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El adiós a Lagos

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Un joven trabajador enrostró a Ricardo Lagos, cuando éste realizaba una de las últimas inauguraciones de su gobierno. El joven le dijo que se debería haber hecho un monumento a la Vicaría de la Solidaridad de la Iglesia Católica, donde muchos como Lagos encontraron refugio y que hoy parecen haberlo olvidado.

El Presidente saliente montó en cólera, exigiendo autoritariamente que el joven no se retirara y que se quedara a escucharlo. Luego de descalificar al ciudadano anónimo por osar interrumpirlo, manifestó que lo que había dicho el muchacho era importante porque en Chile se debía entender que se había hecho lo que en ningún otro país en materia de derechos humanos, que la Comisión Valech era un hito histórico.

Hasta ahí el episodio. Que me permite reflexionar como chileno sobre la verdad a medias planteada por el Presidente: es cierto que la Comisión Valech constituye un hito trascendente para dejar para el juicio de la Historia el período dictatorial y sus tropelías. Pero, lo que no dijo el Presidente Lagos, es que su gobierno colocó una lápida de silencio y secreto sobre esos testimonios para que no fueran conocidos por cincuenta años.

Impidió con tal medida que las declaraciones recopiladas permitieran servir de base a acciones legales de reparación en contra del Estado y los que resultaren responsables.

Tampoco mencionó el Presidente Lagos lo simbólica y mezquina que ha sido la reparación otorgada, que la pensión a los torturados es de apenas un salario mínimo y el beneficio de concluir estudios se ha otorgado a personas por encima de los sesenta años, sin que sea extensible a sus hijos o nietos, algo que realmente sonó a una burla en oidos de los afectados.

Cuando un Jefe de Estado vive prendido del people meter y de veras se cree validado por encuestas mediáticas, termina olvidando a sus mandantes, como un déspota ilustrado que gobierna para el pueblo, pero sin el pueblo.

Quizás, si Lagos hubiese sabido escuchar al joven ciudadano y hubiese reconocido la deuda real que existe con esos que se quedaron en Chile y fueron baluarte contra la opresión, su respuesta al joven impertinente habría sido otra. Porque ese joven tenía razón, ya que la Historia no ha dado cuenta de los miles de compatriotas que, arriesgando sus vidas por el prójimo en forma anónima, se la jugaron por el retorno de la democracia. Cuestión que Ricardo Lagos no conoció en carne propia, ya que su retorno a Chile fue posterior a esa época atrevida y heroica de la civilidad movilizada.

Ha sido un episodio que demuestra lo feble y volátil del éxito que otorgan las mentadas encuestas, ya que el juicio de la Historia es, en definitiva, profundo e implacable.
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