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Las trampas del Servicio Electoral

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En las masivas manifestaciones de los jóvenes de mayo de 1968 gritaban en el Barrio Latino, en Francia,  “elections piege a cons” (elección, trampa para idiotas). Sin excepción, todos los sistemas electorales están pensados para falsificar la voluntad popular, y los representantes no tienen ninguna relación con los representados: tanto en los sistemas mayoritarios, sea a una o dos vueltas, como en los proporcionales, siempre se desvirtúa la voluntad popular favoreciendo a los partidos tradicionales sobre los nuevos. El ideal de los cientistas políticos y expertos  electorales es que la competencia se limite a dos partidos, pues de esta manera se podría evitar  que en un proceso electoral cualquiera, sorpresivamente, se ponga en cuestión las instituciones políticas.

La democracia representativa, que más bien debiéramos llamar electoral, hoy está cuestionada en todo el mundo: la mayoría de los ciudadanos se abstiene de participar en los distintos comicios, quizás, no sólo por desidia, sino que, muy acertadamente, sabe que si participa, votará por un Presidente que lo traicionará, un programa político que, al día siguiente, olvidará, que el candidato electo lo dejará botado en su vida miserable. Los parlamentarios, por su parte, en vez de representar a su región, se dedicarán a enriquecerse, pues el sueldo es mucho mejor que ganar el precio mayor del Loto, con el agravante para los ciudadanos, que se puede repetir el plato por varios períodos consecutivos.

Se puede hablar de representación cuando la mayoría de los Presidentes son elegidos por un 20% del universo electoral, y le deben su cargo al hecho de que la mayoría de los jóvenes se abstiene y, para más remate, a los pocos meses de haber asumido el cargo, ya tienen el rechazo de cerca del 80% de la ciudadanía. El caso de los parlamentarios es aún más grave, pues la cifra de desafección ciudadana  aumenta a un 95%.

No es que los ciudadanos tengan aversión por la actividad política como tal, sino por los políticos, a  quienes  consideran corruptos y a servicio de sus propios intereses y de los magnates que apoyan sus candidaturas; no es prefieran la tiranía sobre la democracia, sino que sienten y viven que las instituciones democráticas no están al servicio de la ciudadanía, supuestos verdaderos detentores del poder; no es que se quiera reemplazar el sufragio universal por el plural – el voto de los más cultos – sino que hacer efectivo aquel principio de que todo voto vale igual.

No sólo los analfabetos políticos se abstienen de votar, pues muchos intelectuales de gran valía ya han consignado en sus escritos que en la democracia electoral sólo deciden los empresarios y banqueros, que se compran a los políticos para que favorezcan los proyectos de ley en favor de sus intereses. El premio Nobel de Literatura, José Saramago, en su obra Ensayos sobre la lucidez, planteaba el voto en blanco como rechazo a la democracia bancaria; por su parte, el filósofo francés Michel Onfray llama a abstenerse en las próximas elecciones presidenciales, a celebrarse en el mes de mayo.

La democracia electoral supone la existencia de partidos políticos fuertes y bien organizados. Ya hemos analizado en otras columnas la ley de Robert Michels, quien en 1911 analizara la estructura del Partido Socialdemócrata alemán, el más grande de esa época; en su famosa “ley del hierro de la oligarquía” en el sentido de que en cuanto más grandes sean las organizaciones, más se burocratizan y se desarrolla una dicotomía entre eficacia y democracia interna, es decir, para que una organización sea eficiente, necesita un liderazgo fuerte, de lo cual se infiere que habrá menos democracia interna. La propia psicología de las masas hace imprescindible el liderazgo, pues son apáticas, ineptas y, además, tienden al culto de la personalidad, y la organización da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores, en resumen, quien dice organización, dice oligarquía.

La crisis de representación coincide con la crisis de partidos políticos y el 98% de los ciudadanos los rechazan. Otrora, los partidos de masas en la época republicana respondían a una ideología y eran capaces de canalizar movimientos de masas, es decir, había una correlación entre partidos políticos y movimientos sociales. Hoy los partidos son sólo mafias, dirigidas por personas que usan la política como una forma para enriquecerse rápidamente, o bien, para ocupar cargos del Estado, que les permita vivir bien a consta de los ciudadanos. Los dirigentes delos partidos son verdaderos señores feudales, que reparten cargos entre sus operadores, que son personajes que llevan el maletín y, a veces, imitan el uso de las corbatas italianas, compradas  de segunda mano, en la calle Bandera.

Esta crítica a la democracia formal y a los partidos políticos no significa que sea deseable la dictadura, la tiranía o el personalismo de un supuesto tribuno del pueblo, sino que se trata de buscar un tipo de democracia directa, en que no existan representantes, sino delegados con mandato obligatorio – tal cual lo planteaba J.J. Rousseau – y que pueda ser revocado por los electores cuando los electores lo estimen conveniente.

El Servicio Electoral chileno es un perro fiel de los grandes partidos, políticos  llamados históricos, y no tiene un ápice de objetividad, ni árbitro: es un juez comprometido.

El refichaje actual de los militantes de los partidos políticos se ha convertido en un verdadero escándalo: los padrones electorales eran tan falsos que, muchos de los grandes partidos alcazaba la cifra de cien mil militantes y  hoy, con el nuevo sistema que se pretende instaurar, ni siquiera alcanza la cifra mínima exigida de dieciocho mil militantes. A los partidos nuevos se les exige, además, la presencia del postulante y un ministro de fe – notario o un miembro del Registro Electoral -, lo cual hace muy onerosa y difícil la inscripción. Para los partidos tradicionales, la inscripción puede hacerse por Internet y basta con la fotocopia de las dos caras del carnet de identidad; aún con estas facilidades y clara discriminación con respecto a los partidos que cuestionan el sistema, el PPD, por ejemplo, sólo ha logrado la cifra de nueve mil militantes refichados, por consiguiente, Ricardo Lagos, su candidato a la presidencia del país, no podría inscribirse como tal; La DC, quince mil y el PS, veinte mil, único partido que ya estaría reinscrito;  De los partidos nuevos, estarían cerca de inscribirse RD y PRO; por su parte, los partidos de derecha – la UDI y RN – sólo tiene cada uno diez mil  militantes refichados.

Normalmente, en el sistema de partidos políticos chilenos ha habido entre nueve y diez partidos con representación parlamentaria; sólo en el gobierno de Carlos Ibáñez del Cambo hubo 56 partidos, en su mayoría, producto de los grandes conglomerados. Si hoy existen 33 partidos, a nadie le debe llamar la atención, pues es consecuencia de la crisis del sistema político.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

14/02/2017            

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