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«El ser humano es el ser supremo para el hombre»

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Laudatio de Antonio Elizalde Hevia en Otorgamiento del Doctorado Honoris Causa a Franz Hinkelammert

Señoras y señores, amigas y amigos:
Para mí constituye una ocasión de gran alegría y honda satisfacción realizar, a nombre de la Universidad Bolivariana, esta presentación de homenaje a nuestro amigo y maestro Franz  Josef Hinkelammert.

Querría presentar sucintamente una semblanza de su personalidad intelectual y de su vasta obra investigativa. Nació en Alemania en 1931. Doctor en  Economía por la Universidad Libre de Berlín, realizó su formación de postgrado en el Instituto de Europa Oriental de esa Universidad, un centro de estudios de excelencia que, en el marco de la guerra fría, buscaba formar cuadros intelectuales especializados en los distintos aspectos de las sociedades del campo socialista. Esta experiencia le permitió conocer profundamente la obra de Marx y Engels, por una parte, y los problemas, expectativas y mitos de la economía soviética y europea del Este, por otra. Por entonces, se interesó particularmente en la ideología contenida en los modelos de planificación de la URSS, donde descubrió la presencia de una “teología” implícita, más allá de la profesión de ateísmo que era corriente en la comunidad científica y en la sociedad soviética, cuyo sentido explicitó y analizó brillantemente en un capítulo de su obra Crítica de la razón utópica de 1984.

Ese interés desembocó pronto en la pregunta por el contenido ideológico (y teológico) de la tradición económica neoclásica, en la que se había formado en Berlín. A partir del estudio comparado de las teorías y modalidades del desarrollo económico en ambos mundos, y de sus respectivas proyecciones utópicas, formuló la tesis de que existían características análogas en la forma en que la teoría económica neoclásica concebía el equilibrio general y la manera en que los economistas soviéticos pensaban el comunismo.

La tesis mostraba, peligrosamente, la existencia de vasos comunicantes entre la teoría del mercado perfecto y la de la planificación perfecta. Por esta vía, su crítica del modelo soviético había derivado en una crítica paralela del modelo capitalista, dibujando un recorrido que no estaba, ciertamente, dentro de los planes del Instituto donde Hinkelammert había desarrollado sus estudios de doctorado y donde había comenzado a desempeñarse como auxiliar docente.

Muy pronto el joven Hinkelammert comprendió que había llegado el momento de abrirse un espacio en otras latitudes, y, como todo buen alemán amante de la luz y el calor solar, pensó en una región más templada, en la que abundaran las flores de azahar. Surgió la posibilidad de radicarse en Chile, país del que muy poco sabía por entonces, y del que ni siquiera sospechaba lo mucho que llegaría a amar.

Radicado en  Santiago a partir de 1963, Hinkelammert vivió en Chile durante los años de la compleja experiencia de construcción del socialismo liderada por Salvador Allende y  truncada con el  golpe militar del 11 de septiembre de 1973.  Esos años de profunda movilización social,  de discusión teórica y de búsquedas militantes, fueron muy importantes en la trayectoria de Hinkelammert. El contacto con una realidad diferente de la europea y de la soviética, así como también con desarrollos teóricos que transcurrían por caminos no transitados en las academias del Centro –como eran por entonces la Teología de la liberación y la Teoría de la dependencia–, lo conduciría a reelaborar todos sus conceptos y teorías anteriores. A partir de entonces forjaría una mirada comprometida con América Latina, que impregnaría toda su obra posterior.

En aquellos años desempeñó una relevante labor académica: fue profesor de la Universidad  Católica de Chile, del ILADES (Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales) y miembro del CEREN  (Centro de Estudios de la Realidad Económica Nacional).  El carácter decisivo de aquellos años es recordado por el propio Hinkelammert  y  señalado por muchos de sus alumnos y discípulos. “Los diez años que Franz  vivió en Chile –dice uno de ellos en una entrevista–  fueron ricos en horizontes anchos y en aprendizajes mutuos. En estos años este profesor alemán vivió la experiencia profunda de llegar a ser compañero de un pueblo [… Fue] formador de más de una generación  de científicos sociales, de teólogos liberadores, de políticos, trabajadores del tejido social y revolucionarios latinoamericanos”[1] .

En esos años escribe sus primeras e importantes obras: Economía y Revolución, El subdesarrollo latinoamericano, Ideologías del desarrollo y dialéctica de la historia y Dialéctica del desarrollo desigual. En ellas responde a la necesidad de discutir las teorías desarrollistas por entonces en boga, desde las cuales se sostenía  para América Latina el modelo de organización social y político del primer mundo como la meta que los países atrasados debían alcanzar por la vía del desarrollo económico. Con estas obras relevantes se convirtió en uno de los más importantes investigadores de la teoría de la dependencia, desde una perspectiva propia que incorporaba a dicha teoría la dimensión crítica de la economía neoclásica, la problemática epistemológica y el estudio comparado de distintos tipos de desarrollo económico. Aquí encontramos una de las primeras críticas latinoamericanas a la teoría neoliberal de Hayek.

El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 conmocionó la vida y el pensamiento de Hinkelammert. Además de verse obligado a regresar a Alemania, donde permaneció un par de años hasta instalarse definitivamente en Costa Rica en 1976, el golpe lo empujó a interesarse nuevamente por el tema de la teología –un tema que nunca le había sido ajeno, ni siquiera en sus años de estudiante en Friburgo, Münster y Berlín–. En sus libros escritos en la segunda mitad de la década de los ’70 y en la de los ’80, ese 11 de septiembre representaría para Hinkelammert el nacimiento de la primer experiencia neoliberal, que se extendería muy pronto tanto por América Latina como por el mundo nordatlántico; una experiencia que desde el inicio descubrió aliada al desarrollo de una teología sumamente violenta y agresiva, que justificó desde el primer día de la dictadura la matanza indiscriminada de militantes, estudiantes, artistas e intelectuales, y que retomaba una vasta tradición represiva dentro del cristianismo. Economía y teología volvían a darse la mano, mostrando las complejas relaciones de dominación que unían por entonces al cielo y a la tierra.

Esta línea de investigación cuajó en un escrito de 1977, “Las armas ideológicas de la muerte”. En esa obra, Franz Hinkelammert, ya radicado en Costa Rica –donde había fundado el Departamento Ecuménico de Investigaciones, institución donde realizaría su trabajo hasta hoy –  retomaría un tema caro a Marx: el fetichismo de la mercancía. 

Las relaciones mercantiles despojan a los individuos de toda determinación cualitativa y concreta, conformándolos como meros propietarios privados de mercancías equivalentes, que, en el marco de una relación jurídica contractual, establecen el libre consentimiento de cada uno cómo única condición válida del intercambio.  En adelante los hombres, como individuos contratantes, se reconocerán como propietarios privados de mercancías, dejando fuera del campo de visibilidad su dimensión real, como sujetos de necesidades, como sujetos directamente sociales. Esa dimensión humana “ausente” es trasladada paradójicamente a las cosas. Los objetos, penetrados por la relación jurídica contractual, devienen cosas dotadas de vida propia, sujetos sociales que se relacionan entre sí. 

El mundo abstracto penetra la realidad concreta y la moldea a su imagen y semejanza. En el seno de la relación contractual ha acontecido una inversión, por la cual lo humano-concreto (el sujeto vivo, corporal y necesitado) ha resultado subsumido bajo el imperio de lo abstracto (la institución mercado).

Para Hinkelammert el fenómeno del fetichismo es un fenómeno inherente a la naturaleza humana. Esta es finita y vulnerable, pero está, al mismo tiempo, atravesada por un anhelo a la infinitud, que sólo puede encontrar consuelo en la creación de dispositivos abstractos. El mercado es, indudablemente, uno de ellos, pero no el único. Otras objetivaciones de la actividad humana también se separan de su productor y se autonomizan: tal sucede con el lenguaje, la ciencia, las leyes y, en definitiva, las instituciones. Todas ellas conforman un mundo de mediaciones abstractas, cuya utilidad para la vida es evidente: nos permite pensar y actuar en términos de una universalidad no limitada al ámbito de posibilidad de la experiencia humana directa. Sin embargo, este fenómeno del fetichismo de las instituciones encierra siempre un peligro: las mediaciones abstractas creadas para permitir el desarrollo humano, tienden a independizarse del hombre, a someterlo e, incluso, pueden convertirse en poderes que matan. 

Este análisis tiene como punto de partida y asume el método de crítica al fetichismo de la mercancía, expuesto por Marx en El Capital, pero, lo desarrolla hasta convertirlo en la estructura de su concepción crítica de la sociedad moderna, la cual ha desarrollado a través de sus obras posteriores. En esta obra encontramos una notable crítica a algunas relevantes teorías de las ciencias sociales contemporáneas como la de Weber y Friedman. Hinkelmmert comprendió muy bien  el sentido del programa neoliberal –desde que comenzó a aplicarse coherente y sistemáticamente en Chile–, el cual lleva al paroxismo el economicismo  de la concepción del hombre y la sociedad. Su análisis concluye caracterizándolo como un “totalitarismo mercantil”, al cual nadie ni nada puede escapar.

En “Democracia y totalitarismo” (1983) Hinkelammert analiza las consecuencias de la entronización de la racionalidad abstracta del cálculo tanto a nivel de los Estados nacionales en América Latina –donde se habían impuesto por esos años las Dictaduras de Seguridad Nacional– como en la sociedad mundial, donde el mercado global, promovido por las burocracias privadas de las grandes empresas, se ha convertido en una institución total, que hace valer sus derechos a costa de la vida humana concreta. Desmitifica el programa de liberalización de los mercados, mostrando que se trata de un intento de realizar el “mercado total” para lo cual todo fenómeno y proceso social así como la reproducción de los proceso naturales debe someterse a la intervención y cálculo mercantil, con la consiguiente distorsión y destrucción de las sociedades y los sistemas naturales.

En el fondo del fenómeno del fetichismo mercantil e institucional está la cuestión de la autonomización de la racionalidad formal y abstracta, la racionalidad de los medios, que se ha separado e independizado de la racionalidad material, o “racionalidad reproductiva” como le llama Hinkelammert y de los fines, hasta el punto de suplantarla y subordinarla. Esta preeminencia atraviesa la estructura categorial de todas las ideologías políticas de la modernidad. En el límite, su explicación se encuentra en una forma particular de relacionarse con lo imposible, propia del hombre occidental: pensar lo imposible como realizable a partir de una aproximación asintótica proyectada al infinito. Bajo diferentes formas: liberalismo, socialismo o anarquismo, el hombre occidental ha compartido la idea de alcanzar el infinito a partir de pasos finitos, esto es, de hacer real y definitiva la sociedad perfecta, y sin conflictos, ya fuera que la misma se llamara libre competencia, planificación perfecta u orden espontáneo.

Estas ideas de Hinkelammert, cuyo origen lejano se encuentra en sus años de estudiante en Berlín, alcanzan su madurez teórica en una de sus obras fundamentales: “La Crítica de la razón utópica”, de 1984. En ella Hinkelammert sistematiza los marcos categoriales del pensamiento conservador, neoliberal, anarquista y socialista soviético. Si conservadores y liberales participan del horror a la igualdad y de la hipótesis de una realidad precaria amenazada por el caos, neoliberales y socialistas coinciden en la hipótesis de la existencia de una institución perfecta: el mercado para unos, el plan para otros. Desde esta perspectiva, las sociedades capitalista y socialista se muestran afines al menos en un punto: ambas comparten una racionalidad abstracta, que sujeta el destino de la humanidad al cálculo y al desarrollo tecnológico.

Hinkelammert entiende la modernidad como el proceso de secularización de la cosmovisión medieval tradicional, en el cual los mundos trascendentes –los mitos de la reconciliación plena del hombre con Dios, con la naturaleza y con los otros hombres, en un ámbito “más allá” de esta vida–, fueron reemplazados por mundos trascendentales, esto es, por idealizaciones (utopías) construidas por abstracción y proyectadas al futuro como mecanismos de funcionamiento perfecto.

Ahora bien, como resulta claro, el mundo trascendental construido por abstracción no es el mundo real, y es necesario evitar la ilusión de confundirlo con él. Y esto es precisamente lo que ocurre cuando se interpreta un horizonte ideal proyectado como empíricamente alcanzable en el futuro, mediante un paulatino proceso de acercamiento, desde la imperfección actual a la perfección total contenida en el concepto trascendental. Este error, en el que se funda todo el utopismo acrítico, es responsable de los procesos de deshumanización desplegados por la cultura moderna occidental a lo largo de sus cinco siglos de historia.

La crítica a la razón utópica de Hinkelammert pone en cuestión el olvido del carácter trascendental de las utopías como esfuerzo imposible por superar la finitud humana. Plantea, en consecuencia, la necesidad de reformular el proyecto social y político, sin renunciar a la emancipación como horizonte imprescindible para ejercer el cuestionamiento de lo dado, pero aceptando el límite de opacidad e imperfección, que remite a la finitud de la propia condición humana. Propone pensar la acción política como una aproximación práctica a una utopía siempre sujeta a reformulación y nunca factible en términos empíricos, pero movilizadora de la capacidad de interpelar el proceso en curso, a fin de intervenirlo y transformarlo en el sentido de una mayor libertad y justicia.  

Ahora bien, el triunfo arrasador del capitalismo en los años noventa, tras la caída del muro de Berlín, instaló la lógica de la única alternativa. Con una virulencia nunca antes vista se ha impuesto una cultura de la desesperanza, que legitima la negación de cualquier otra forma de organización social diferente a la existente,  y la destrucción activa de todos los esfuerzos por construir otras posibilidades. En el contexto de cerrazón del horizonte utópico, a lo largo de sus obras aparecidas en los años noventa, Hinkelammert vuelve a reflexionar sobre la utopía.

En “Cultura de la esperanza y sociedad sin exclusión” (1995) y  “El grito del sujeto” (1998), Hinkelammert demuestra que la actual estrategia de acumulación capitalista, que conocemos como “globalización” es el ulterior último producto del ego imaginor moderno. Se trata de una nueva ilusión, producto renovado del uso acrítico de la razón utópica. El neoliberalismo retoma el mito del mercado como institución sacralizada, especie de divinidad despojada de carácter trascendente, y convertida en un principio inmanente de funcionamiento perfecto y “omnisciente”, que, a partir del choque de intereses particulares de actores individuales en conflicto, realiza automáticamente el interés general. Se trata de una utopía, que, en nombre de la Realpolitik, demoniza todas las demás utopías y se hace pasar por anti-utopía. Proclama el “fin de la historia”, desdeña abiertamente toda búsqueda de alternativas, y combate todas las formas de resistencia que se le oponen; de este modo, se socavan las posibilidades de frenar la irracionalidad que su lógica desencadena y de evitar el suicidio colectivo de la humanidad. 

La ideología del fin de las utopías no es más que la constatación de la pérdida de sentido de la vida humana, el síntoma de la barbarie amenazante de una sociedad basada exclusivamente en el cálculo, que produce como efectos indirectos las grandes crisis globales de la destrucción del medio ambiente, la pauperización creciente y la destrucción de la convivencia humana. Cuando el riesgo de la destrucción del planeta se hace demasiado visible, esta ideología adopta una faceta cínica, una mística de la muerte, que, renunciando a la promesa de un cielo, celebra la consumación de la historia en la producción del infierno en la tierra.

En sus trabajos más recientes –“El asalto al poder mundial y la violencia sagrada del Imperio” y “El sujeto y la ley”, ambos de 2003–, Franz Hinkelammert ha mostrado que esta lógica destructora se manifiesta también en el nivel político. La absolutización de la relación mercantil no sólo amenaza las bases de sustentación de la vida en todas sus formas; también, por la vía de la conformación de un poder económico mundial de carácter extraparlamentario y no sometido al control público ni al voto colectivo
–el poder de las burocracias empresariales privadas– ha socavado la misma democracia liberal.

En efecto, la democracia, entendida como el ejercicio de una ciudadanía cómodamente instalada en el formalismo de la libertad-igualdad jurídica, lleva a la “incapacitación del ciudadano”, obligado a optar entre propuestas y candidatos que, en esencia, responden al mismo proyecto político-económico: la estrategia de acumulación capitalista global. Un programa que ha sido diseñado por los efectivos actores políticos de la “democracia”: los poderes económicos, que controlan la oferta política, y los medios de comunicación. Se consuma así, de nuevo, la  inversión ya señalada anteriormente: en lugar de los derechos del ser humano concreto, se erige el dominio de las instituciones (grandes empresas, medios de comunicación, etc.; en definitiva, el mercado), que, desprendidas de la referencia al hombre como instancia dadora de sentido, se totalizan y devienen “sujetos de derecho”. La democracia se transforma así en el mero correlato político del mercado como institución económica.

Este problema no sólo se plantea al interior de los Estados particulares. Por el contrario, asistimos al “asalto del poder mundial”. Las burocracias privadas de las grandes empresas de producción mundial han colonizado a los Estados nacionales y los usan no sólo para producir las transformaciones legales necesarias para acceder libremente a los diversos espacios nacionales. Pero un poder económico mundial necesita además operar sin interferencias a nivel del mercado internacional total, y para ello requiere apoyarse en un poder superior al de los Estados nacionales, capaz de sostener el mercado mundial y de acallar las resistencias que puedan surgir en cualquier lugar del planeta. 

Hinkelammert ha dicho: “el mercado total no puede sostenerse sin constituir un sistema político y militar totalitario que lo sustente” [2] . El poder económico global, ya hegemónico, requiere un poder político igualmente “global”: un imperio con el poder suficiente para aniquilar cualquier resistencia en cualquier parte del planeta. Un imperio que, para justificar sus intervenciones “humanitarias”, echa mano de un viejo recurso: la supuesta conspiración terrorista mundial, producida por un monstruo que ha declarado la guerra al mundo civilizado (hoy son los terroristas islámicos; antes fueron los judíos, los herejes, los indígenas, los comunistas, etc.). Para “salvar las vidas” amenazadas por el enemigo terrorista, el imperio procede a aplicar la tortura, la detención ilegal de prisioneros de guerra, la desaparición  de personas, el asesinato sistemático de niños y mujeres, etc., todas prácticas que resultan legitimadas como mal menor. Ese  “cálculo de vidas” es la forma que adopta hoy el totalitarismo.

Este totalitarismo del presente posee hilos invisibles que lo unen al totalitarismo del pasado. Hinkelammert produce una interesante reflexión al respecto, a partir del señalamiento de la significación que tiene la reiteración de una fecha en nuestra historia reciente: el 11 de septiembre. Una fecha que une dos acontecimientos distintos, cada uno con su especificidad, pero también análogos desde un punto de vista. El 11 de septiembre de 1973 fue derrocado el gobierno constitucional de Salvador Allende en Chile; con este acto terrorista, que contó con el apoyo cómplice de Estados Unidos, se daba inicio a las Dictaduras de Seguridad Nacional del Cono Sur, que liquidaron a sangre y fuego los proyectos de liberación social y nacional de América Latina y lanzaron las primeras experiencias “exitosas” de políticas neoliberales. El 11 de septiembre de 2001 se produce el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono, que ofrece la excusa oportuna para iniciar la guerra antiterrorista mundial, que necesitaba la estrategia de globalización. Con ella se produce el retorno del concepto de Dictadura de Seguridad Nacional, pero ahora se trata de una dictadura de alcance mundial. Desde la perspectiva que nos ofrece la experiencia histórica, como testigos directos de los efectos de la a implantación de dictaduras de alcance nacional, en Chile, y regional, en América Latina, al servicio de la acumulación del capital, estamos en condiciones de ponderar la significación que posee el intento en curso de constituir un poder estatal terrorista de alcance mundial. Se trata, ciertamente, de una amenaza de alcance inédito, que pone en riesgo la continuidad de la vida en el planeta.

Frente a esa amenaza, es necesario construir una cultura de la esperanza, templada en la experiencia creciente de las resistencias locales y mundiales de millones de sujetos que  luchan por reponer de nuevo en su lugar a los derechos humanos, conculcados en favor de instituciones abstractas. Una cultura que se alimenta de las luchas llevadas a cabo en todas partes para  transformar las instituciones y ponerlas al servicio de los derechos de los sujetos reales y concretos; que se inspira en los ensayos de construcción de formas de democracia basadas en un concepto no meramente contractual de ciudadanía, esto es, de una democracia que se atreva a intervenir los mercados a fin de someter los intereses de las burocracias privadas al interés primero de la vida; en definitiva, una cultura de la esperanza que confía en la capacidad subjetiva de subordinar las leyes, el derecho, el mercado, la política y la economía, al criterio material de la vida de todos (incluida la naturaleza) como condición de racionalidad y de posibilidad de cualquier forma de organización social de la existencia colectiva.

La prioridad del sujeto, como fuente de resistencia que enfrenta a los productos del trabajo humano objetivados,  y de la vida, como criterio material de verdad y racionalidad,  hacen de Hinkelammert un pensador profundamente original en el mundo académico de la actualidad; un pensador que postula claramente un tipo de universalismo ético y político diferente al meramente formal y abstracto. Mientras que este último, generado por la sociedad actual, exige siempre la obediencia de los hombres a las instituciones y, en el límite, su subordinación al mercado como institución paradigmática y universal, Hinkelammert postula, por el contrario, un universalismo del ser humano concreto, cuya vida –que no está referida a ningún universal abstracto sino a la vida empírica y concreta de cada ser humano real- es el criterio de verdad política; un criterio de verdad auténticamente universal, porque juzga a partir de la vida de todos como condición de posibilidad de la vida  individual y de la especie humana.

Franz Hinkelammert representa para nosotros y muchas otras personas en América Latina un maestro y un notable “intelectual orgánico”, pero no en relación a una determinada organización o movimiento social, sino por su compromiso permanente con la dignidad humana de todos, con los derechos humanos de los pueblos, marginados y de cada persona.

Me permitiré hacer aquí algunas referencias personales. Franz Hinkelammert fue mi maestro, no en términos figurados o virtuales como se estila hoy, sino reales. Fui parte del primer curso al cual le hizo clases al llegar a Chile, fui uno en aquella primera generación de sociólogos de la Universidad Católica que lo tuvo como profesor hace ya 44 años, en la década de los sesenta. En la década de los ochenta participó con quienes dimos origen al “Desarrollo a Escala Humana” en la reunión final para evaluar la calidad de esa propuesta teórica, reunión realizada en Uppsala en 1986. Cuando lo invitamos a ese evento dijo inmediatamente que si. Eso ocurrió hace 21 años atrás. En la década de los noventa nos seguimos encontrando en diversos eventos, seminarios y congresos, realizados en distintos lugares de nuestra América mestiza. Hace 7 años atrás cuando lo invitamos a integrarse en el Comité Editorial Internacional de nuestra revista POLIS, él con su habitual sencillez y generosidad estuvo inmediatamente dispuesto a participar en una iniciativa académica que podía poner en riesgo su prestigio intelectual. Así es Franz, mi maestro: un hombre coherente en lo que cree, piensa, dice y hace.

 Como ha sostenido, en el seminario que está ofreciendo en nuestra universidad, existe un imperativo ético del cual depende la sobrevivencia de las sociedades actuales. Este es el de  afirmar que “el ser humano  es el ser supremo para el hombre”, y por tanto debemos luchar contra  toda forma de sometimiento, de opresión y de instituciones y relaciones  sociales  de los seres donde los seres humanos sean explotados, “humillados y ofendidos”. Sólo una sociedad solidaria, que realmente se base en los derechos humanos, -que ponga límites a las lógicas del mercado, del Estado y la ley-, de todos podrá ser una sociedad sustentable, en la cual la los seres humanos podrán realizar su libertad y creatividad.

Por esta y muchas otras razones, nuestra universidad se honra en otorgarle el Doctorado Honoris Causa al Dr. Franz Josef Hinkelammert.

* El autor es sociólogo, Rector Emérito de la Universidad Bolivariana y Director de revista Polis.  Su dirección electrónica es: aelizalde@ubolivariana.cl  

Notas
[1]  Hugo Villela, cit. en A. Ciriza, “Franz Hinkelammert”, en VVAA, Semillas en el tiempo. El latinoamericanismo filosófico contemporáneo, Mendoza, EDIUNC, 2001.

[2]  F. Hinkelammert, “La crisis de poder de las burocracias privadas: el socavamiento de los derechos humanos en la globalización actual”, en Revista de Filosofía, N° 40, Maracaibo, 2002, p. 30.

* Se publica con autorización de su autor.
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