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Juan Gelman o el arte de «valer la pena»

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Son muchas las cosas, los temas y los tangos que me unen a Juan Gelman, el poeta que más admiro, sigo y quiero. En cada correo electrónico que me envía siempre hay un apartado bajo el título “noticias del rioba” (del barrio), un recordatorio de amigos, de lo que hacen o piensan hacer, y de la necesidad urgente de querernos y cuidarnos. Lo quiero y admiro por su bronca tenaz, constante, porfiada, contra todo lo que apeste a autoritarismo, a uniformes, a mediocridad mentirosa. Lo quiero, y lo admiro por su infinita ternura de hombre que perdió a lo más amado, a su hijo, a su nuera embarazada en los laberintos del horror dictatorial, y esa misma ternura le dio el vigor para seguir luchando hasta que recuperó a su nieta desaparecida, hasta que el amor fue nuevamente abrazo y esperanza. Hace un par de años nos encontramos en Italia, la ciudad de Piacenza le hacía un gran homenaje y nos citamos en un restaurante, solos, para hablar del “rioba” y de nosotros.

Ya había comenzado la persecución delirante contra los fumadores y como ambos lo somos, salimos a echarnos un pitillo en la calle. Hacía un frío que se metía en los huesos, pero la mirada de Gelman, que ya había recuperado a su nieta, calentaba, y hablando de nosotros le pregunté cómo estaba de salud. Gelman, le dio una calada al pitillo, expelió el humo, miró las volutas y dijo: “bien, querido, yo dejo que los años envejezcan conmigo”.

En mi adolescencia leí “Violín y otras cuestiones” y ahí comenzó el cariño y la admiración por un poeta que se merecía el Cervantes, que merece el Nobel, que tiene méritos sobrados para todos los premios.

“Gotán” fue para mi generación (y somos pocos los sobrevivientes) el poemario del rigor, porque de Gelman aprendimos que no teníamos derecho a la ternura si no la defendíamos con fuerza, y lo hicimos porque Gelman estaba con nosotros. Una vez se lo dije en París, otro día de invierno y mientras caminábamos por el Jardín de Luxemburgo bajo la mirada atenta –clic clic- del fotógrafo Daniel Mordzinski. Los dos llevábamos sombreros para protegernos de la llovizna fría de Paris, de pronto una ráfaga de viento se llevó el de Gelman, quisimos correr al rescate, pero nos detuvo con unas palabras extrañas y certeras: “no, dejen que se vaya, que se largue. Que permanezca sobre mi cabeza es el mínimo gesto de lealtad que se le puede pedir a un sombrero”.

Celebro su Premio Cervantes, lo siento justo, necesario, porque alguna vez hay que premiar a un hombre que simboliza los mejores valores de la humanidad. Juan Gelman, ¡qué duda cabe! es el más importante poeta de la lengua española y al mismo tiempo un gran referente de la poesía universal.

Sé que pronto nos veremos, que nos saludaremos como siempre, “qué dice, don Juan”, “qué cuenta, don Lucho”, y enseguida nos abrazaremos como él nos enseñó: con la tierna fiereza y con la fiera ternura de los hombres del sur.
Guijón, 30 de diciembre de 2007

* Fuente: http://www.lemondediplomatique.cl

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