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La Presidente Perdió el Norte

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A un extraño e inquietante espectáculo asistimos en estos días:
Mientras las autoridades de gobierno se afanan para impedir que los chilenos rindan homenaje al presidente Salvador Allende y a las víctimas de la bestial dictadura de Pinochet y sus patrones, la presidente recibe en palacio nada menos que al ex jefe del gobierno español, José María Aznar.

La actitud de la presidente contrasta con la manera grosera, e impropia de una jefe de estado, con que trató en su momento al juez Baltasar Garzón, un verdadero amigo de Chile y al que los chilenos debemos tanto por su ayuda en la lucha por llevar a justicia a los criminales y por recuperar algo de la libertad perdida. Pues entonces, en agosto de 2006, según recuerdo, la presidente y otras autoridades de gobierno no solamente no hicieron ningún intento de demostrar al juez el reconocimiento que merecía, sino que además tuvieron la grosería de no recibirle.

Recuerdo que entonces las autoridades arguyeron que no podían recibirle en palacio (que parece que la presidente olvidó que no es suyo sino de los chilenos) porque el juez no ejercía ningún cargo público electo y no había venido a Chile en el marco de ninguna actividad oficial. Entonces el argumento sonaba falaz. De hecho, tratar al juez Garzón de esa manera fue un acto de una increíble bajeza e ingratitud.

Pero el juez Garzón estuvo felizmente en mejor compañía que la de la presidente: lo recibieron en el aeropuerto la presidente de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, Lorena Pizarro, y otros activistas por los derechos humanos. También fue nombrado doctor honoris causa por las universidades Central y Arcis y tuvo durante su estadía en Chile numerosas muestras espontáneas de afecto y gratitud de la ciudadanía.

Aznar es una de las figuras más deleznables de la historia política reciente de España y del mundo. Como uno de los infames constructores de la guerra contra Iraq, será probablemente juzgado por crímenes contra la humanidad, cuando sea posible hacerlo. Aunque se presenta como demócrata y liberal, es en realidad una gárgola: tiene el dudoso honor de haber reconocido, al igual que Chile, como gobierno legítimo, la bruta dictadura del patrón Carmona en Venezuela, que sólo duró cuatro días y en los que mandó a matar al presidente legítimo, Hugo Chávez. Los soldados se negaron a ejecutar la orden. Recuperada la constitucionalidad, Chávez le dejó escapar a Colombia. Otros, y justamente, habrían sometido al patrón insolentado a un juicio rápido.

El ex presidente español jugó un papel deleznable y hasta ridículo en la guerra contra Iraq. Yo recuerdo haber visto por televisión el discurso en que declaró la guerra a ese país y, tratando de convencer a los españoles, relató que había llegado a un acuerdo con el presidente Bush en cuanto a los contratos de reconstrucción del país (es decir, antes de su destrucción), diciendo que la empresa privada española lograría contratos de reconstrucción por un monto de 800 millones de euros en el primer año de ocupación. Cuento esto para que tengáis una idea de la naturaleza de este payaso.

Participando así en una guerra ilegal y contra la voluntad de la inmensa mayoría de los españoles, fue castigado por el electorado y expulsado del palacio de  La Moncloa. España se salió de la guerra y Aznar fue premiado por Estados Unidos con una beca para enseñar en la Universidad George Washington.

Aznar fue quien hizo todo lo posible por torpedear los esfuerzos del juez Garzón para juzgar al criminal chileno en Madrid y que finalmente, en complicidad con el inglés Tony Blair, logró impedirlo, facilitando así el regreso del tirano a su guarida en La Dehesa.

La presidente no debió haber recibido nunca a ese deleznable personaje, aunque sólo hubiese sido por dignidad. Recibirlo en circunstancias de que hoy Aznar es un don nadie y no representa nada ni tiene cargo alguno electo en la administración de su país, es insólito y una demostración de que la presidente ha perdido el norte.

Además, evidentemente visitó Chile privadamente, por lo que no existe motivo alguno para honrarle con una visita en palacio. Si la presidente tuviese algo de coherencia, habría esgrimido contra Aznar los mismos argumentos que blandió contra el juez Garzón. Pero al no hacerlo, deja también en claro que los argumentos que se emplearon para ofender al juez, eran simplemente argucias.

Así, mientras sus policías detienen y maltratan a las dirigentes de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, mientras sus carabineros someten a increíbles vejámenes a las mujeres detenidas por querer rendir un homenaje al presidente Allende (y a las que, según contó hoy el secretario general del Partido Comunista, Lautaro Carmona, los agentes hurguetearon ano y vagina), la presidente se entretiene recibiendo a un solapado enemigo de la patria chilena.

La señora Bachelet ha colmado la paciencia no solamente de las gárgolas reaccionarias chilenas, sino simplemente de todo Chile. Parte de su futuro dependerá de qué medidas tome para castigar a los autores y responsables de los intolerables vejámenes y humillaciones a que sometieron sus hombres a las chilenas que quisieron pasar por calle Morandé, incluyendo a miembros de su propio gobierno.

Si no, corre el riesgo de que los chilenos la declaren, merecidamente, persona no grata.

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