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La política y los negocios, Sebastián Piñera y Juan Luis Sanfuentes

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La relación entre política y negocios siempre ha sido perjudicial para la probidad pública: a mi modo de ver, en ella se encuentra la raíz de la corrupción política y administrativa. En nuestra historia no pocos exitosos capitanes de industria, dueños de bancos y de empresas, hábiles triunfadores de la Bolsa, han incursionado en el llamado servicio publico; la mayoría de estos millonarios tuvieron mucho éxito en los negocios, pero fracasaron en el intento de ocupar el sillón de O’Higgins. Así ocurrió, en 1871, con el empresario minero José Tomás Urmeneta, posteriormente, en la república parlamentaria, con Agustín Edwards y, en el presidencialismo, con Gustavo Ross Santamaría – derrotado por Pedro Aguirre Cerda en 1938- y Arturo Matte Larraìn, vencido por el “general de la escoba”, Carlos Ibáñez del Campo, en 1952. Los únicos dos exitosos hombres de negocios que han logrado la presidencia de la república fueron Juan Luis Sanfuentes (1915-1920) y Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964).

Errónea e ingenuamente algunos confunden la capacidad para dirigir empresas o ser participe de especulaciones financieras con aquellas exigibles para Conducir  el Estado. La historia nos prueba que el éxito de estos prohombres en los negocios no llevan, necesariamente a dirigir  adecuadamente un gobierno; por ejemplo, Juan Luis Sanfuentes sólo anticipó el derrumbe que se veía venir en la república parlamentaria, incluso, en el plano económico y termino su periodo pifiado, cuando en el Salón de Honor del Congreso Nacional entrego la Piocha de O’Higgins al León de Tarapacá, Arturo Alessandri Palma. Don Jorge Alessandri hizo un gobierno gerencial – que terminó comido por la inflación y tuvo que entregar el poder a Eduardo Frei Montalva, líder de “la revolución en libertad”- y en las elecciones de 1965 los partidos Liberal y Conservador fueron  repudiados por el electorado: un completo fracaso del único gobierno de  derecha desde 1938. Es evidente que conducir La Papelera no es equivalente al buen gobierno.

Tratando de imitar a Plutarco en sus famosas Vidas paralelas intentare comparar a Juan Luis Sanfuentes con el candidato Sebastián Piñera Echenique. Como siempre en Chile, es difícil distinguir el ser del no ser, por consiguiente, hasta ignoramos si Sebastián Piñera es o será el candidato de la Alianza por Chile; nos aventuramos a creer que va a serlo, a pesar de los obstáculos que le pone, permanentemente, el hamlético Joaquín Lavín. Sanfuentes y Piñera se asemejan en la extraordinaria habilidad para conseguir grandes rentabilidades en sus empresas y en el diversificado portafolio accionario. Cabe  reconocer que ambos políticos, el de ayer y el de hoy, son los millonarios más connotados de nuestra historia.

No sé por qué a estos dos personajes, que podrían gozar de sus millones, siempre les pica el bichito de la política; es la condición humana de ambicionar cada día más poder. Tanto Sanfuentes como Piñera han sido una especie de “patitos feos” en sus respectivos partidos: el primero era hijo de un gran poeta y hermano del predilecto del presidente mártir, José Manuel Balmaceda; que se sepa, nunca leyó un libro, salvo algún folletón sobre economía. Su apoyo a Balmaceda, durante la Guerra Civil, fue frío y distante. En su Partido Liberal Democrático los líderes eran Claudio Vicuña y Luís Vergara, ambos muy leales a Balmaceda; al comienzo, este  Partido fue claramente presidencialista y laico, aliándose con el radicalismo en contra del partido católico Conservador. Don Juan Luis no tenia nada de doctrinario y poco le importaba pasar de la alianza liberal a la coalición conservadora: un día podría vestir el mandil y otro asistir a misa.

Don Juan Luís era el rey de las maquinas políticas: armaba y desarmaba gabinetes a su amaño,  según Manuel Rivas Vicuña, fue el gran maquinero de la república parlamentaria; dominó, a gusto a los presidentes Germán Riesco, Pedro Montt y Ramón Barros Luco; ningún gabinete podía realizarse sin la consulta y apoyo de Sanfuentes. El Partido Liberal Democrático estaba compuesto, en su mayoría, por ex funcionarios del gobierno de Balmaceda y su vocación era el asalto a la burocracia estatal. Sanfuentes tenía la habilidad de conseguir los mejores cargos y bien rentados para sus hambrientos militantes. Por ejemplo, el poder judicial era una verdadera parcela de los liberales democráticos.

Sebastián Piñera es hijo de un funcionario falangista, el genial “don Pepe” que, por cierto, no ocupó cargos secundarios en la administración pública, sino embajadas y otros puestos de alto nivel. Nadie se explica por qué su hijo Sebastián no militó en la Democracia Cristiana, sino que eligió el despelotado partido Renovación Nacional que, en su seno, abarca de pinochetistas fanáticos, como el negro Romero y el huaso Cardemil, y los chiquillos, supuestamente liberales, de la “patrulla juvenil”. Sólo a los despistados de la Concertación se les puede ocurrir que de este Partido surja una derecha democrática, similar a los antiguos partidos Liberal y Conservador de los Hugo Zepeda y Julio Subercaseaux. Al fin, los líderes del sector liberal de RN se han convertido en el peor cuchillo de la Concertación, incluso quieren desalojarla de la moneda

Sebastián Piñera, al igual que Sanfuentes, no ha sido muy querido por los líderes de sus respectivas alianzas y, en el fondo, han tenido que soportarlos, pues han sido  éxitoso en sus aventuras presidenciales y empresariales. En la última elección presidencial, Piñera desplazó al líder de la UDI, Joaquín Lavín, hecho que obligó a muchos aliancistas a votar por él, tapándose las narices, al igual que lo hicieran los derechistas por Eduardo Frei Montalva. Sanfuentes al fin, en 1915, logró triunfar sobre el candidato de la Alianza Liberal, Javier Ángel Figueroa, en el fondo porque invirtió más dinero en la compra de electores. En esos tiempos todo tenía un precio: la presidencia de la república tantos millones, las senadurías menos y así, en orden decreciente, hasta llegar a los regidores (concejales actualmente). En 1918, la Alianza Liberal arrasó en las elecciones parlamentarias: don Juan Luís, como no tenía ningún prejuicio ni arraigo doctrinario, trató de dividir a la Alianza nombrando gabinetes presididos por Arturo Alessandri y Eliodoro Yánez, ambos líderes del sector más avanzado del liberalismo.

El punto débil de Sebastián Piñera y de Juan Luís Sanfuentes es, precisamente, su relación entre los negocios y la política y los conflictos de interés que sus empresas concitan. En 1906, los liberales democráticos confeccionaron un programa para el posible candidato don Juan Luís Sanfuentes, el cual decía en uno de sus párrafos: “el país quiere ser rico a toda costa y todos queremos serlo. Qué importa que nuestro candidato no haya pronunciado discursos en el senado, cuando no es esto lo que necesitamos. ¿De qué servirían hoy Andrés Bello, Mariano Egaña, Manuel Montt, Antonio Varas, García Reyes, Tocornal, Arteaga Alemparte, Erràzuriz Zañartu, Santamaría y nuestro mismo Balmaceda?” (Citado por Góngora, 1986:85-86). En 1905, el mismo candidato redactó el Manifiesto a los hombres honrados, según él para responder a los “injustos y calumniosos ataques” de que era victima; en este texto trata de probar que en las empresas en que es accionista mayoritario predominan los números rojos: el Banco Nacional ha perdido dinero; en la Compañía La Estrella ha renunciado su directorio; el Banco Salitrero está deprimido; las Ovejas Última Esperanzas  han sido victima de la atmósfera fatal creada por ciertos Diarios y “guerrilleros” en su entorno y ya no daría la utilidad de un 30%, ni siquiera un 15 ò 20%. (Vial, 1981, vol. TomII:604). Así seguía lamentándose el multimillonario Juan Luís Sanfuentes para congraciarse con sus electores, mostrando el empobrecimiento de sus empresas.

Es muy difícil que Sebastián Piñera publique un manifiesto similar, pues todos sabemos muy bien del éxito de sus empresas; nadie le creería que Lan-Chile ha perdido dinero, mucho menos que Chilevisiòn arroja cifras negativas, por consiguiente, se ve en la necesidad de buscar otros métodos para lograr convencer a sus electores, que no mezclara sus negocios personales con la posible candidatura presidencial. Hay columnistas, como Patricio Navia, que lo acusan de “incontinencia bursátil” y que usó su ultima visita a Lima para favorecer a Lan”. Incluso, muchos de sus seguidores de la Alianza le han exigido que renuncie a todos sus negocios y se dedique, a tiempo completo, a la política. Hace tiempo que se viene planteando el famoso “comodato ciego” que, a estas alturas, casi nadie comprende en que diablos consiste este procedimiento. Algo similar ocurre con las famosas leyes respecto al lobby, bastante impracticables en un país plutocrático, donde los negocios y la política están completamente mezclados y que fácilmente se puede pasar de parlamentario a ministro, a director o gerente de empresas privadas. ¿Quién se atrevería a proponer con claridad una línea divisoria entre lo privado y lo público?

En conclusión, la historia ha probado, en múltiples oportunidades, que los personajes exitosos en lo negocios no lo son en la conducción del gobierno de un país.

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