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La gesta de la madre de un soldado muerto: el principio del fin de la ocupación en Irak

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En EE.UU. continúa en picada la caída del apoyo a la guerra de Irak

Tal vez el 6 de agosto marcará el inicio del fin de la guerra en Irak. Ese día llegó Cindy Sheehan, madre de un soldado muerto en Irak, a las afueras del rancho del presidente George W. Bush, con la intención de preguntarle cara a cara la razón por la cual murió su hijo en una guerra fabricada contra un enemigo que no tuvo nada que ver con el 11 de septiembre.

Las encuestas continúan registrando un desplome en el apoyo popular a esta guerra, con mayorías opinando que fue un error y que la invasión y ocupación no valen la pena. Peor aún, se profundiza la ruptura entre la cúpula política estadunidense y varios legisladores -incluidos republicanos- que proclaman en estos días que esta aventura se parece cada vez más a Vietnam y que es hora de trazar una estrategia para salirse de este conflicto.

La escena que provocó Sheehan al iniciar su vigilia en Crawford, Texas, fue el mensaje: mientras el presidente estaba de vacaciones, un ejército de voluntarios, la mayoría pobres, morían en Irak, o sea, el sacrificio nacional en esta aventura bélica es injusto, y los ricos se benefician mientras los demás dan la sangre. Sheehan ha perforado la burbuja presidencial, y el mandatario y su gente no han logrado pasar un solo día desde su llegada a Crawford sin tener que reconocer su presencia.

Bush ha tenido que responder preguntas sobre ella en sus pequeñas escapadas del rancho -sea en Idaho o Utah esta semana-; el secretario de Defensa Donald Rumsfeld se vio obligado a responder sobre el mismo tema en su conferencia de prensa en Washington, y lo mismo ha ocurrido con otros altos funcionarios del gobierno.
Hoy Sheehan interrumpió nuevamente la siesta presidencial declarando, en un mensaje reportado por AlterNet: «Daría todo lo que tengo, tendré o he tenido por dar un último vistazo a mi hijo… ¿Cómo se atreve Bush a irse de vacaciones y vivir una vida normal cuando ha arruinado la mía con sus mentiras? ¿Cómo se atreve a descansar cinco semanas cuando está librando una guerra devastadora e innecesaria?»

Así, durante más de dos semanas, Bush y su equipo no han logrado liberarse del fantasma de Casey Sheehan, hijo de Cindy, muerto en Irak el 4 de abril de 2004, y han interrumpido sus vacaciones de cinco semanas. Por cierto, se trata del presidente más descansado de la historia estadunidense, como señala la columnista Maureen Dowd del New York Times, con 339 días de descanso en su rancho, casi un año de los cinco que ha residido en la Casa Blanca.

Ya van casi 2000 muertos
Esto en un país donde la mayoría de los ciudadanos disfruta menos días de descanso que el resto del mundo desarrollado, en promedio 13 a 16 días al año. Mientras tanto, los estadunidenses muertos en Irak y Afganistán están por sobrepasar la cifra de 2 mil, y precisamente durante estas vacaciones presidenciales han ocurrido algunos de los peores incidentes mortales.

Fue apenas esta semana cuando por fin Bush decidió abordar el tema de los fantasmas y reconocer en un discurso en Utah el dolor de las familias de los soldados caídos. «Les debemos algo» a los que han caído en la guerra en Irak, dijo, y afirmó que «completaremos la tarea por la cual dieron sus vidas». Para los críticos esto ya es demasiado: la matanza tiene que seguir en nombre de los muertos, o sea, la muerte ya se justifica a sí misma.

El New York Times opinó en su editorial de hoy: Bush «dijo precisamente lo que no debía. En un discurso que repetidamente invocó al 11 de septiembre -el día en que terroristas con ningún vínculo discernible de cualquier tipo con Irak atacaron objetivos en terreno estadunidense-, Bush ofreció una nueva razón para permanecer en este curso: para mantener la fe con los hombres y mujeres que han muerto en la guerra… Las familias de los muertos no desean eso, como tampoco desean ver morir más soldados porque los políticos no soportan admitir que enviaron fuerzas estadounidenses a la guerra por error».

Los argumentos oficiales ya no logran convencer; más bien, según las encuestas, nutren las dudas populares sobre la guerra y minan la credibilidad tanto del presidente como de los militares. Esta impaciencia y desencanto se transmite ya a la clase política, y cada vez más legisladores, demócratas y republicanos, reconocen que sus bases electorales están más ansiosas por la situación. El senador republicano Chuck Hagel, de Nebraska, condecorado veterano de la guerra de Vietnam, expresó en entrevistas de televisión el domingo que Estados Unidos necesitaba desarrollar una estrategia de salida de Irak, ya que mantener el curso actual podría crear otro Vietnam.

«Tenemos que empezar a ver cómo salirnos de ahí. Creo que nuestro involucramiento ha desestabilizado a Medio Oriente, y mientras más tiempo permanezcamos ahí, creo que continuará la desestabilización», afirmó Hagel en el programa noticioso This Week de la cadena ABC.
Hagel advirtió: «estamos encadenados a un problema empantanado que no es tan distinto a Vietnam. Mientras más tiempo estemos ahí, más problemas tendremos», afirmó.

El frente doméstico siempre ha sido de gran preocupación para los presidentes estadunidenses en tiempos de guerra, sobre todo después de la experiencia de Vietnam, y toda estrategia bélica está diseñada tanto para el teatro de guerra como para mantener el apoyo, o por lo menos el control, del pueblo estadounidense.

Por eso hubo una orden presidencial de prohibir la trasmisión de fotos de la llegada de ataúdes de soldados muertos en Irak y Afganistán, el control de las imágenes de televisión en zonas de combate, y la ausencia presidencial en ceremonias fúnebres, y más. La crítica también es controlada dentro del frente interno por medio de varias tácticas, desde intensas campañas de propaganda para promover el patriotismo, cuestionar la lealtad de todo crítico al país y, por supuesto, ataques concertados para destruir la imagen pública de figuras potencialmente peligrosas, particularmente disidentes.

Entre las víctimas de esta última táctica está Richard Clarke, el ex zar antiterrorista; el soldado que se atrevió a cuestionar a Rumsfeld en Irak, o el ex embajador Joseph Wilson; también John Kerry, el senador Max Cleland y hasta John McCain (tres héroes condecorados en Vietnam).

La descalificación como táctica
«Tenemos que empezar a ver cómo salirnos de ahí. Creo que nuestro involucramiento ha desestabilizado a Medio Oriente, y mientras más tiempo permanezcamos ahí, creo que continuará la desestabilización»,
afirmó Hagel en el programa noticioso This Week de la cadena ABC.
Hagel advirtió: «estamos encadenados a un problema empantanado que no es tan distinto a Vietnam. Mientras más tiempo estemos ahí, más problemas tendremos», afirmó.

El frente doméstico siempre ha sido de gran preocupación para los presidentes estadunidenses en tiempos de guerra, sobre todo después de la experiencia de Vietnam, y toda estrategia bélica está diseñada tanto para el teatro de guerra como para mantener el apoyo, o por lo menos el control, del pueblo estadounidense.

Por eso hubo una orden presidencial de prohibir la trasmisión de fotos de la llegada de ataúdes de soldados muertos en Irak y Afganistán, el control de las imágenes de televisión en zonas de combate, y la ausencia presidencial en ceremonias fúnebres, y más. La crítica también es controlada dentro del frente interno por medio de varias tácticas, desde intensas campañas de propaganda para
promover el patriotismo, cuestionar la lealtad de todo crítico al país y, por supuesto, ataques concertados para destruir la imagen pública de figuras potencialmente peligrosas, particularmente disidentes.

Entre las víctimas de esta última táctica está Richard Clarke, el ex zar antiterrorista; el soldado que se atrevió a cuestionar a Rumsfeld en Irak, o el ex embajador Joseph Wilson; también John Kerry, el senador Max Cleland y hasta John McCain (tres héroes condecorados en Vietnam).

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