Sebastián Piñera: 3.582.800 votos (51,60%).
Eduardo Frei: 3.359.801 votos (48,39%).
Las cifras lo dicen todo. La elección del 17 de enero no merece mayor discusión.
Lo concreto es que a partir de marzo, Chile tendrá un gobierno de derecha que se sumará a la mafia de enemigos del proceso liberador de América Latina. EE.UU. reserva a Piñera un lugar destacado junto a los regímenes de Colombia, Honduras, Panamá y Perú. Un grupo tenebroso que intenta ampliar mediante elecciones o golpes de Estado según la receta hondureña.
El propósito es frenar el proceso de independencia y socialismo democrático que se reinició en la última década. Ese proceso tiene sus enclaves en Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Pero cuenta también con defensores en Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay. La dirección principal de la contraofensiva norteamericana persigue eliminar -usando cualquier medio- al gobierno revolucionario del presidente Hugo Chávez. La revolución bolivariana es considerada la pieza maestra que sostiene y articula al renacido movimiento por la independencia y soberanía de los pueblos que desafía la hegemonía yanqui en la región.
El próximo 26 de septiembre hay elecciones parlamentarias en Venezuela. El presidente Chávez enfrentará por enésima vez -desde 1998- el veredicto ciudadano. La oposición, casi toda digitalizada desde Washington, se jugará por retornar a la Asamblea Nacional -que abandonó voluntariamente en diciembre de 2005 para provocar un colapso institucional que no ocurrió-. Buscará usar esas elecciones para avanzar en un plan desestabilizador “a la hondureña”.
En forma simultánea, junto con tejer las redes de conspiraciones políticas, financieras y militares, EE.UU. viene montando en torno a Venezuela un cerco de bases militares con asiento en Colombia, Panamá y las islas holandesas de Curazao y Aruba. Se les suma la reactivada IV Flota norteamericana que patrulla el Caribe con su carga de cañones y misiles. El gobierno venezolano ha denunciado las incursiones de aviones espías en su espacio aéreo.
Los aprestos de intervención -o de apoyo militar a un golpe- son tan evidentes que han despertado el rechazo del gobierno de Brasil. El presidente Lula y las fuerzas armadas brasileñas saben que, a largo plazo, EE.UU. no se conformará con las enormes riquezas naturales de Venezuela. También intentará apoderarse de las reservas de agua de la Amazonia y de los grandes yacimientos de petróleo que existen en la plataforma submarina del Atlántico brasileño.
Todo lo anterior explica porqué la elección de Piñera ha provocado tanta expectación en el exterior, comparativamente más que en Chile. Desde luego los chilenos sabíamos -a través de los códigos del lenguaje de medias tintas a que nos hemos mal acostumbrado-, que la Concertación se presentaba derrotada a la confrontación electoral. Agotada como proyecto político y destrozada por disputas intestinas y ambiciones personales. En cambio, en naciones que tienen fundados motivos de preocupación por el rumbo agresivo de la política de EE.UU., se creía que la Concertación -aun con todas sus vacilaciones y blandenguerías- saldría airosa de la prueba. A ese engaño contribuyó la imagen de una presidenta Bachelet con 80% de respaldo popular.
El tema internacional casi no se tocó en la campaña presidencial, impidiendo que los chilenos conocieran los peligros que afrontan pueblos hermanos. El golpe hondureño ni se mencionó, tampoco la instalación de bases militares en Colombia y Panamá, ni el fracaso de la Conferencia sobre Cambio Climático en Copenhague, ni la crisis capitalista, ni… El listado de temas que tienen que ver con el mundo, la Humanidad y nuestra América Latina que los candidatos no abordaron en la campaña, es interminable. Repasarlo sólo sirve para confirmar la insularidad política en que vivimos. Este factor -que ha producido ignorancia, erosión ideológica y despolitización-, permite a la derecha y a la Concertación manipular las conciencias de los ciudadanos y direccionarlas con técnicas de marketing y métodos farandulescos.
Piñera es parte de una “nueva derecha” que pretende haberse desvinculado del reciente pasado de dictaduras militares que atropellaron los derechos humanos en América Latina. Esta derecha -que ha conseguido esconder su ADN golpista- ha llegado a Chile para quedarse, por lo menos es lo que pretende.
La “nueva derecha” es un invento de los estrategas del Departamento de Estado que conduce Hillary Clinton, cuyo talante imperial se ha puesto en evidencia durante los últimos meses. El nuevo engendro político viene a reemplazar a los gobiernos socialdemócratas y/o socialcristianos, como el de la Concertación, que han sufrido un acelerado desgaste por su aplicado servicio al neoliberalismo y su traición a los trabajadores. Esta “nueva derecha” controla todavía pocos gobiernos y algunos, como el de Alvaro Uribe, apestan a muerto.
Por eso, la victoria de Piñera -con un programa populista que sigue las aguas de la Concertación pero que garantiza mano dura con el movimiento social para blindar la inversión privada-, es recibido con júbilo por los sectores más reaccionarios del continente. Sin embargo, la “nueva derecha” necesita victorias en países importantes como Argentina y Brasil (ya cuenta con México) e intentará meter su contrabando político en Venezuela y Ecuador para destruir esas revoluciones por dentro.
Para el chileno medio, atrapado en la telaraña de deudas que tejen 29 millones de tarjetas de crédito que constituyen su vía de acceso al consumo, la política es una galaxia lejana a su interés cotidiano. La democracia representativa sólo lo obliga a votar, pero no le reconoce derecho a participar. Los asuntos políticos que atañen a su condición de ciudadano pertenecen al ámbito de lo accesorio y superfluo que no soluciona sus problemas concretos. Por eso, delega esos asuntos en los políticos profesionales a quienes, a la vez, considera unos zánganos aborrecibles. No es para menos: entre los 14 millones de pesos mensuales de la dieta de un diputado, y los 257 mil pesos que gana más de la mitad de los trabajadores chilenos, hay un abismo de desigualdad. El quintil más bajo de ingresos, según la encuesta Casen, destina más del 60% de sus salarios a pagar deudas que superan todas las fronteras de la usura. Este abismo de desigualdad no intentaron cerrarlo los partidos de la Concertación -hoy en liquidación- y menos lo hará esta “nueva derecha” exultante que celebró su victoria bailando y descorchando botellas de champaña como en 1973, cuando instigó a los militares a derramar la sangre de miles de chilenos.
Trabajadores agobiados por extenuantes jornadas, viviendo el constante temor de pasar a integrar el ejército de 800 mil cesantes, temiendo enfermar por el costo de la atención médica y de los medicamentos y por las interminables listas de espera en los hospitales, con las esperanzas perdidas de obtener educación de calidad para sus hijos, viviendo en la promiscuidad de departamentos de 45 metros cuadrados, acosados por la droga y la delincuencia, relegando a la clandestinidad del recuerdo familiar las atrocidades de la dictadura militar-empresarial, ¿qué ánimo o qué tiempo tendrán para preocuparse de la dimensión política del triunfo de Piñera?
Por eso, no debe extrañar que cientos de miles de chilenos hayan votado por la “nueva derecha”, esperando ingenuamente que ese gobierno aliviará sus miserables condiciones de vida. Esta actitud pasiva e indiferente al retroceso político que significa legitimar a los herederos de la dictadura y facilitar así las amenazas a la soberanía de pueblos hermanos, es resultado del fracaso estruendoso de la Concertación. Pero también de la injustificable tardanza de la Izquierda para superar su fragmentación y levantar una alternativa popular e independiente. Ahora estamos en el punto de volver a empezar, porque la historia no ha terminado. De nosotros depende acortar el tiempo que la derecha pretende quedarse en el poder.
viernes, 22 de enero de 2010
(Editorial de “Punto Final”, edición Nº 703, 22 de enero, 2010)
* Fuente: El Clarin
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