El TPP-11: una distorsión de mercado, y una traición a principios y a un programa de gobierno
por José Gabriel Palma (Chile - Inglaterra)
2 años atrás 11 min lectura
Si bien a estas alturas ya nada sorprende, que el gobierno sea quien tome ahora la iniciativa para que se apruebe el TPP-11 ya es una falta de respeto a la inteligencia de las chilenas y los chilenos. Como dice la canción, que el mundo de la política fue y será una porquería, ya lo sé, pero que a lo que hemos llegado es un despliegue de mediocridad insolente, ya no hay quien lo niegue.
La mentira de fondo, que se repite hasta el hastío, es que el TPP es un tratado ‘comercial’, y que abre mercado a nuestras exportaciones primarias (porque para más de eso, no nos da). La verdad es que lo ‘comercial’ no es más que un apéndice de ese tratado (5 de 30 capítulos); es la carnada para que pasen los otros 25. Además, ya tenemos tratados comerciales con todos los otros 10 países del TPP. Asimismo, si agregase algún producto relevante, lo obvio sería renegociar bilateralmente con el país correspondiente, con el cual ya tenemos un tratado comercial vigente, para agregarlo. Eso se hace normalmente en dichos tratados. Lo demás es cuento.
Además, tratados tipo ‘leyes de amarre’, como el TPP-11, ya están bien pasados de moda. Pero nuestra “centroizquierda” (de la cual ahora el FA ya es miembro honorario), como siempre, va atrás de la curva. En los nuevos tratados comerciales se asegura que los litigios con un Estado deben dirimirse en cortes nacionales. Esto no es solo un tema de soberanía y mínimo autorrespeto como nación ―de hecho, es parte de la diferencia entre ser país o nación―, sino que también eso está relacionado con que las cortes ad-hoc del CIADI son una burla, pues los conglomerados pasan a ser jueces y parte. Son cortes creadas por las multinacionales y para su beneficio.
Más aún, esas cortes ya están en retirada; en la renegociación del NAFTA (TLCAN) esas cortes se cambiaron por las nacionales. Además, en el gran tratado de China con países asiáticos los litigios también se llevan en cortes nacionales y los Estados, si quieren modernizar algo, no tienen que compensar a cuanto rentista inútil exista en este mundo. Lo mismo en el nuevo tratado que intenta hacer Biden con países asiáticos para aislar a China.
La estrategia de este gobierno de firmar ‘side letters’, lo que sin duda es mejor que no hacer nada, es bien poco efectiva, pues los países que las van a firmar no son los relevantes en estas materias. Y en todo caso, dichas cortes es solo uno de los muchos problemas del TPP.
El mero hecho de la urgencia del gran empresariado y la derecha política para exigir el TPP-11 como su primer trofeo postriunfo del Rechazo (y justo en la semana del 18 para que no se note mucho), muestra realmente la importancia que tienen para ellos los otros 25 capítulos del tratado: son su seguro contra el cambio. Recordemos que el TPP beneficia tanto a las multinacionales como a los conglomerados chilenos ‘internacionalizados’. De los tantos absurdos, uno es que conglomerados chilenos podrán llevar al Estado chileno y por problemas chilenos a dichas cortes internacionales de fantasía.
Este tratado no es más que una garantía para que nunca se vaya a poder cambiar algo en materias económicas y de medioambiente que dichos conglomerados consideren ser ‘no razonables’. Ellos pasan a ser los árbitros de lo posible. De lo contrario, van a tener que llover compensaciones millonarias. Es una garantía para seguir atados a nuestro modelo del rentismo fácil y sucio, el cual ya dio, y hace mucho, todo lo que podía dar. Es un simple amarre al statu quo ―y cuando más necesitamos flexibilidad de materias de política económica–.
Es asegurarse que, diga lo que diga la supuesta nueva Constitución que se negocie ahora, lo que va a mandar es la jurisprudencia del TPP. Por eso la urgencia de aprobarlo ahora, antes de que se negocie dicha Constitución. EL TPP es el eje de la transición de ser ‘democracia protegida’ (tipo leyes de amarre de la actual Constitución), a ‘corporaciones protegidas’, para que así puedan seguir para siempre con su rentismo fácil. Es un tipo de falta de democracia versus otro tipo de lo mismo. Lo demás es cuento.
El TPP-11 no es más que asegurarse de que sea lo que sea la naturaleza de cualquier gobierno futuro; sea lo que sea la voluntad de la mayoría de los chilenos y chilenas; sea lo que sea lo que diga algún nuevo programa de gobierno en materias económicas y de medioambiente; sea lo que sea la voluntad que tenga un futuro gobierno (a diferencia del actual) de implementar su programa, cualquier medida, de cualquier tipo o naturaleza, por lógica, urgente, necesaria o democrática que sea, si llegase a afectar la rentabilidad de algún conglomerado internacional o chileno ‘internacionalizado’, estos van a tener el derecho a compensación. De eso se trata. Lo demás es cuento.
Aprobar el TPP-11 es asegurarse de que nunca va a haber un royalty de verdad ―uno que refleje el valor de mercado de los minerales en bruto que las mineras extraigan del yacimiento, los cuales nos pertenecen a nosotros y no a las mineras–. Es asegurarse de que van a seguir las AFP, las Isapres, el daño al medioambiente, el regalo del agua de las lluvias y deshielos, el de las cuotas pesqueras; que vamos a continuar teniendo un salario mínimo de vergüenza, y un salario mediano incapaz de sacar a una familia de cuatro de la pobreza; va a asegurar que nunca haya negociación colectiva, y la lista sigue eternamente. Lo básico, es que va a asegurar de que va a continuar nuestra obscena desigualdad, donde el 10% más rico se lleva el 60% del ingreso ―¡y por hacer lo que hace!–.
El título de uno de mis papers, donde analizaba tempranamente mi escepticismo de lo que se iba a poder lograr con el acuerdo posestallido social, resume mi pensamiento en esta materia: “Por qué los ricos siempre siguen siendo ricos (pase lo que pase, cueste lo que cueste)”. Básicamente, ahí estudio cómo la oligarquía chilena ha logrado consolidar su escenario rentista preferido en algo que se aproxima a lo que en estadística llamamos un “proceso estacionario” ―en el sentido de que impactos desequilibrantes (como, por ejemplo, el colapso económico de 1982, el retorno a la democracia en 1990, y el estallido social del 2019) solo han tenido efectos temporales–.
Si bien la historia de nuestro país está plagada de crisis, nuestra oligarquía siempre ha podido rediseñar los nuevos escenarios de forma tal que logra seguir haciendo realidad sus perennes objetivos rentistas fáciles. Lograr ahora que se apruebe el TPP-11, con el aplauso de este gobierno, no es más que otro capítulo en esa historia. Está claro que el mecanismo más efectivo para neutralizar a la izquierda en este mundo neoliberal es permitirle llegar al gobierno ―y luego quitarle el piso para que le dé vértigo–.
¡Qué lástima que en nuestra élite empresarial no se pueda hacer lo que hacen los grandes equipos en el fútbol! Si no hay suficientes jugadores nacionales de primera línea, ¿por qué no importarlos (en este caso, a empresarios del Asia emergente)? Si no, especialmente con la camisa de fuerza contra el cambio que es el TPP-11, vamos a seguir con el estancamiento de nuestra productividad (ya son 15 años), y el de nuestras exportaciones de cobre (ya son 10, y por falta de inversión a pesar de las utilidades estratosféricas de las mineras ―las reales, no las contables–). Y vamos a seguir con una economía incapaz de desarrollar nuevos motores de crecimiento de la productividad ―como la industrialización de las materias primas, el ‘green new deal’, y la digitalización de nuestra economía―, pues, como decía, los actuales ya están más que obsoletos. Eso no va a pasar dentro del TPP, pues a la mano (no tan) invisible de mercados distorsionados solo le interesan las rentas fáciles. Lo que más necesitamos es lo que nos niega el TPP: un Estado con la capacidad y flexibilidad de acción como para que pueda empujar en esa dirección. Es la principal lección que nos da el Asia emergente.
Y en cuanto a la contaminación ambiental y el daño a la naturaleza, el TPP-11 asegura que, de ser eso rentable para algún conglomerado, va a poder continuar sin problemas. Cualquier cambio que afecte su rentabilidad, eso, automáticamente, da pie para demandar al Estado, y en cortes de fantasía, por compensaciones millonarias.
Técnicamente se va a poder hacer cualquier cosa, aunque, de colocarse un royalty de verdad, recibiríamos el pago con la mano izquierda, pero con la derecha tendríamos que devolver dichos recursos a las mineras en forma de compensación. Incluso eso pasaría hasta con cosas que ya hemos hecho en el pasado, pero abandonado, como los controles de capitales que Chile hizo en forma tan efectiva en los 90, cuando el Banco Central era dirigido por personas de la estatura de Roberto Zahler y Ricardo Ffrench-Davis ―pues, de hacerse, habría que compensar a cuanto especulador inútil se sienta perjudicado–. Lo demás es cuento.
Tampoco se van a poder crear nuevas empresas del Estado, salvo que sean inocuas, pues cualquier acción que tomen que le moleste a un conglomerado privado, este va a tener el derecho a compensación por ‘competencia desleal’. Esto sería así aunque lo que la empresa estatal estuviera haciendo fuese precisamente traer mayor competencia a un mercado distorsionado. Esto es, el mero hecho de tratar de generar mayor competencia en un mercado que no la tenga ―lo cual, por definición, afectaría la rentabilidad de algún conglomerado oligopolista― pasaría a ser competencia ‘desleal’. Garcíamarqueano.
Y hablando de cosas garcíamarqueanas, el TPP-11, además, es calle de un solo tránsito: los conglomerados pueden demandar al Estado por lo que se les de la gana, pero el Estado, dentro del tratado, no puede demandar a los conglomerados, dejen la embarrada que dejen.
Además, solo los grandes conglomerados, nacionales o extranjeros, adquieren todo tipo de garantías, por absurdas que sean, pero estas no se extienden a las pequeñas y medianas empresas. A nadie le parece importar esa discriminación paradójica: otra distorsión de mercado à la TPP-11.
Además, el TPP-11 contradice todo lo que pregona la misma teoría neoclásica sobre la materia ―aquella teoría económica que supuestamente informa este modelo–. Y la razón por qué contradice los fundamentos de dicha teoría económica es porque su teorema fundamental en materias de eficiencia en política económica (el de Lipsey y Lancaster) nos dice que en un mundo con distorsiones y fallas de mercado (esto es, siempre), lo fundamental para llegar a un ‘second best’ (en otras palabras, a la mejor posible alternativa en un mundo distorsionado) es que exista el mayor espacio de acción posible para rediseñar las políticas económicas. Esto es, aprobarlo sería colocarse voluntariamente una camisa de fuerza que obstaculice el cambio –la razón de ser del TPP-11; además de ser un acto de autoflagelación, sería algo de por sí ineficiente–.
En otras palabras, el TPP-11 es una distorsión de mercado incluso dentro de la lógica del modelo actual. Pero cuando la lógica choca contra los intereses pequeños de los grandes conglomerados, no es gran misterio quién sale ganando… Básicamente, es agregar una distorsión de mercado para defender las muchas que ya tenemos.
Y podríamos seguir y seguir refiriéndonos a lo autodestructivo e ineficiente que es el TPP-11. Pero, en lo fundamental, aquí hay dos lógicas: la del crecimiento y bienestar de la mayoría de las chilenas y chilenos y la sustentabilidad del medioambiente, y la de los intereses rentistas de los grandes conglomerados extranjeros y chilenos. El TPP-11 asegura la primacía de lo último. Lo demás es cuento.
Lo que dichos conglomerados no pudieron lograr en un gobierno de derecha, con solo mover el dedo chico, lo pueden hacer ahora en uno de “izquierda”. Y no culpen a Mario Marcel: él es consistente; él siempre estuvo a favor del TPP-11. Sus argumentos actuales de que el TPP nos ayudará a enfrentar los problemas de la economía mundial ‘en bloque’ serán pueriles, pero él ha estado a favor desde un comienzo. Los que votaron de una manera en la Cámara de Diputados, y luego hicieron toda una campaña presidencial diciendo una cosa, para luego hacer exactamente lo opuesto son otros. Como decíamos, esto es un despliegue de mediocridad insolente.
*Fuente: El Mostrador
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