La Democracia Cristiana, un partido en decadencia
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
17 años atrás 11 min lectura
“Todo degenera en manos de los hombres”, escribía Jean Jacques Rousseau. Los partidos políticos, como toda obra humana, tienen momentos de gloria y decadencia. Los “pelucones hegemonizaron el poder hasta la “cuestión del sacristán”; los liberales, hasta la Guerra Civil de 1891; los radicales, de 1938 a 1952; los demócrata cristianos, de 1954 a 1970; socialistas y comunistas, de 1970 a 1973; la Democracia Cristiana es el único partido que ha obtenido el 40% de los votos y 82 diputados, pudiendo gobernar sin alianzas.
En la democracia representativa chilena se supone que los partidos políticos constituyen, prácticamente, el único canal de expresión de la soberanía popular. En los sistemas de partidos las divisiones se dan en base a diversos temas: en el siglo XIX, laicismo y catolicismo – liberales y conservadores-. En el siglo XX, las divisiones son económico-sociales, -izquierda, derecha y centro-. Lechner diferencia el Partido Radical de la Democracia Cristiana calificando al primero como un Partido de patronazgo, es decir, que la ideología juega un papel secundario frente a las estrategias de poder; la Democracia Cristiana corresponde a la segunda clasificación, lo que equivale al predominio de la ideología sobre la gestión burocrática.
Todos los gobiernos del Chile republicano, a partir de 1891, se han conformado en base a alianzas: en la República Parlamentaria, el liberalismo fluctuaba entre la alianza con el Partido Radical o con el Conservador, dando paso a la combinación llamada Alianza Liberal, y coalición conservadora, en el segundo caso. Por lo demás, entre los partidos no había mayores diferencias, pues lo mismo daba votar por los radicales, los liberales, los liberales democráticos, los nacionales y los demócratas, ya que el único tema polémico era el religioso y el educativo.
Desde 1932 en adelante se forman distintas combinaciones: el Frente Popular, el Partido Radical, los socialistas y los comunistas; el Frente Nacional apoyó a Juan Antonio Ríos ampliándose también a la Falange Nacional y a una fracción de los liberales. Gabriel González Videla, en distintos gabinetes gobernó con todos los partidos: primero con radicales, comunistas y liberales, luego con liberales y conservadores y, finalmente con falangistas, conservadores social-cristianos y radicales. Carlos Ibáñez del Campo obtuvo el apoyo de agrario-laboristas y socialistas populares; después gobernó con la derecha. Jorge Alessandri lo hizo con liberales, conservadores y radicales; Eduardo Frei Montalva, sólo con la Democracia Cristiana y, Salvador Allende, con la Unidad Popular. Si revisamos la historia de Chile, salvo en el caso de los gobiernos radicales, cada Presidente tenía que entregar el poder a su rival político.
Los gobiernos radicales, (1938-1952) y la Concertación de Partidos por la Democracia, (1988 hasta ahora), han sido la combinaciones de partidos de más larga duración en nuestra historia política, tarea que no ha sido fácil cuando la componen partidos de diferentes fuentes ideológicas. En la actualidad, la Concertación está sufriendo una de sus crisis más radicales desde su fundación: se constata corrupción, personalismo, canibalismo político, y otros cuantos vicios en cada uno de los partidos políticos que la integran. Esta fase de descomposición se ha manifestado, con intensidad, primero en el PPD – a raíz del escándalo de Chiledeportes y, hoy, en la Democracia Cristiana. Es cierto que esta descomposición no es exclusiva de los partidos de la Concertación, pues algo similar está ocurriendo en Renovación Nacional y en la UDI. Con razón, el 75% de los ciudadanos rechazan a los partidos políticos, califican en un bajo lugar al Parlamento y a los Tribunales de Justicia; cualquiera que tenga dos dedos de frente y un poco de sentido crítico, tendría mucha dificultad para tratar de convencer a los jóvenes para que se inscriban en los Registros Electorales, sabiendo que los senadores y diputados son designados de antemano y que los partidos forman un receptáculo de mafias que se reparten el poder.
La mentalidad de la dictadura de Augusto Pinochet supone el desprecio más absoluto de la soberanía popular y este concepto traspasa a todos los Artículos de las llamadas “leyes políticas” y la Constitución; sólo la extrema ingenuidad de Ricardo Lagos Escobar y de sus ministros pudo llevarlos a creer que con cambiar algunos Artículos, la Constitución troglodita se iba a convertir en democrática. Las Ley de Partidos que aún rige en el país los conceptúa como asociaciones libres de ciudadanos, cuya función se limita a participar en las elecciones populares; no pueden intervenir en la sociedad civil, ni siquiera en los Sindicatos – en el fondo son menos que una Fundación- que tienen menos poder que cualquier corporación empresarial; el Parlamento en Valparaíso es menos importante que la Casa de Piedra y las reuniones de Icare.
Si los Partidos fueran expresión de la voluntad popular podría ser válido el argumento en el sentido de que los cargos de diputado y senador les pertenece y, si alguno renuncia, debiera ser reemplazo por otro del mismo Partido, pero en el espíritu de la Ley de Partidos Políticos de la Constitución de 1980 fue, incluso, suprimida la orden de Partido. Si revisamos nuestra historia política veremos que algunas de las divisiones de Partidos han logrado permanecer por largo tiempo: es el caso de los conservadores que venían de los Pelucones, de los radicales, producto de la rebeldía de un sector liberal y la Falange Nacional, que surge de los conservadores. Si se aplicara la Ley que significa la pérdida del cargo parlamentario al díscolo que renuncie a un Partido, los diputados conservadores, que dieron origen a la Falange Nacional, hubieran sido destituidos.
Si en 1938 a 1960 se hubiera aplicado el sistema binominal, la Falange Nacional no hubiera existido, pues obtuvo el 3.4% y 2.6% en todas las elecciones de ese período. Posteriormente, a partir de 1960, se produjo un crecimiento continuo del entonces partido Demócrata Cristian, fundado en 1957; en las parlamentarias de 1961 obtiene el 15.4%, en las del 65, el 42.3%, llegando a la cumbre del éxito. Después empieza el bajón: en las municipales de 1967, un 35.6%, en las parlamentarias de 1969 un 29.8% y en las municipales de 1971 el 25.7%. Si se graficara el comportamiento electoral correspondería a un sombrero: comienzo con un bajo porcentaje, una alza y, posteriormente, un lento descenso, situación que continúa hasta nuestros días; los buenos tiempos ya no volverán.
Hay varios elementos que caracterizan el accionar de la Democracia Cristiana en su período de auge:
1- el predominio de los padres fundadores: una generación intelectual, excepcionalmente capaz y proba.
2- La relación con la iglesia: en un comienzo conflictiva –cuando los conservadores acusaban a los falangistas de “compañeros de ruta de los comunistas- en una segunda etapa, de plena coincidencia con la jerarquía eclesiástica – Vaticano II, Medellín y Puebla – y una tercera en que la iglesia se retaca hacia temas sexuales, dejando de lado la doctrina social de la iglesia.
3- La permanente existencia de grupos y fracciones: un partido de centro de capas medias – aun cuando esto un tanto mitológico – se caracteriza siempre por la existencia de múltiples concepciones tácticas y doctrinarias; en los distintos períodos de la Democracia Cristiana hubo puristas y pragmáticos, oficialistas rebeldes y terceristas, guatones y chascones, cholistas freistas y colorines, apitutados e idealistas; lo demás se lo dejo al Cambalache.
4- Una vocación de poder, que en los tiempos de auge se limitaba, en cierto grado, por la pobreza del país y la práctica de la relación entre la ética y la política. Hoy esta “vocación de poder” se ha desatado sin ninguna limitación.
5- Un fuerte apoyo económico y moral de la Internacional Demócrata Cristiana que, hacia los años 60, participaba del gobierno en Italia y Alemania y, además, había partidos poderosos en Bélgica y Holanda. En América Latina había democracias cristianas en Venezuela – el COPEI que ocupó el poder durante varios períodos y que luego lo perdió por corrupción – en Chile, que ocupó la presidencia de la república entre 1964 y 1970; con menor arraigo en Perú, dirigido por Héctor Cornejo Chaves, y en Brasil Franco Montuoso; además, en El Salvador, ocupó el poder Napoleón Duarte.
La decadencia de la Democracia Cristiana chilena forma parte de un cuadro mucho más global: todos los partidos – tanto de derecha como de izquierda- están en crisis que, por lo demás, corresponde a una tendencia universal, que podríamos llamar como “el invierno de la política”; la Concertación, hoy por hoy, se ha limitado a gestionar el poder y no tiene ningún ideal, ni proyecto que ofrecer a la ciudadanía. Con toda razón, el 75% de los ciudadanos desprecia a los partidos políticos y consideran muy deficiente la labor del Congreso y de los Tribunales de Justicia.
El colapso de la Internacional Demócrata Cristiana: el Partido italiano desapareció por sus relaciones con la mafia y la usura de poder; lo mismo ocurrió con el COPEI que, además, lo dejó su principal líder, Rafael Caldera, quien entregó la banda presidencial al actual mandatario, Hugo Chávez; en Europa, salvo Alemania – ningún otro país tiene esta Partidos de esa denominación.
El comunitarismo y el socialcristianismo han sido absorbidos por el neoliberalismo, de raíces individualistas y darwnianas. Poco o nada queda de la famosa “tercera vía” de la superación del colectivismo y del individualismo.
En medio de este marasmo, la Democracia Cristiana en Chile se ha convertido en una eficiente agencia de empleos para sus prosélitos: ocupa, actualmente, la mayoría de las empresas del Estado, convirtiéndolas en una especie de feudo; el caso más notable es CODELCO, cuyo presidente, José Pablo Arellano, actúa igual forma que los patrones de fundo con respecto a sus trabajadores; otros, como Luis Ajenjo se dio el lujo de arruinar Ferrocarriles. Los demócrata cristianos son los dueños de INDAP y de otros organismos del agro. Pasar de la mística de la redención del proletariado al “pitito o muerte”, no es muy difícil.
La Mayoría de los líderes fundadores han muerto, salvo los gerontes Patricio Aylwin y Gabriel Valdés que, de tiempo en tiempo, lanzan filípicas, un tanto proféticas, sobre la decadencia moral de la Democracia Cristiana. Los líderes actuales son, en su mayoría, matriarcas, cosa muy rara en un Partido pechoño. Soledad Alvear, la presidenta de la colectividad, a pesar de sus éxitos como ministra en tres Carteras y de haber obtenido el apoyo del 80% de los militantes del Partido, no logra encantar y siempre sale trasquilada en el momento decisivo; si fuera tenista, tendríamos que decir que comete errores no forzados; claro que la expulsión de Adolfo Zaldívar y la renuncia de los diputados colorines se ha convertido en una catástrofe para su partido y para el gobierno de Michelle Bachelet; hay pocos casos en la historia en que un gobierno se dé el lujo de perder la mayoría parlamentaria tan fácilmente. ¿No será que los falangistas padecen el síndrome de la autodestrucción?
Ahora aparece como líder la acusada ministra Yasna Provoste. Su excesiva piedad, mostrada a través de las cámaras y de los Diarios, es muy posible que le atraiga el compasivo apoyo popular que se siente, la mayoría de las veces, identificado con Juana de Arco, la Monja Alférez, Laurita Vicuña, Santa Teresita de Los Andes, Fray Andresito y una serie de animitas proletas. En el fondo, a lo mejor esta estrategia de los conductores de imágenes puede darle resultado si no satura a los ciudadanos. Creo que cada hay menos personas que creen en la autenticidad de sus movilizaciones en taxi y como líder cuasimodista. Parecería interesante que una princesa diaguita fuera senadora.
El ministro Edmundo Pérez Yoma, un derechista de tomo y lomo, más político que los demás ministros del Interior del gobierno de Michelle Bachelet, que han resultado un verdadero desastre; no se sabe bien si la Presidenta les daba poca bola o el cargo les quedaba como poncho. Pérez Yoma es como una especie de Potemkim – famoso ministro de Catalina II – que aspira a modernizar y reformar el Estado de la noche a la mañana; para lograrlo, le basta el apoyo de los empresarios, que es el único estamento escuchado por el gobierno.
El conejo Jaime Ravinet está reapareciendo como ambicioso líder demócrata cristiano; a juzgar por lo que publican los Diarios de la derecha –que son casi todos- Ravinet tiene la alcaldía de Santiago en sus manos, y la buenamoza rubia Ximena Rincón estaría dando a hora.
Eduardo Frei Ruiz-Tagle siempre va a ser un líder de la Democracia Cristiana. A pesar de haber terminado bastante mal su primer gobierno – sobre todo por los errores de Eduardo Aninat cuando subió las tasas de interés aniquilando las Pymes para enfrentar la crisis asiática- actualmente, Eduardo Frei está diciendo cosas bastante adecuadas como estatizar el Transantiago, diversificar la matriz energética e incluso, critica lo miserable del bono de $20.000 para paliar la inflación. El Frei de hoy es muy distinto del que gobernó a fines del siglo XX. Como se puede comprobar, en general este grupo constituye un bello ramillete de dirigentes livianos.
Al igual que el Partido Socialista, los demócratas cristianos han caído en el canibalismo político. Es difícil salvar un ojo o una pierna en las Juntas nacionales y Congresos de ambos Partidos. Pablo Lorenzini y Gabriel Ascensio aportaron el encendedor que terminó por chamuscar a la Juana de Arco, Yasna Provoste.
En resumen, la Democracia Cristina ha caído en un proceso de decadencia, que se caracteriza por un hambre ilimitada de poder, carencia de principios doctrinarios, una dirección autoritaria, carencia de fraternidad e incumplimiento de los Acuerdos de sus Congresos y Juntas nacionales.
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