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Carta abierta [de una «mujer separada»] al sacerdote de mi barrio y a la iglesia católica

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Sr. Roberto Armijo
Párroco de la Iglesia San Luis de Huechuraba
Zona Norte de Santiago.

En representación de la actual Iglesia Católica, que me ha tocado conocer:

El sábado pasado, sábado 8 de julio, tuve el gusto de ser invitada por las hijas de la Sra Lola y don Pedro, vecinos de toda la vida y de mi barrio desde la infancia, a la celebración de sus bodas de oro.

Fue un agrado volver a entrar a la parroquia de mi infancia, donde hice la primera comunión, donde acompañamos durante muchos domingos, después de misa a nuestros hermanos y amigos a “hacerles barra” y llevarles algo para comer, cuando jugaban sus partidos de fútbol en la cancha de la parroquia. Fue hermoso ver a tantas vecinas, amigas de la Sra. Lola y don Pedro, del Centro de Madres y a los familiares de ellos, que no veía hace tantos años.

Empezó la ceremonia, con toda la alegría de la celebración de tan hermosa ocasión para un encuentro familiar y comunitario: Compartir la alegría de una familia amiga, que como tantas otras, han pasado por momentos maravillosos y duros y han seguido juntos…y que ese sábado nos invitaron a compartir su alegría.

Usted, como sacerdote y como es habitual en estos casos destacó la importancia de la permanencia y fidelidad de las parejas y las familias, que me parece un valor enorme, cuando las personas así lo deciden y sienten que dicha permanencia, como es este caso, los hace felices. Hasta aquí todo bien.

Sin embargo en un momento Ud. señala, que quienes no mantienen el vínculo del matrimonio para toda la vida y desarman la familia y la vida en común, son indignos de Dios.

Sus palabras retumbaron como sentencia en mis cavilaciones de infancia y en mi alegría del re-encuentro con tanta historia.

Ha pasado una semana de haber escuchado su prédica y pese a estar en completo desacuerdo con Ud, quiero contarle todas las reflexiones, recuerdos y dolores que se han desatado dentro mío durantes estos días:

Me pregunto la razón que Ud. tiene para referirse con tanta insolencia respecto a la dignidad de una persona ante los ojos de Dios, por el sólo hecho de no mantener una relación que ha evaluado como dañina, porque dejó de amar, porque lo dejaron de amar, o lo que sea.

Me pregunto si Ud. ha estado alguna vez casado, ha amado o ha tenido la oportunidad de vivir con una persona a la cual ama, en el sentido de pareja. Quizás no, pero me imagino que tiene hermanos, sobrinos y familiares. Imagino que alguno de ellos ha pasado por situaciones de quiebre de pareja….también les diría que son indignos?

Desconozco si Ud. tiene esa experiencia directa…pero me imagino que habrá sido parte de su formación, y si no de su ejercicio como sacerdote, el conocimiento que la vida en pareja y en familia es un desafío nada fácil, en una sociedad que nos entrega pocas herramientas para aprender a vivir en pareja.

Imagino que Ud. sabe, que en el espacio familiar, ese habitualmente sacralizado en tantos discursos oficiales, es el mismo en el cual ocurren gran parte de las situaciones de violencia, que a veces llega incluso a la muerte, mayoritariamente de mujeres que son asesinadas por quienes las aman y declararon cuidarlas y respetarlas para toda la vida.

No sé si sabe que es en ese espacio donde también se aprenden muchas veces formas de relación en que las mujeres deben aceptar que el varón tenga “sus aventuras por fuera”, porque “al final es hombre y es el responsable del sustento familiar”. Muchas veces la dependencia económica y no el amor hacen que muchas mujeres acepten situaciones denigrantes.

Supongo que Ud sabe que en el espacio familiar es donde se aprende también muchos de los mitos y prejuicios que validan el machismo, la mirada de la sexualidad como algo pecaminoso, el autoritarismo de los padres, entre otras tantas debilidades de este espacio de socialización.

Sería injusto pensar que la familia sólo es un espacio donde se aprenden aspectos negativos para la vida. Es también el espacio mas cercano de afecto, cobijo y aprendizaje…..Pero como la realidad no es blanca o negra  (como me pareció su discurso ese día en la celebración de las bodas de oro de mis vecinos amigos), la familia es todo lo bueno que tenemos con su aporte formador,  y también todo lo difícil con su contribución a nuestra de-formación.  Cada uno a lo largo de su proceso de desarrollo hace inevitablemente el balance, de acuerdo a su propia experiencia de familia que le ha tocado vivir, tomando lo bueno, sacudiéndose, en la medida de lo posible lo malo y aceptando aquello que no nos gusta y no podemos cambiar.

Ese proceso de libertad humana es el que Usted no respeta en su discurso:

Si una persona o una pareja, como es obviamente mi caso, hemos tomado la dolorosa decisión de no seguir la vida en común, con el evidente dolor personal por el quiebre de la biografía que ello implica y sabiendo el enorme daño  que implica para los hijos, fruto del amor que algún día se tuvo.

Si se ha tenido la valentía de tan cruda decisión, sopesando qué es lo más saludable, para todos, pese al dolor inicial.

Si la vida ha permitido que esas parejas cada una por su parte, superen el dolor y sepan formar una familia diferente, con los hijos viviendo con la madre o el padre (habitualmente con la madre, porque el machismo existe), visitando al otro padre los fines de semana, o como sea. Si esas familias han sabido salir adelante, ¿Quién es usted para decir que esa decisión nos hace indignos de Dios?

Es mas digno para usted seguir en una relación donde el amor se acabó, o someter a los hijos a una relación deteriorada, donde no respeto o  no amo al otro.

Pide Usted que se mantenga una farsa para mantenerse “dignos ante los ojos de Dios”.

Aunque Usted y muchos representantes de su iglesia piensen eso, permítame discrepar.

Fui durante años una militante activa de la Iglesia Católica: Mi mamá fue catequista, yo me formé en el Centro Pastoral Juvenil, que aglutinaba comunidades de estudiantes fiscales vinculadas a la Congregación de los Sagrados  Corazones. Conocí una Iglesia Católica de lujo, con una opción preferencial por los pobres, con un llamado claro a construir el reino de Dios, no en el paraíso, sino aquí en la tierra, que nos interpelaba para amor a Dios en el rostro de los sufrientes, que para mi eran los familiares de detenidos desaparecidos, los pobres, las mujeres humilladas, los y las trabajadoras, sufrientes de condiciones laborales injustas, muchas veces dependientes de patrones muy “católicos y observantes”

Aprendí a respetar y enamorarme de una iglesia comprometida con la vida. Conocí los postulados y la práctica de la Teología dela Liberación y me cautivaron sus misas comprometidas con la vida cotidiana….nuestras misas era un encuentro para compartir la vida a la luz del evangelio. La comunión era el signo de ese compromiso y de esa vida comunitaria. La vida cotidiana era el espacio para traducir nuestra fe en acciones.

El país cambió, la iglesia cambió y cada vez me costaba más decirme católica, pero el punto de quiebre para mí, lo marcó la declaración del Cardenal Errázuriz, quien dijo que los separados no teníamos derecho a recibir la comunión. Fue un dolor enorme para mí: Fue como si mi familia, que en esa época solíamos encontrarnos todos en el almuerzo de los días domingos me hubiera dicho, “te queremos mucho, pero por estar separada no puedes seguir viniendo a compartir nuestra eucaristía de los almuerzos dominicales”. Me sentí totalmente excluida y de hecho no he vuelto a comulgar,… no me declaré católica en el Censo del 2001 y creo que esta situación es la mas real.

Evidentemente la Iglesia en la cual me formé y en la cual creí no es la iglesia de hoy. Mis valores no obstante, siguen plenamente vigentes como motor de mi accionar personal y laboral.

La prédica suya el día sábado pasado me hizo volver a todos estos recuerdos y creo que estoy cansada de ser excluida. No quiero estar en donde no me quieren, en donde no respetan mis decisiones y en donde se refieren en forma insolente a mi situación.

Me encantaría saber si alguna vez Ud. se ha pronunciado con tanta virulencia, insolencia y energía para referirse a la dignidad o indignidad de quienes hasta el día de hoy no informan dónde están los cuerpos de los detenidos desaparecidos, o contra los sacerdotes que han ejercido pedofilia contra niños y niñas de este país.

Los separados no podemos comulgar, pero si son autorizados los que violaron los derechos humanos, los que explotan a los trabajadores…ello sí son dignos ante sus ojos…

Me encantaría saber a qué se refiere Ud. cuando habla de indignidad…pero francamente, creo que no voy a perder el tiempo esperando una respuesta suya…porque Ud ha sido claro en transparentar su alma cuando hace sus homilías.

Como Usted habló en un espacio público, yo también voy a hacer pública esta carta.

Zulema Contreras Muñoz

Una mujer “indigna”, que goza hoy de la gracia de tener una nueva pareja y una familia común, que nos está permitiendo vivir nuestro compromiso de amor y respeto mutuo.

“La lengua por el contrario, nadie puede dominarla, es un látigo incansable, lleno de mortal veneno. Con ella bendecimos a Dios Padre y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios” Carta de Santiago 3, versículo 8 y 9.

Santiago, 15 de Julio de 2007

* Fuente: Reflexión y Liberación

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