Hay mucho que desean ver sus responsabilidades incineradas junto con Pinochet
por Juan Diego García (Argenpress)
18 años atrás 6 min lectura
Algo similar ocurre con el fascismo en Europa. Enjuiciando algunas de las figuras más emblemáticas y folclóricas del Tercer Reich se ocultó la responsabilidad de los verdaderos artífices del engendro. Ni sus personas ni sus fabulosas fortunas amasadas gracias a la guerra, la agresión y la esclavización de pueblos enteros sufrieron percance alguno. Y no solo en Alemania. Algo similar ocurrió con los colaboracionistas de todo tipo en el resto de Europa: se fusiló o encarceló a un par de ellos pero se hizo caso omiso de la responsabilidad de empresarios, políticos y sectores enteros de la población sin cuya participación el triunfo de los nazis y la ocupación del continente hubieran sido imposibles.
No debe entonces extrañar que en Chile muchos de los que hoy saludan esta muerte como el cierre definitivo de una época y el principio anhelado del reencuentro entre todos los chilenos en realidad desean incinerar con Pinochet la exigencia de responsabilidades. La razón es sencilla. El fascismo criollo que representa Pinochet –como el fascismo en general- está lejos de limitarse a un grupito de militares y civiles exaltados. Ellos son ciertamente los más visibles y sobre los que luego recaen los juicios de responsabilidades tras su derrota, pero los empresarios del gran capital que manipulan al fascismo y sacan el mayor provecho, esos, siempre encuentran la manera de eludir responsabilidades.
Ante el cadáver de Pinochet han desfilado un par escaso de miles de simpatizantes, por lo general gentes de la pequeña burguesía, tales como tenderos, burócratas, familiares de militares, ex militares, pequeños comerciantes y seguramente el estrato de matones a sueldo que hacen los trabajos sucios que los militares no desean realizar. Es decir, han desfilado las huestes del fascismo, muy similares a las que sustentan socialmente el fascismo en Europa. Han desfilado también los políticos de la derecha extrema que deben hacerlo para no perder votos. Desfilan igualmente los militares chilenos, únicos que le rinden homenajes oficiales ante la indiferencia general pues tienen razones muy sólidas para hacerlo. Nadie como Pinochet les rodeó de tantos mimos, privilegios e impunidades. Pero los mayores beneficiarios de la dictadura, los grandes empresarios de Chile, favorecidos en extremo con el modelo social y económico de la dictadura se guardan bien de aparecer al lado de alguien procesado por asesinato, secuestro, tortura, malversación de fondos públicos, falsificación de documentos, evasión fiscal y apropiación indebida (o sea, robo, como se dice cuando el acusado es pobre). Tal imagen no sería buena para los negocios y menos ahora, cuando ellos posan de demócratas militantes.
Este ejercicio de hipocresía y evasión de responsabilidades es igualmente clamoroso con respecto a otros que desde el extranjero han sido copartícipes y beneficiarios de la dictadura chilena. En primer lugar las autoridades estadounidenses, con la figura siniestra del sr. Kissinger a la cabeza, directo muñidor del golpe y sostén de Pinochet. Aún se recuerda su justificación para sabotear el gobierno legítimo de Allende e instaurar la dictadura sangrienta de los militares…”no sé por qué tenemos que quedarnos con los brazos cruzados mientras un país se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Pero tan responsables como él son los empresarios gringos y europeos que aunque en algunas ocasiones lamentaran la dramática situación del pueblo chileno, alabaron las medidas del dictador y aprovecharon el régimen laboral de cuartel para hacer sus inversiones (Un régimen laboral que permanece en Chile a pesar de la democracia, tal como siguen vigentes, entre otras, las normas militares, las leyes educativas y las restricciones electorales que de hecho excluyen a los comunistas aunque representen una importante fracción de votos, tal que en cualquier país les daría sin duda una bancada considerable en los parlamentos). Los empresarios y políticos de las metrópolis que ahora callan discretamente aprovecharon las libertades sin freno, el paraíso neoliberal de Pinochet en cuya construcción tanto colaboró el recientemente fallecido sr. Milton Friedman y sus muchachos de la Escuela de Chicago. Todos ellos son tan culpables como el ejecutor de las carnicerías; todos ellos sacaron provecho del engendro fascista que puso fin al gobierno legítimo de Salvador Allende.
Pinochet se va a la tumba habiendo burlado a la justicia. Queda tan solo el juicio histórico, ese veredicto inapelable de los pueblos que en este caso se va a extender a los jueces y políticos que hicieron posible tal burla con su incapacidad, torpeza o sencillamente por razones de oportunidad: Blair en el Reino Unido, Aznar en España, y en no poca medida los mismos políticos y jueces que en Chile permitieron todos los trucos y todas las artimañas con las cuales el dictador evadió eficazmente los tribunales. También ellos desearán a estas horas que “se pase página” y que con el general se entierre para siempre su actuación y caiga sobre el asunto una pesada carga de olvidos.
Como afirmó ayer en Madrid la hija de Salvador Allende, no es posible la reconciliación entre los chilenos mientras tantos desaparecidos continúen enterrados en la cuneta de algún camino, en la fosa común que cavaron afanosamente los asesinos o en el fondo del mar, a donde los arrojaron las manos criminales de los militares chilenos. No es posible la reconciliación mientras los responsables se evadan, se oculten e intenten vanamente incinerar su pasado junto a Pinochet.
Igual ocurre hoy en España. Tampoco puede hablarse de reconciliación efectiva mientas miles de víctimas del general Franco continúen ocultas sin que sus familiares pueden darles digna sepultura. No hay reconciliación mientras la derecha –al igual que Pinochet- exija a los agredidos que olviden porque “ya han sido perdonados”. La muerte de Pinochet viene pues a recordar que la culpa del fascismo se extiende mucho más allá de los brutales ejecutores de las matanzas: va hasta las delicadas manos de muchos empresarios, hasta las pías almas de muchos presbíteros, hasta las turbias conciencias de políticos y pensadores, todos ellos verdaderos autores intelectuales del engendro. Todos resultan más responsables, mucho más, que la mano torpe que asesina.
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