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La irracionalidad del "desarrollo" indefinido

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La idea de la finitud de los recursos naturales de los que dispone nuestro planeta es obvia y elemental.  Sin embargo, hace ya más de cien años que la acción depredadora del hombre se ha hecho notoria,  empezando por dejar sus huellas en Europa con la explotación indiscriminada de sus bosques nativos, hasta hacerlos desaparecer. Pero en esos tiempos todavía el desarrollo tecnológico y el consumo  global de la humanidad se encontraban en términos tales que no hacían temible su crecimiento.
 
La población total del mundo, cien años atrás,  del orden de los 1.500 millones de habitantes,  iniciaba una expansión  de tipo exponencial,  pero no constituía un hecho que llamara mayormente la atención de los observadores de la época, no obstante la alarma malthusiana, bastante cuestionada,  relacionada con los alimentos. Hoy nos encontramos en  un mundo que alberga a casi  6.000 millones de seres humanos,  regidos por un concepto demencial del "progreso"  en el que se postula, sin tope alguno,  un aumento  progresivo de la producción y del consumo.

Y así continuamos…extrayendo de las entrañas del planeta todo lo que pueda producir lucro

Los organismos especializados de Naciones Unidas calculan que en cinco años más  la población mundial será de unos 6.800 millones de habitantes y que en el 2020 alcanzará a 7.900 millones; las últimas proyecciones de esos mismos organismos señalan que el  2050 la población mundial llegará a la cifra de los 9.000 millones de habitantes.  Y se sigue propugnando como deseable el aumento progresivo del consumo per cápita generalizado y en forma indefinida. Los auspiciadores de tal desatino  sostienen, implícita y explícitamente,  que cuanto más se consume más se "progresa". Y así, seguimos irresponsablemente inyectando venenos en forma acelerada y sin tregua en los medios esenciales para la vida: el aire, la tierra y el agua, y extrayendo de las entrañas del planeta todo lo que pueda producir lucro, ad limitum. 

Baste decir que, en el supuesto de que nuestro mundo mantenga  globalmente en los próximos 45 años – hasta el 2050 – un aumento de la producción y  del consumo  de un 2,5 % anual acumulativo,  en ese futuro próximo aumentaríamos en unas cinco veces las necesidades de materias primas no renovables y al mismo tiempo se elevaría en similar proporción la producción de residuos tóxicos y letales secundarios a tal consumo. Pareciera ocioso  atiborrar al lector con una catarata de cifras escalofriantes sobre lo que tal modelo de desarrollo implicaría en nuestro entorno físico, económico y social.  Para qué hablar de los parámetros sicológicos en  los que se encontraría la humanidad en tal escenario, absolutamente impredecibles y en ninguna instancia estudiados.
 
En esta disparatada carrera se matriculó, en primer lugar y desde su misma instauración, el sistema capitalista, con la poderosa contribución que significó la revolución industrial iniciada a mediados del siglo XIX con el invento de la máquina de vapor, de Watt,  y, en  su tiempo, también lo hicieron las sociedades regidas por los que se llamaron "socialismos reales"  actuando ambas, en este aspecto,  de consuno, en pos del lucro o en el del poder.  Tras la caída del muro de Berlín y de los regímenes socialistas de la Unión Soviética y Europa Oriental, campea  en nuestra sociedad, más que nunca,  tal propuesta en las recetas  propugnadas por el neoliberalismo económico para la "aldea global",  incluida, por cierto, la inmensa China, que contribuye a esa farándula alocada del consumismo progresista  con su ritmo de "crecimiento" de un 9 % anual sostenido, arrollador, en función no ya de su consumo per cápita actual sino del de su población total.

Un europeo promedio consume 300 veces lo que un africano medio subsahariano

Aquí no se trata de condenar a la ciencia y a la tecnología por las consecuencias que de ellas se derivan  de tal  insania   sino al uso que las sociedades pueden llegar a hacer de las mismas. Se podrán cuestionar cifras, cálculos errados, hipótesis inexactas o datos insuficientes, tratando de disolver en una maraña de variables las evidencias simplemente aritméticas que un examen razonado del asunto entrega. 
Considérese serenamente que un habitante promedio de la Europa industrializada de hoy ejerce un poder de consumo equivalente a unas trescientas veces el de un africano medio subsahariano, y se comprenderá que el modelo económico representado por las potencias desarrolladas es inviable  para  extenderlo a un mundo globalizado de similares características.

Si seguimos en tan  sólo una consideración  más sobre esa disparatada propuesta, única en la que teóricamente, según los postulados del neoliberalismo económico imperante,  iríamos acercándonos  progresivamente a una decorosa equidad universal, concluiremos rápidamente en que no sólo los recursos naturales del globo se evaporan sino  que deberíamos buscar en el espacio cósmico el basurero general de nuestro mundo, absolutamente incapaz de albergarlo en su seno. Tómese  en cuenta que ya, ahora y desde hace varias décadas, el destino de los residuos tóxicos y letales secundarios o colaterales al sistema constituye un problema cuya solución está siendo la acumulación de los mismos,  en un evidente  endoso a  las próximas generaciones  o en el tráfico clandestino de ellos.    
  
Conocido  es el estudio sobre sustentabilidad  mundial de un sistema de crecimiento industrial llevado a cabo,  ya en 1970,  por  el equipo del profesor Meadows,  experto en dinámica de sistemas del M.I.T. (Instituto Tecnológico de Massachussets), quien precisó, como resultado del análisis efectuado, los requisitos que  debían cumplirse en  plazos determinados  para alcanzar la sustentabilidad del modelo, concretados en  una serie de medidas conservacionistas. Las condiciones de estabilidad fueron fijadas, después de descartar otras múltiples posibilidades que conducían a un caos, en la limitación de la población mundial para fines del siglo XX  en 4.000 millones de habitantes y en reducir el consumo global en términos drásticos. Las siguientes eran, en síntesis, las propuestas que en 1970 entregó el mencionado equipo:

1. Desde 1975, una tasa de natalidad igual a la tasa de mortalidad, disuadiendo a las parejas de tener más de dos hijos.

2.-Desde 1975, detención del crecimiento industrial en los países ricos y desde 1990 en los otros. La industria debería limitarse a remplazar las capacidades existentes de producción – no excluyendo la innovación – debiendo llegarse a una distribución geográfica totalmente distinta a la existente en 1970.
  
3.- Modificación radical de las técnicas a fin de asegurar a los productos un período de utilización máximo.
  
4.- La lucha contra la contaminación, la recuperación y el reciclaje de todos los materiales debían ser llevadas a maximizarse.
  
5.-Debido a lo señalado en los puntos 3 y 4, el consumo de recursos minerales sería llevado a un cuarto del nivel de 1970, sirviendo a una producción tres veces superior a la de esa fecha.
  
Concluía el equipo del Prof. Meadows su informe señalando que de sobrepasarse a fines del siglo XX  la cifra de 4.000 millones de habitantes – lo que ya en 1970 aparecía como evidente – habría que reducir aún más los consumos globales  preconizados. De no ocurrir así, precisaba el Informe, " la reducción del
consumo y de la población se realizarían en algún momento posterior, debido a catástrofes ´naturales´ o por otras formas de exterminio."
  
Es bien sabido que el informe Meadows fue duramente criticado, aduciéndose haber incurrido en  él  en errores en sus hipótesis de cálculo. No es este el lugar adecuado para discutirlo ni es mi afán el defenderlo. Lo he traído a colación para hacer una simple reflexión sobre el hecho de que las circunstancias que el mundo de hoy afronta, descartada absolutamente, como ha ocurrido,  la tendencia recomendada por el estudio de Meadows,  implica  haber aumentado enormemente el consumo global de la humanidad,  incurriendo en enormes desigualdades,  a expensas de haber degradado en quién sabe qué grado el medio vital de nuestra Tierra, asegurado  a futuro tan sólo para las cucarachas.
  
Hoy, más que ayer, el afán del lucro como estímulo fundamental del desarrollo conduce a la insensatez . No es posible, no obstante el enorme cúmulo de conocimientos acopiados hasta el presente, pronosticar hacia dónde se dirige nuestra sociedad;  pero sí tenemos información y conocimientos suficientes como para afirmar eso: que no sabemos hacia dónde vamos. Sin dejarme llevar ciegamente por los argumentos de autoridad pero sí entrando a valorarlos en sus posibles atisbos geniales,  vayan algunas citas:
  
Janos von Neumann, matemático y físico norteamericano de origen húngaro que hizo notables aportes a la mecánica cuántica, a la termodinámica y a la cibernética, considerado por muchos como el padre de los ordenadores, concluía  su reflexión al respecto diciendo que "no hay remedio para el progreso".   Coincidente con von Neumann,  el gran físico alemán Max Planck circunstanciaba su pensamiento diciendo que "es inherente al destino mismo de toda civilización humana volverse ciegamente en contra de sí  desde que alcanza cierta cumbre, en la que se destruye ella misma, sin sentido ni meta".   Edgar Alan Poe , cuya faceta como visionario científico es generalmente desconocida,  empleaba, en esa  misma sintonía,   una síntesis máxima  refiriéndose a  "las trágicas ilusiones del progreso". 
 
No se trata, con lo que digo,  de adscribir a una ideología ecologista  profunda y tremendista sino de plantear una sencilla apelación a la lógica aristotélica.
 
Puestos ya en el terreno de las utopías y ejercitando un elemental sentido común, pocos argumentos podrían esgrimirse contra una receta obvia: la de proceder, con honestidad, al análisis de la situación en la que se encuentra hoy sumida la humanidad y proceder con la misma honestidad a efectuar los correctivos imprescindibles que surjan de ese estudio para darle estabilidad a nuestro mundo, sólo asequible con un mínimo de equidad. Pero claro está que esto de recetar honestidad para alcanzar la equidad y la seguridad para la mayor parte de la humanidad suena como dichos pronunciados por  un desorientado total o por  un ingenuo angelical.
última modificación ( miércoles, 05 de octubre de 2005 )

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