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Carta de Norteamérica: «La guerra es una fuerza que nos da significado»

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“Por segunda vez en una generación, los EE.UU. enfrentan la posibilidad de ser derrotados en manos de una insurgencia”.[Paul Yingling, coronel de ejército norteamericano en servicio activo. Mayo 2007] 
El párrafo continua así: En abril de 1975, los Estados Unidos huyeron de la República de Vietnam, abandonando a nuestros  aliados a su suerte en las manos de los comunistas  norvietnamitas. En 2007, Irak, en condiciones graves y deteriorantes, ofrece una reducida esperanza de una victoria norteamericana y augura el riesgo de una guerra regional más amplia y más destructiva.”   

 

Chris Hedges, un distinguido corresponsal de guerra y escritor,  en su elogiado libro [1] de este título, define a la guerra como un fenómeno existencial con su cultura y motor emocional propios.  

Hedges examina varios de los conflictos que han afectado a distintos pueblos en los siglos XX y XXI y nos entrega su conclusión: más allá  de  que la  guerra corrompe la memoria colectiva, el lenguaje, la visión política, la guerra  termina transformándose en una droga para aquellos que toman parte activa en ella.  

Mientras  tanto,  el resto de la sociedad “acepta términos impuestos por el Estado –por ejemplo, la “guerra contra el terror”- y estos términos fijan los estrechos  parámetros por los cuales somos capaces de pensar y discutir” [p.146]. Pero algo distinto y más extremo ha ocurrido con la guerra en Irak, un conflicto largo y cruel que pasará  a la historia como una guerra singular, inexplicable e incoherente. Para sus múltiples críticos, tanto de derecha como izquierda,  la lógica y el análisis –armas usuales  del proceso político neoliberal– parecen estar paradójicamente ausentes del génesis y conducción de este conflicto armado. 

Un final no imaginable
A partir de esperanzas y promesas casi fantásticas (que la guerra duraría sólo unos meses; que las “fuerzas de la coalición” serían recibidas como liberadores; que el país podría organizarse rápidamente de acuerdo a los moldes democráticos de Occidente) Irak ha llegado a ser un conflicto que carece de una morfología bélica clara.  Pero su singularidad es mucho más especial: la complejidad militar y geopolítica es tal que es imposible imaginar la naturaleza del triunfo o  los contornos de la derrota.  Historiadores, analistas militares y políticos discuten y discutirán interminablemente la atrocidad histórica de aquellos que creyeron –y nos intentaron convencer– que la invasión abriría una avenida ancha a la democracia en un Medio Oriente monárquico, corrupto y autocrático.

Un libro clave e iluminador, FIASCO [2], establece en su comienzo una de sus premisas centrales: que la decisión de G. W. Bush en el año 2003 de invadir a Irak será vista, en su examen final, como una de las “most profligate” in the history of American foreign policy.” La palabra clave en este temprano juicio histórico  es profligate  (disoluto),[3] un adjetivo cuyo filo moral es extremo; es decir, Ricks, un conocedor intimo y testigo en terreno de esta epopeya trágica, ve la decisión de Bush como una de las decisiones mas licenciosas y vacías de sentido moral en la historia de la política exterior norteamericana.

Así, dos preguntas obvias, de gran valor práctico y político surgen de inmediato: una, cómo es que el ejército más poderoso del mundo se encuentra “empantanado”, lejos de una victoria o retirada clara; y, dos, cuáles son las posibilidades de desenlace en este singular conflicto. En abril de este año, un coronel de ejército en servicio activo, Paul Yingling, publicó un controvertido ensayo en una revista de asuntos militares. Su primer párrafo comienza así: “Por segunda vez en una generación, los EE.UU. enfrentan la posibilidad de ser derrotados en manos de una insurgencia”.[4]   Este análisis y siguiente descripción de una derrota por venir, causó los  remezones esperados en las fuerzas armadas estadounidenses, sus institutos de altos estudios y los medios informativos serios. Pero, al mismo tiempo, abrió la puerta a una nueva perspectiva de autocrítica en las fuerzas armadas (con sus consecuentes repercusiones en otros ejércitos,  imitadores perennes de la cultura y modalidad militar norteamericana).

El párrafo continua así: “En abril de 1975, los Estados Unidos huyeron de la República de Vietnam, abandonando a nuestros  aliados a su suerte en las manos de los comunistas  norvietnamitas. En 2007, Irak, en condiciones graves y deteriorantes, ofrece una reducida esperanza de una victoria norteamericana y augura el riesgo de una guerra regional más amplia y más destructiva.” 

El coronel Yingling no ve estas calamidades como atribuibles a fracasos de individuos; por el contrario: “…ellas son atribuibles a una crisis de una institución entera; el cuerpo de oficiales generales de los EE.UU.”. Estos han fracasado en comunicar y aconsejar a los líderes civiles en forma apropiada en lo que se refiere a la aplicación de fuerza para alcanzar las metas de la política en cuestión. 

Su argumento tiene tres  elementos centrales: “Primero, los generales son responsables ante la sociedad de proporcionar a aquellos que crean las políticas (policymakers) una estimación correcta de las probabilidades estratégicas.  Segundo, los generales norteamericanos fallaron en Vietnam y en Irak al no cumplir con esta responsabilidad. Tercero, remediar la crisis en el generalato norteamericano requiere la intervención del Congreso de los EE.UU.”

Pero por provocativos y penetrantes que puedan ser los corajudos comentarios de un coronel –que en un futuro cercano será considerado para promoción a general– el hecho fundamental del conflicto en Irak sigue siendo el liderazgo duro y persistente de G. W. Bush. 

La fe y la claridad
En octubre 2004 el NY Times publicó un largo ensayo sobre Bush donde, entre otros aspectos, examina su tipo de liderazgo, uno de los más fuertes de la historia contemporánea de Estados Unidos, liderazgo que creció, “…sus admiradores admitirán, al reemplazar éste la vacilación y la duda razonable por la  fe y la claridad.”[5]

El ensayo relata también  un incidente en el año 2004, donde Joseph Biden, uno de los senadores de más experiencia en relaciones internacionales, preocupado por las condiciones que surgían en Irak, confronta a Bush en la Oficina Oval.  Ante el panorama increíble entregado por Bush y sus asistentes de que todo va bien y en su ruta adecuada, el senador Biden  relata: “’Sr. Presidente’, le dije finalmente, ‘cómo puede estar usted tan seguro cuando Ud. sabe que no conoce los hechos (facts)’”.  Biden describe que  Bush se paró y puso su mano en el hombro del Senador: “My instincts,” he said, “My instincts.” (“Mis instintos” me dijo, “mis instintos”) 

Notas:
[1]War Is a Force That Gives Us Meaning, Chris Hedges, Anchor Books, Random House NY 2003 (Finalista del National Book Critics Award for Nonfiction)

[2]
Fiasco –The American Military Adventure,  Thomas E. Ricks, The Penguin Press NY 2006. [Ricks es una previo ganador  del premio Pulitzer].

[3]Webster: completely given up to dissipation and licentiousness;  Bartleby: Lacking in moral restraint: abandoned, dissipated, dissolute

[4] LT.Col. Paul Yingling:  “A Failure in Generalship”; Armed Forces Journal, Mayo  2007, originalmente publicado en April 27, 2007

[5] “Without a Doubt”, Ron Suskind, NY Times, Octubre 17, 2004

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