El banquete de la vergüenza no es lugar para poetas
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A Laura Bush
Primera Dama
La Casa Blanca
Querida señora Bush,
Le escribo para hacerle saber por qué no puedo aceptar su amable invitación para una lectura el 24 de septiembre en el Festival Nacional del Libro ni asistir a su cena en la Biblioteca del Congreso ni tampoco al desayuno en la Casa Blanca.
En cierto modo se trata de una invitación muy apetecible. ¡La idea de poder hablar en un festival al que asisten 85.000 personas es tentadora! La posibilidad de encontrar a nuevos lectores es apasionante para una poetisa desde el punto de vista personal y, asimismo, por el deseo de que la poesía sirva a sus electores, a todos aquellos de entre nosotros que necesitamos el placer y la inspiración interior y exterior que proporciona.
Además, el concepto de una comunidad de lectores y escritores hace tiempo que me alegra el corazón. Como profesora de escritura creativa en la facultad de una importante universidad he tenido la suerte de participar en algunos magníficos talleres de escritura, en los que nuestros estudiantes se convirtieron en profesores. Durante años, ellos han dado clases en sitios diversos: una prisión de mujeres, diversos institutos públicos de la ciudad de Nueva York, una sala de oncología infantil. Hace ya veinte años que funciona nuestro programa inicial en un hospital estatal de 900 camas para personas gravemente disminuidas, lo cual ha permitido el nacimiento de amistades duraderas entre jóvenes candidatos al doctorado en Bellas Artes y sus estudiantes, residentes crónicos hospitalarios que con su humor, su coraje y su sabiduría se convirtieron en profesores nuestros.
Cuando se ha sido testigo de cómo alguien que no puede hablar ni casi moverse explica detalladamente su nuevo poema con un dedo del pie, letra a letra, en un gran tablero alfabético de plástico, se ha conocido de cerca la pasión y la esencia de la escritura. Cuando se ha sostenido un pequeño tablero alfabético de cartulina ante una escritora que no puede hablar y sólo puede mover los ojos, y señala para ella primero la A, luego la B, después la C, la D, hasta llegar a la primera letra de la primera palabra de la primera línea del poema que la mujer ha estado componiendo en su cabeza toda la semana, y ella alza sus ojos para decir que sí cuando se toca dicha letra, se ha sentido con tibia inmediatez el deseo humano de la creación, de la expresión personal, de la exactitud, de la honradez y del ingenio, así como la importancia de la escritura, que celebra el valor de la historia única y de la música interior de cada persona.
Por eso la perspectiva de un festival de libros me pareció maravillosa. Pensé en la oportunidad que se me ofrecía para hablar sobre cómo iniciar un programa más vasto. Pensé en la posibilidad de vender algunos libros, de firmar algunos libros y conocer a algunos ciudadanos de Washington, DC. Pensé que podría intentar encontrar la manera, incluso como su invitada, con respeto, de hablar sobre mi profunda convicción de que no deberíamos haber invadido Irak, y declarar mi convencimiento de que el deseo de invadir otra cultura y otro país -con el consiguiente resultado de pérdidas de vidas y amputaciones entre nuestros valientes soldados y entre los no combatientes en su propio territorio- no surgió de nuestra democracia, sino que fue en cambio una decisión tomada «desde lo alto» e impuesta al pueblo con un lenguaje deformado y con falsedades. Esperaba expresar el miedo de que hayamos empezado a vivir en las sombras de la tiranía y del chovinismo religioso, la antítesis de la libertad, la tolerancia y la diversidad a que aspira nuestra nación.
Traté de ver el camino libre para asistir al festival y dar testimonio -como estadounidense que ama a su país y sus principios y su escritura- contra esta guerra no declarada y devastadora.
Pero no podría soportar la idea de compartir el pan con usted. Sé que si me sentara a comer a su lado sentiría como si estuviese perdonando lo que considero acciones salvajes y arbitrarias de la Administración de Bush.
Lo que se me venía a la mente era que yo estaría tomando los alimentos de la mano de la Primera Dama, que representa a la Administración que desencadenó esta guerra y que desea su continuación, incluso hasta el punto de permitir la «rendición extraordinaria»: el transporte de personas a otros países, donde serán torturadas para nosotros.
Muchos estadounidenses que se sentían orgullosos en nuestro país ahora sienten angustia y vergüenza por el actual régimen de sangre, mutilaciones y fuego. Pensé en los limpios manteles de su mesa, en los cuchillos brillantes y en las llamas de las velas, y no pude aguantarlo.
Afectuosamente,
Sharon Olds
Ver texto original de la carta en The Nation
Traducido para Rebelión por Manuel Talens
Enviado a PiensaChile por ALTERCOM
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