En este país isleño del fin del mundo -más evidente aún en una metrópoli como Santiago del Nuevo Extremo-, existen diversos ámbitos exentos de real convivencia; lenguajes y modos de vivir diametralmente opuestos, ligados apenas por un mero intercambio de transacciones y servicios, en donde los vínculos impersonales se limitan a intereses utilitarios, regidos por el código inamovible que funciona de mayor a menor, en pirámide similar a la estructura de la Iglesia y de la Milicia.