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Bush: el traje nuevo del emperador

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Así como en el cuento de Hans Christian Andersen llegó el presidente Bush al congreso de su país el martes 23 de enero recién pasado. Sonriente, repartiendo apretones de mano, galante con las damas, especialmente con Nancy Pelosi, la primera mujer que preside el parlamento en la historia estadunidense. El mandatario proyectaba la imagen del hombre seguro de sí mismo que confiaba ganar la prueba de fuerza que iba a protagonizar en la lectura de su penúltimo informe anual a la nación.

Y es que Bush se arropaba en "el traje nuevo del emperador", que en este caso era lo que había denominado como nueva estrategia en su fracasada guerra contra Irak. Las encuestas demostraban que sus compatriotas ya le habían retirado el apoyo que le dieron cuando inició esa guerra argumentando que era la forma de vengar a los muertos en los episodios del 11 de septiembre de 2001 y evitar otros hechos del mismo tipo, porque Saddam Hussein era el enemigo.

A nivel mundial, una encuesta realizada en 25 paises indicaba que apenas el 25 por ciento estimaba que Estados Unidos ejercía una influencia positiva en el mundo, el 49 por ciento consideró que el papel de la superpotencia era negativo. El 73 por ciento de los entrevistados se manifestó contrario a la forma en que los estadounidenses han actuado en Irak. Y en la víspera del informe, las encuestas en Estados Unidos eran desastrosas para el presidente: el 63 por ciento lo desaprobaba, el 55 por ciento opinaba que su gobierno era un fracaso, el 66 por ciento consideraba que el país seguía un rumbo errado y que ni Bush ni la mayoría demócrata del congreso podían encaminarlo mejor.

Pero el presidente, enfundado en su traje de emperador ignoraba las encuestas. Es más, el pasado lunes 22 en una entrevista con el periódico USA Today dijo que con su discurso esperaba convencer a los escépticos demócratas y republicanos sobre su nuevo plan para Irak y que la mejor forma de convencerlos era implementar ese plan y demostrarles que funcionaba. Tal vez por eso se apresuró a enviar a Irak una brigada de 3 mil 200 soldados, como anticipo de los 21 mil 500 que quiere mandar, pese a que el congreso ya había manifestado su oposición al aumento de tropas.

El día D
En ese contexto llegó Bush al congreso a leer su informe, teleprompter mediante. La mayor parte del tiempo la dedicó a asuntos internos, mostrando amabilidad hacia los demócratas que hoy controlan ambas cámaras. Fue todo un ejercicio mutuo de hipocresías, el mandatario hablaba de lo que podían hacer juntos en los dos años de gobierno que le quedan y sus opositores se sumaban a los aplausos cuando el caso lo ameritaba, pero todos estaban esperando el planteamiento sobre la guerra contra Irak y la reiteración de los indicios de que la administración Bush también  estaba dispuesta a ampliar la guerra y confrontarse con Irán.

Lo había dicho Bush a USA Today: "Si pillamos a los iraníes introduciendo al pais armas que dañen a nuestras tropas o a las iraquíes, nos ocuparemos de ellos". Días antes, el secretario de Defensa Robert Gates había declarado que  los iraníes "se han excedido" al creer que la situación en Irak ha debilitado a Estados Unidos y que así se lo había dicho a los gobiernos de Arabia Saudita y Qatar.

En su informe al Congreso Bush repitió lo que había estado expresando: "Estados Unidos no debe fracasar en Irak", "Las consecuencias de un fracaso serían funestas", que si se iban antes de que Bagdad "estuviera segura" la violencia podría extenderse por todo Irak y crear un conflicto en la región y "para Estados  Unidos esto sería una pesadilla".

Dirigiéndose a sus opositores dijo: "Vamos a demostrar a nuestros enemigos  en el extranjero que estamos unidos en torno al objetivo de la victoria" y buscó halagarlos proponiéndoles un "consejo consultivo" sobre la guerra, a la que definió como "la batalla ideológica decisiva".

En esta parte de su discurso los aplausos menguaron y hasta desaparecieron, mientras Bush afirmaba que aún era posible ganar la guerra, a la que le dio carácter "generacional",en una reiteración de lo que le declaró a USA Today, que le heredaría el conflicto a sus sucesores. La respuesta demócrata vendría después.

¿El interés nacional en juego?
Los demócratas respondieron esa misma noche el informe presidencial. El representante Xavier Becerra, junto con reafirmar el apoyo a las tropas destacadas en Irak señaló:  "Ya es tiempo de que el Presidente escuche al pueblo estadunidense, sus generales y un creciente número de líderes demócratas y republicanos: es hora de que hablemos de retirar a nuestras tropas de Irak, no mandar más".

El senador Jim Webb sostuvo que "El Presidente nos llevó a esta guerra temerariamente" y añadió "Los costos de la guerra han sido abrumadores. En lo financiero. En nuestra reputación. En las oportunidades perdidas para derrotar al terrorismo y en la sangre de nuestros ciudadanos". Los presidentes de la Cámara y el Senado, ambos demócratas, emitieron también esa noche una declaración apuntando que el presidente "demostró que no ha escuchado la única preocupación apremiante de los estadunidenses: la guerra de Irak".Agregaron que la gran mayoría de los estadunidenses, líderes militares y una coalición bipartidista en el congreso "se oponen al plan del Presidente de aumentar la guerra". Advirtieron que mientras el mandatario sigue ignorando la voluntad del país "el Congreso no ignorará la política pública fracasada" y que su plan recibirá  un voto directo en ambas cámaras "que seguiremos fiscalizándolo por el cambio de estrategia en Irak".

Al día siguiente, miércoles 24, la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado aprobó una declaración que establece que el plan de Bush de enviar más soldados a Irak es "contrario al interés nacional". Los votos a favor fueron de 11 demócratas y un republicano, el senador Chuck Hagel que denunció: "No hay estrategia. Este es un juego de ping pong con vidas estadunidenses. Estos hombres y mujeres jóvenes que pusimos en la provincia de Anbar, en Iraq, en Bagdad, no son frijoles, son vidas verdaderas. Y más nos vale que sepamos lo que estamos haciendo antes de enviar a otros  22 mil estadunidenses a esa trituradora".

Al cerrar esta nota, la declaración debía pasar al pleno del Senado, donde los demócratas tienen votos suficientes, pero también tenían intereses electorales en juego, de ahí el carácter no vinculante de la resolución. Mientras, el vicepresidente Cheney ya había reiterado que esa política era una decisión que se llevaría a cabo porque ellos tenían que hacer su trabajo.

Entonces, como en el cuento de Andersen, al presidente Bush ya le dijeron que su traje de emperador no existe, pero él insiste en ponérselo, a pesar de la grave acusación que le han hecho de impulsar un plan contrario al interés nacional. En esta pugna hay un fantasma no invitado, el de Richard Nixon que debió renunciar por  mucho menos.
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