A mí, Piñera me va a dañar. Si me viola mi padrastro, una y otra vez, dirá nuevamente que con mis once años estoy preparada para ser madre, dirá que soy “madura” y valiente por proteger la vida que a él le importa más que mi salud física y síquica. A mí Piñera me va a dañar, con sus cambios a la despenalización del aborto en tres causales, ley que con fuerza rechazó desde el minuto uno, me va a dañar con su intervención sobre todas las mujeres violadas por parte de un Estado “provida” que busca defender, pese a mi dolor, pese a mi dignidad, pese a mi decisión, que para él es lo menos importante. Me va a dañar con la violencia de su lenguaje, con su “provida” que a mí busca dejar como pro muerte.
A mí, Piñera me va a dañar, echándome a competir como perro salvaje con mi compañero de curso en la escuela, a ver quién se saca más sietes que el otro para un cupo por el que no entran dos, como si fuéramos muertos desafiándonos desde el purgatorio ante San Pedro. Ambos queremos entrar a un buen colegio cuando terminemos octavo básico, y Piñera ya nos rayó la cancha, no llegaremos a postular en igualdad de condiciones, y si mi amigo conoce más palabras que yo, si divide dos segundos más rápido, va a quedar él, y yo tendré que ir a competir a otro colegio, uno más pobre y con menos salas, con los otros niños que saben aún menos palabras que yo, y así vamos a quedar divididos, los que más saben con los que más saben, y los que menos saben con los que menos, perdiendo la maravillosa oportunidad de enseñarnos entre nosotros y hacernos más ricos y mejores juntos, entre todos; entre los que saben más y los que saben menos, y entre los que tienen más plata y los que tienen menos. Pero Piñera ya me condenó, a mí y a mi compañero, con su anuncio de fin de la ley de inclusión. Nos condenó a dejar de compartir, nos condenó a mirarnos de reojo, a desear la caída en el ránking del otro, nos condenó a no sólo ser vecinos, nos condenó a ser enemigos. Nos condenó a no sólo aspirar al cielo, sino también a vislumbrar su no llegada como una caída al infierno, como un fracaso.
A mí, Piñera me va a dañar, provocándome una deuda por estudiar en la universidad que tardaré décadas en pagar sólo por ganar al mes, como familia, una luca más que los González, dos mil quinientos pesos más que los García. Piñera me va a dañar, porque ya dijo que no va a aumentar la gratuidad universitaria, y si en mi casa ganamos 194 mil pesos por persona, mil pesos más que el límite del sexto decil, pasaremos inmediatamente de sujetos de un derecho humano universal – el de la educación- a acreedores, a perseguidos por el Fisco, a deudores de un sistema que ni siquiera garantiza calidad, a deudores de un sistema que a la vuelta de la esquina una universidad te puede cerrar. Piñera me va a dañar, convirtiéndome en consumidor de su bien de consumo sólo por el hecho de que mi papá gana cincuenta mil pesos más que tu papá, como en la canción de Los Prisioneros, esa ochentera en la que uno debe golpear a otro porque en la mesa no caben todos, pero en pleno 2018.
A mí, Piñera me va a dañar, provocando la sospecha de mis amigos cuando me vean criando un niño siendo homosexual, un niño que bajo la ley jamás será mi niño. Me va a dañar azuzando las miradas inquisidoras y los comentarios de asco en las viejas copuchentas del barrio cuando me vean con mi pareja jugando en el parque, columpiando a nuestra niña, y ella, la vieja, recuerde que su presidente afirmó con energía y aversión que el matrimonio es sólo entre un hombre y una mujer y que no es lo más sano ser criado por dos personas del mismo sexo. A mí, Piñera me va a dañar la calidad de mi vida, la validez de mi familia, las aspiraciones de mi amor, coartado en su deseo de ser más grande, de ser más fuerte, de ser tutor de un niño que en soledad está sufriendo, de ser el dador de cariño y protección de una pequeña aterrada en los patios del Sename. A mí, y a esos niños concesionados, Piñera nos va a dañar.
A mí, Piñera -el de una lista parlamentaria que me quiere gobernar con neonazis, fans de la dictadura y militares de una religión- me va a dañar. Me va a dañar como viejo ya dañado, ya enfermo de los nervios y los huesos por un sistema de trabajo explotador. Me va a dañar entregándole más plata a las AFP, esas donde está metido un ex ministro suyo, esas a las que les quiere entregar un 4% más de cotización -con cargo al empleador- para que sigan invirtiendo mis esfuerzos por el mundo. Me va a dañar incentivando sin ninguna sensibilidad por nuestros cuerpos el aumento en la edad de jubilación, mientras sus amigos, sus compadres, van a hacerse cada día más millonarios para seguir haciendo fiestas borrachas en las islas del Caribe. Piñera me va a dañar en cada peso que pierda en mi miserable pensión, en cada apretón del lumbago que haga estallar mi espalda cuando, para llevarme un pedazo de pan a la boca a los 80, esté trabajando a los 70.
A mí, Piñera me va a dañar, con su negativa rotunda a cambiar la Constitución. Me va a dañar negándome el derecho a la vivienda digna, me va a dañar como ya dañó a miles de familias con los subsidios de papel, esos que a través del Fondo Solidario de Elección de Vivienda (FSEV) se entregaban sin la existencia de proyectos habitacionales. Piñera me va a dañar concesionando nuevos hospitales, como lo hizo en su gobierno, privatizando algo tan elemental como la salud, entregándola a criterios de mercado, a empresarios que hasta en la compra de jeringas, de sueros o camillas buscan el máximo rédito con la mínima inversión. Me va a dañar como funcionario público de la salud, precarizándome como se precarizó la realidad laboral en los recintos concesionados.
A mí, Piñera, el inversor de la minera Dominga que hoy reclama por el rechazo a su realización, me va a dañar. Me va a dañar inventando una sensación de seguridad que no existe, inventando otra vez el final de una fiesta del delito que en su gobierno se hizo más ruidosa, creando en mí la ilusión de tiempos mejores de fantasía. Tiempos mejores que no llegarán cuando esté muriendo en medio de mi pueblo desabastecido de agua por mineras que no dejan niuno. Tiempos mejores que no llegarán cuando un ataque al corazón me despoje de mi pala en plena faena, a los setenta y uno. Tiempos mejores que explotarán como burbuja de agua en el aire cuando sus cambios tributarios hagan más desigual mi rol desigual en el círculo de la desigualdad. Cuando solo, pobre, excluido, homosexual y pensionado siga leyendo que su martillo se rompe en las cabezas de los mismos que le siguen creyendo.
A mí, Piñera me va a dañar.
*Fuente: El Desconcierto
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