile en 1910, una mirada cultural en su Centenario, Sudamericana, 2004.
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