El 22 de marzo de 2008 se conmemoró en Bolivia el Día del Mar, fecha en que se recuerda la pérdida de Antofagasta, Calama y la salida al mar en la guerra con Chile en 1879. El tema de la mediterraneidad boliviana ha sido finalmente incluido en una agenda de trece puntos que tratarán autoridades chilenas y bolivianas.
Entre los trece puntos se encuentran la integración fronteriza; el libre tránsito; la habilitación del Puerto de Iquique; la integración física; la revisión de los pasos fronterizos; la complementación económica; las aguas naturales del Silala y los recursos hídricos; algunos instrumentos de lucha contra la pobreza; seguridad y defensa; la cooperación para el control del tráfico ilícito de drogas [¿no será tráfico de drogas ilícitas?] y de productos químicos esenciales y precursores (ver en La Tercera).
No es fácil saber cómo se ha llegado a este programa de trece puntos.
Algunos temas parecen haber sido incluidos muy arbitrariamente y no se entiende cómo puede pretender Chile entrometerse en cuestiones que son en verdad de la estricta y única incumbencia de Bolivia.
Quizá el optimismo que han mostrado las autoridades bolivianas es algo prematuro. Ni las autoridades ni la población chilenas parecen muy inclinadas a satisfacer las demandas bolivianas de salir al mar, cuya única solución consiste en ceder a ese país una franja territorial.
Hace dos años se realizó en Arica, antigua ciudad peruana, una encuesta de opinión metodológicamente impresentable en el que la mayoría de los entrevistados rechazaba la cesión de mar a Bolivia.
Pese al carácter chapucero, esta tendencia se ha visto ratificada por otros sondeos. Los chilenos se oponen mayoritariamente a ceder una franja a Bolivia.
Se sabe que Chile se ha opuesto a cualquier discusión sobre una eventual salida al mar de Bolivia. No faltarán los argumentos, que políticos y diplomáticos chilenos suelen esgrimir y que se resumen en que, según Chile, la ley y los tratados internacionales impedirían que Bolivia acceda al mar. Según la ley porque Bolivia y Chile firmaron un tratado o pacto que da por dirimido el conflicto, y según los tratados porque sin la intervención de Perú no se podrían iniciar conversaciones con Bolivia sobre este asunto.
En estos días se han esgrimido los dos argumentos.
Las excusas abundan al sur de Bolivia. La verdad es que la clase política chilena, de todo signo, no tiene la menor intención de permitir que Bolivia salga al mar.
Hace tres años el presidente Lagos sacó de su cargo al cónsul chileno en La Paz por expresar simpatía por el anhelo boliviano de salir al mar.
En comparación, el gobierno de Bachelet ha sido mucho más generoso con Bolivia, aunque todavía debe determinarse en qué medida está Chile dispuesto a ceder esa franja territorial y sus palabras no son simplemente intenciones huecas.
Quizás no es conveniente que Bolivia recurra al gas o a otros recursos para usarlos en su intento de acceder al mar. No tiene ningún sentido y no hará más que reafirmar a Chile en su rechazo de toda negociación.
Chile no devolverá territorios bolivianos. Es más posible que Chile ceda territorios, con o sin soberanía, sin mención alguna del pasado.
Chile debería ceder territorios a cambio de nada, simplemente como gesto de solidaridad y de buena voluntad. Es evidente, y evidenciaría una terrible mala fe, pretender que la ausencia de mar no obstaculiza el desarrollo de Bolivia y que Chile debe esperar a que las clases altas finalmente manejen bien ese país. Bolivia es un país incapaz de gobernarse a sí mismo, argumentan muchos chilenos. Su inestabilidad es tan intensa que firmar tratados o pactos con Bolivia es un absurdo, sostienen otros. Pero justamente Chile contribuiría enormemente a la estabilidad de Bolivia si cediese a ese país una franja marítima. En todo caso, no es de incumbencia de los chilenos si ese país es estable o no.
Chile, sin duda, puede vivir sin los kilómetros de costa que para Bolivia son tan esenciales para recuperar su dignidad y fortalecer su camino al desarrollo -y antes que eso, sus esfuerzos por escapar del abandono y la miseria.
Muchos se oponen a la idea de que una franja marítima pueda estar bajo soberanía boliviana. ¿Qué importaría? Todos los países del mundo colindan con zonas soberanas de otros países. Y es evidente que Bolivia necesitaría gobernar la zona recibida, aun si sólo fuera por razones de orden público. Pero también es posible pensar en una zona de soberanía compartida. También es posible crear una zona integrada boliviano-chilena. Con buena voluntad, hay muchos desarrollos posibles.
En cierto sentido, se comprende que los chilenos no quieran tocar la historia -como se entiende también que los bolivianos sí recurran a ella. Pero ha pasado mucho tiempo y nada obliga a que las generaciones actuales se sientan solidarias o partícipes de conflictos de generaciones pasadas. Nadie puede sentir orgullo por estar geográficamente emparentado con los soldados que invadieron Perú y Bolivia para saquear sus ciudades y cometer otros actos de bárbara violencia. No se trata de eso. Si Chile debe ceder mar a Bolivia es por un simple y humano gesto de solidaridad y fraternidad.
Bolivia, uno de los países más pobres de América, necesita con urgencia los recursos que pudiese obtener con una salida al mar. El desarrollo y estabilidad de Bolivia sería ciertamente de gran provecho para Chile.
Si Bolivia tuviese con una salida al mar no se contaría hoy entre las naciones menos favorecidas del continente, con una población mayoritariamente analfabeta y en un estado de abandono social asombroso.
Chile daría un gran paso -ese paso que esperan muchos en América del
Sur- cediendo suficientes territorios para hacer posible ese anhelo boliviano. Chile debería dejarse de pretextos para eludir una decisión que habrá de tomar alguna vez y que sería bueno que la hubiese tomado ayer, y no hoy. El desarrollo de Bolivia y su participación en la vida económica, social y cultural del sur de América es un reto histórico y la cesión de una salida al mar por Chile constituiría también para ese país un acto histórico de solidaridad y nobleza.
No se entiende bien, en verdad, qué motivos profundos podría tener Chile para no ceder una franja de esos territorios antiguamente bolivianos a Bolivia, sobre todo teniendo en cuenta que Chile posee una muy larga costa de varios miles de kilómetros. Y las tradiciones históricas no son motivo suficiente para que Chile siga eludiendo esa responsabilidad: tender una mano a Bolivia y ayudarla en su incierto aunque necesario camino hacia la modernidad. Y, si Dios quiere, hacia la justicia social.
[mérici]
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