El pésimo reality de la Democracia Cristiana
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
17 años atrás 6 min lectura
En nuestra televisión pública están de moda los realities: son programas dedicados especialmente a la gente que le gusta fisgonear en las vidas ajenas, una especie de comadreo, con cámaras ocultas que muestran toda clase de besuqueos, con aderezos incluidos; la mayoría de las niñas y de algunos varones se dedican a llorar, cual niños de pecho, por haber traicionado a los pololos que tenían antes de entrar al encierro. Se trata de triunfar, por medio de estrategias, que consisten en criticar al prójimo, injuriándolo y calumniándolo. El objetivo consiste en lograr sacar del medio al competidor, eliminándolo por convivencia, lo que generalmente ocurre con el más talentoso. El premio para atraer a los incautos no es una lagaña de mico – millones de pesos en efectivo o departamentos residenciales.
Cuando los partidos políticos se transforman en una competencia de personalismos para lograr puestos fiscales o candidaturas presidenciales, parlamentarias y municipales, sus debates se asemejan a los famosos realities. Algo así está ocurriendo con la Democracia Cristiana: ya no se discuten ideas, ni estrategias de alianzas, mucho menos modelos de sociedad, lo único que interesa es lograr eliminar a los competidores “por convivencia”. Es cierto que el reality de la Democracia Cristiana cada día se parece más, en lo aburrido, al famoso “Pelotón”, programa que dedica a hacer una apología de los militares, en el canal Nacional, financiado por todos los chilenos.
Como los colorines, los muy díscolos se niegan a servir las instrucciones de la pareja Soledad-Gutenberg, no queda otro recurso que lograr su eliminación por convivencia: “¿Cómo osan desobedecer las órdenes de “mi instructor Gutenberg”, en el sentido de llenar de dinero al insaciable Transantiago, concediéndole la miserable suma de $1.000?” En el pelotón DC el honor está en juego y ningún miembro puede negarse a dar su apoyo, dejando en la estacada a Soledad Alvear.
Como el reality está cada día más aburrido, el colorín, Adolfo Zaldívar, intenta atraer a los pocos televidentes – que aún lo ven y disfrutan de sus payasadas – es decir, apenas algunos opinólogos políticos, trata de ponerle pimienta al programa dirigiéndose a una supuesta cámara oculta, acusando a la directiva de Soledad de constituir una asociación ilícita – lo equivale, en el Código penal, a asociarse para cometer delitos -. Cualquiera creería que con tal brutal injuria el rating llegaría al máximo, sin embargo, los ciudadanos ya están acostumbrados a estos insultos, en la política de casta: prácticamente nadie encendió su televisor.
Como esta acusación no diera ningún resultado, Adolfo se siente con mayor libertad para atacar a su amada y odiada camarada Soledad, con una diatriba aún más violenta: acusa a la directiva nada menos que de complacencia con algunos corruptos correligionarios, directores de empresas del Estado. Nuevamente, los televidentes hacen oídos sordos de las destempladas denuncias del díscolo senador.
Vemos cómo el programa del “angelito DC” ni siquiera logra convencer a los despistados pechoños del Partido, razón por la cual Adolfo Zaldívar se ve forzado a recurrir a argumentos y pelambres más de fondo, como indicar con el dedo acusador – al estilo Lagos- al expresidente Patricio Aylwin que, a medida que pasa el tiempo se torna más aburrido y desubicado que los diplomáticos del Vaticano, de ser el creador del famoso “partido transversal”, una reunión de tecnócratas neoliberales y lobistas sempiternos, que han convertido a la Concertación en un muladar de oportunistas, defensores del modelo capitalista. Ninguna de los pocos telespectadores que, por despiste, continúan mirando el reality del colorín logra entender cuál es crítica al modelo: algún ingenuo llegó a creer que se ha convertido en un estatista, un populista, un chavista, un anarquista, un socialista, un jesuita defensor de los pobres, ¡qué sé yo!. Tampoco se entiende esto de “la clase media”, que, manidamente, siempre ha sido utilizada por cuento demagogo ha asomado en nuestra historia política, no sospechamos con qué intenciones. Es que la clase media es, prácticamente, indefinible: cualquiera puede colocar el adjetivo que más le convenga; lo mismo ocurre con las pequeñas y medianas empresas: todos dicen amarlas y considerarlas un factor fundamental en el desarrollo, pero constante las apalean a favor de los monopolios.
Soledad Alvear, indignada, acusa a Adolfo Zaldívar de andar “besuqueando” a la rubia derechista Evelyn Mathei y de pretender lucirse con sus parientes Larraín &Larraín; “es un derechista de tomo y lomo”, le dijo Soledad, poco importa que la Concertación se haya casado detrás de la puerta con la vilipendiada Alianza por Chile”. El colorín acusa a Alvear “de no haber dado el ancho”, cuando fue candidata presidencial y que “se retiró de puro neurótica que es”.
Como era evidente, el Tribunal Supremo de la DC terminó por expulsar al díscolo y personalista colorín Zaldívar, que se muere de ganas de convertirse en un santo y mártir, quemado por el “tribunal de la inquisición” incluso, se cree a la altura del famoso Giordano Bruno, abrasado por las llamas, en el 1600, por defender la libertad de pensamiento. Para más remate, el columnista Carlos Peña lo compara con el reaccionario y muy limitado Arturo Frei Ruiz-Tagle, un pinochetista felizmente desaparecido del escenario político.
¿Cuál será el futuro de los colorines, una vez expulsados por convivencia? Es cierto que en un primer momento han logrado destruir la mayoría política en el senado que, supuestamente, detentaba la Concertación. La verdad es que esta mayoría no existió nunca. Como muchas veces en nuestra historia, los parlamentos elegidos para un presidente de la nación terminan convirtiéndose en un bumerang; así ocurrió con el parlamento para Arturo Alessandri, en 1924, para Carlos Ibáñez, en 1952, para Eduardo Frei, en 1964 y para Michelle Bachelet, en el 2006. Por lo demás, en cada uno de estos casos, todo ocurre a la chilena: gabinetes universales, en empates o en alianzas gobiernistas-opositoras.
La profesión de díscolo es casi imposible dentro de nuestro sistema político presidencial de doble minoría: siempre estos heterodoxos terminan solos. Predicando en el desierto y más cuando sus ambiciones personales de poder son desmedidas. Al final, este será el triste destino de los Flores, de los Cantero, de los Valenzuela, de los Mulet, de los Zaldívar y de tantos otros que, en diversas épocas – por cierto que en las pasadas era por motivos ideológicos y hoy sólo de poder – se atrevieron a separarse de sus casas matrices. Quizás, el único caso exitoso que yo recuerdo es el de la Falange, en 1938, pero que tuvo que pasar muchos decenios en una travesía del desierto.
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