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Las pancitas y el alma de la Argentina

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Desde hace más de cuatro meses la Argentina parece discutir, según mandan los grandes medios de comunicación y los distintos factores de poder, qué hacer con la abundancia que nace de su tierra ubérrima.

Mascarada del sistema. Las riquezas no están al servicio de los que las producen, al contrario.

El problema es que la falsedad del debate vuelve a ocultar el costo de tanta perversión.

Los números oficiales de la inflación están modificados a imagen y semejanza de los intereses del Gobierno, mientras que esa extraña entidad que se llama Estado no logra recaudar lo previsto porque hay funcionarios que trabajan para las minorías.

La consecuencia estalla en la pancita de los pibes.

Y la pancita, se sabe desde los tiempos de los incas, es el lugar del alma.

Lo que sucede en la pancita de los chicos es lo que acontece en el alma verdadera del país saqueado.

Entre tanto grito disonante, carpas de variados colores, lo que no se ve es el drama cotidiano del crecimiento de la pobreza que cabalga sobre el brioso andar de los precios, esos números que sintetizan la voracidad de las grandes cadenas de supermercados, generalmente subsidiados por ese Estado que trabaja a su manera.

Según los datos del denominado Barómetro de la deuda social, índice que todos los años produce la Universidad Católica Argentina, seis de cada diez niños redujeron su alimentación en los últimos doce meses.

La inflación devora el alimento que ya no llega al plato de las pibas y pibes empobrecidos, habitantes del país en donde sobra comida.

Los números expresan la realidad cotidiana entre los hijos del pueblo: 'tres de cada diez niños y adolescentes residen en hogares vulnerables en su capacidad de atender su salud y más de cuatro de cada diez pertenecen a hogares con dificultades para acceder a una adecuada alimentación', sostuvieron los investigadores de la Universidad Católica.

Para los responsables del trabajo 'es urgente que el Instituto Nacional de Estadística y Censos vuelva a ser un organismo competente a nivel internacional, pues era un parámetro de referencia'.

Pero con el INDEC sucede lo mismo que en otros territorios de la realidad argentina: no interesa la verdad, sino la apariencia de la realidad.

En una Argentina proyectada, una vez más, como el granero del mundo y la gran productora de alimentos a nivel internacional, las nenas y nenes cada vez comen peor como consecuencia de la feroz transferencia de recursos desde los sectores más vulnerables a los nichos de la riqueza más concentrada, aquellos que terminan fijando los precios. Esas cifras que las cifras oficiales del INDEC no quieren ver, medir, reflejar, denunciar, contar…

Desde hace cuatro meses, en el país de los argentinos se discute en torno al destino de las grandes riquezas. Demasiado tiempo si se tiene en cuenta que cada día que pasa un pibe argentino come peor, menos de lo que necesita.

¿Cuándo será el tiempo de empezar a hablar sobre la pancita de los pibes, el verdadero lugar donde habita el alma colectiva del país que parece vivir en un eterno crepúsculo? 

* Fuente: Argenpress

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