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Marx y lo ecológico

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La modernidad provocó la transformación social rápida, la potencialidad revolucionaria del desarrollo, el tránsito hacia formas económicas superiores. Pero contradictoriamente trajo consigo también el desencantamiento del mundo, y el dominio, de una razón instrumental, cuyo centro es conquistar la naturaleza, concibiéndola un instrumento de la producción, lo que genera una ferocidad destructiva por parte del hombre hacia ella. Es la gran acción civilizadora del capital(1) .

Como nos apunta Carlos Marx en Fundamentos de la Crítica de la Economía Política: «Se eleva a un nivel social tal que todas las sociedades anteriores aparecen como los desarrollos puramente locales de la humanidad y como una idolatría de la naturaleza. En efecto, la naturaleza deviene un puro objeto para el hombre, una cosa útil...»(2) . El mundo moderno abre las puertas a la «verdadera civilización y cultura» que impulsan a un despliegue de las fuerzas sociales y a una transformación de las fuerzas naturales, gracias al poder cognoscitivo y transformador de la razón»(3).

Estas aseveraciones avalan la idea de que en la modernidad la relación hombre-naturaleza se torna aún más en una actitud de dominio, explotación, destrucción, degradación y manejo irracional de la naturaleza.

Esta relación se concibe como mero objeto, se somete a un proceso de desustancialización y depotenciación, que la incapacita para ser —al decir de Gómez Heras— sujeto de derechos y soporte de valores(4) . La razón se divorcia de la emoción humana(5) . Se separa el pensar del sentir, entre lo que es propio del sujeto que piensa y siente, y lo que se refiere al objeto que esta fuera e independiente de él, «el otro», «la naturaleza». El hombre se distancia de la naturaleza, el objetivo es dominarla por lo que la coloca frente a sí. La somete a un proceso destructivo, se han desbastado sus recursos, a partir de una explotación indiscriminada e irracional. Dominar sin fin la naturaleza, transformar el cosmos en un inmenso predio de caza: tal ha sido el sueño de milenios al que se adaptó la idea del hombre en la sociedad civil(6). Estas ideas permearon y permean toda la vida humana, es un sentimiento de poder, de sentirse fuerte sobre el otro. Estos deseos y acciones son ingredientes esenciales en este proceso de interacción hombre-naturaleza, para un tipo de sociedad que ha traicionado la esperanza y destruido la verdad(7).

Por supuesto esto es consecuencia del capital, que le interesa únicamente la obtención de «cosas» que devengan ganancias. Es el mito del mercado.

Para Carlos Marx es esencial el enfoque socio–histórico de la producción puesto que su interés esencial es demostrar la esencia explotadora del capital: la plusvalía y dar a conocer que la ilustración suprema del ideal moderno es la dominación de la naturaleza. Por eso su reproche al productivismo, puesto que el capitalismo en última instancia traba el desarrollo de las fuerzas productivas.

En las primeras etapas la relación hombre–naturaleza, reconoció Marx, existió una debilidad del hombre frente a ésta, en la medida que avanza el devenir histórico el poderío que alcanzan las fuerzas productivas, producen rupturas irreparables a los ecosistemas, pero al mismo tiempo el propio proceso de trabajo es un proceso de intercambio de materias entre el hombre y la naturaleza, proceso en el curso del cual el hombre se enfrenta como un poder natural con la materia de la naturaleza a partir de tres niveles:

1. dependencia del hombre con la naturaleza;
2. la producción progresa; y
3. alteraciones del equilibrio ecológico por el sentido devastador.

Entiéndase, mientras el hombre exista, tiene que trabajar y no puede dejar de modificar la naturaleza, no puede dejar de hacerlo porque es el motor impulsor de su existencia, tiene que transformar constantemente la naturaleza, es preciso establecer el equilibrio, conservación y preservación de la misma y del propio hombre, porque en última instancia al destruir la naturaleza se destruye a sí mismo, por tanto es «arreglar» el desarrollo de sus fuerzas productivas racionalmente, en armonía con la que hizo posible su aparición entre todos «los productos» que creó.

Será preciso entonces, releer de nuevo la modernidad y retomar los planteamientos globales que vinculan estrechamente historia y naturaleza, sujeto y naturaleza. No con el fin de optar románticamente por la naturaleza, frente al sujeto o por la naturaleza frente a la historia. Quizás sea preciso reivindicar de nuevo una reconciliación y armonía dinámicas entre el hombre, los productos de su actividad y el entorno natural.

Se trataría de buscar una nueva forma de pensar con un principio básico: tanto la realidad físico–natural como la realidad valorativo–cultural no están a nuestra disposición como los productos de un supermercado. Se trataría de reivindicar un modo ambientalista de pensar que no reduzca el conjunto de la realidad natural y cultural a mero capricho de cualquier individuo, a mera arbitrariedad de quienes detenten la fuerza.

En la actualidad el objetivo que debe centrar la actuación humana, y que ya Carlos Marx nos lo esbozó cuando afirmó que: «…El H no se reproducirá como unilateralidad, sino como totalidad. No tratará de seguir siendo una cosa que no ha sido ya, sino que se insertará en el movimiento absoluto del devenir»(8). Nos proponemos el desarrollo de un pensamiento crítico que se imponga la tarea de destruir ese carácter irracional de la razón, es decir no sólo apreciarla como signo de poder, dominación, sino también como liberación(9), y entonces sí podremos hablar de una verdadera civilización y cultura, en la que la sociedad y la naturaleza sean transformadas como bien comunes.

El sentido que nos ocupa es la internalización de los valores y potenciales de la naturaleza(10), no es la naturaleza «el otro», sino que somos nosotros mismos. Al degradarla, se ha degradado al hombre mismo.

Las consecuencias actuales de este actuar irracional lo contemplamos, desafortunadamente en el siglo finalizado, y en el comienzo del nuevo milenio. El Planeta Azul está al borde del abismo, sino asumimos conciencia real de la situación a que estamos abocados, dejará de existir.

Estas reflexiones no son alarmistas, son resultado de algunos de los hechos que acontecen: contaminación ambiental, disminución de la capa de ozono, efecto invernadero, calentamiento general y trastornos climáticos, lluvia ácida, etc. Demostrándose así que la relación hombre-naturaleza hay que someterla a un cambio revolucionario, si perseguimos el propósito de que siga existiendo la especie humana y los demás seres, debemos cambiar el estilo de pensamiento, revolucionar el pensar.

En el momento en que el respeto por la naturaleza comience a convertirse no en un gasto y en una pérdida de bienestar sino en algo que lo aumente, la conciencia ambientalista podrá crecer hasta límites insospechados hasta ahora, puesto que gracias a está conseguirá amplia aceptación política y continuidad.

La propia modernidad y su proceso actual de globalización nos conduce a reafirmar la idea marxista, al cual se refirió Carlos Marx argumentando que el modo de producción capitalista tendería a crear el mercado mundial, ya que todo límite le aparece como un obstáculo para superar. En consecuencia tuvo en cuenta los siguientes elementos:

1. se amplia cuantitativamente el consumo existente;
2. se crean necesidades ampliadas propagando las necesidades a una escala mayor; y
3. se crean nuevas necesidades, se descubren y se producen nuevos valores de uso.

Evidentemente, la globalización tiende a favorecer el crecimiento económico, en tanto establece una estrecha interrelación entre países, en todos los campos de la cultura, pero al mismo tiempo trae consigo la desigualdad entre los pueblos, que no tienen las condiciones suficientes para enfrentar el despliegue del capital que aparece como único modo de producción dominante sin rivales ni alternativas a escala planetaria y como eje central la explotación indiscriminada de la naturaleza en tanto es objeto útil para crear valores de consumo solamente.

Realmente, es un proceso real y objetivo, al cual debemos enfrentarnos los países del Sur, los más golpeados ante este fenómeno y que necesitan de alternativas que permitan alcanzar el desarrollo, equidad y justicia social.

¿Cuál será el futuro de la humanidad ante el creciente deterioro ecológico?

El proceso globalizador, diagnosticado por Marx, en el siglo XIX, es en lo esencial un resultado del desarrollo de las fuerzas materiales y espirituales del hombre pero también es causante de la extrema pobreza, hambre, marginación, insalubridad y miseria en que viven sumidos los pueblos del Tercer Mundo y por tanto de la crisis ecológica actual.

Nos remitimos entonces, a la exhortación que el Comandante en Jefe, Fidel Castro, realizará a fines del siglo XX, de globalizar la solidaridad, única posibilidad de salvar a la Tierra. Desarrollar la solidaridad entre todos como virtud esencial y primaria es la tarea colosal.

El valor-guía para el pensar y el actuar moral de nuestros días es el de la solidaridad. Se habla de una solidaridad que abarca a los seres humanos que tienen limitadas sus posibilidades de acceso a los beneficios de la cultura y la técnica, a las sociedades humanas condenadas a un subdesarrollo que hace posible el desarrollo de los fuertes, el Norte, a las generaciones que habitarán este planeta en el futuro y tienen derecho a una calidad de vida digna, a la biodiversidad genética, a los flujos vitales de los ecosistemas de la Tierra, a sus ciclos, su equilibrio y su soporte físico, que es, todo ello, lo que hace posible la vida en general y la vida humana en particular. Una solidaridad, por tanto, que engloba a toda la realidad circundante, al Planeta Azul.

Se trata de entender la solidaridad (11) como una comunidad integrada por los humanos y su medio; conectar el mundo de la ciencia y la tecnología, del arte, de la política, de la economía y de la moral con el mundo de la vida, es decir con el mundo cotidiano de los hombres, seres morales, que viven y conviven, y se plantean y deciden sus modos de vivir y convivir. La solidaridad como valor–guía y exigencia de la humanidad permite replantear el «orden de las cosas» desde el «orden de la libertad». Su realización implica un compromiso personal, en el sentido universal–humanista.

La responsabilidad solidaria no puede identificarse con la de ser gerente o administrador sino con ser humanizador. Quiere decir que surge de una consideración de la persona en su integridad y de las implicaciones que ello supone. Es exigente, porque no reduce al ser humano a ninguna dimensión cuantitativa o instrumental. Se trataría de aquella que nace de la buena voluntad y de la generosidad más sincera y sana. Aquella en la que todo ser humano y natural es un fin en sí.

Una ética solidaria será por consiguiente, un ethos activo, de compromiso responsable y sobriamente imaginativo, un modo de vivir en plenitud, que responsablemente recorra el camino de la verdadera solidaridad.

Estas ideas suponen un planteamiento ético importante, concebir la Tierra como espacio vital de todos los seres, que han de compartir y disfrutar sus bienes; equivale a pensar el problema no en términos de «hombre-naturaleza», sino en términos de «hombre en la naturaleza».

Significa como considera el sociólogo francés E. Morín «la tierra como patria a escala planetaria» (12). La sucesión de catástrofes ecológicas debido a industrias nucleares, químicas, etc., la polución (lluvias ácidas, agujero de la capa de ozono, efecto invernadero) han dado lugar a la necesidad de toma de conciencia planetaria para salvaguardar el patrimonio común de la humanidad.

La comprensión real de estas propuestas nos llevará a que una de las soluciones a estos problemas, que afectan a la relación plena entre el hombre y la naturaleza, y que Marx previó, aún cuando no era el eje de su análisis, sea la creación de una nueva racionalidad social ambiental (13), no sujeta a códigos racionales instrumentales, sino a la reflexión real, crítica y verdaderamente racional. Se trata realmente de asumir una posición de vanguardia, una posición revolucionaria, que implique una clara conciencia de la situación en que vivimos y el respeto que nos debemos todos. Asumir esa posición ayudará a entender qué debemos hacer y cómo lo debemos hacer.

A partir de la crisis ecológica actual el hombre no puede seguir atacando a la naturaleza de la manera que lo ha hecho hasta el momento. Si desde una perspectiva filosófica aceptamos la idea de que la naturaleza también es objeto moral, en tanto es ella misma un valor y sujeto de valores, nos referimos a que si reducimos la naturaleza a objeto solamente es sometida a un proceso de desustancialización y depotenciación (14) que la incapacita para ser sujeto de derecho y soporte de valores, la idea de que la naturaleza es un valor en si misma, que es sujeto de aprecio y de valores. Estas ideas son avaladas si consideramos que los animales cuentan tanto como los humanos, al decir de Federico Engels, «aquel en que Descartes declara que los animales son máquinas, solo conmiseración puede despertar en mí un hombre capaz de escribir tales cosas» (15). Pueden llegar a valer lo mismo, en tanto la sensibilidad humana es la que lleva a estimar unos valores en la naturaleza y a reconocer una sensibilidad animal que no puede ser dañada sin que quede dañada al mismo tiempo la misma dignidad humana (16).

Debemos respetarla, al decir de Ramón Folch: «Ni expoliar, ni solamente proteger, sino utilizar y compartir, es imprescindible establecer nuevas normas, principios y valores en la relación hombre –naturaleza» (17).

Por ello el papel de la ética ambiental tendente a motivar una conducta respetuosa con la naturaleza, fundada en normas morales que regulen el comportamiento humano. Desarrollar una sensibilidad ecológica sobre la base de una racionalidad social ambiental que permita la convivencia armónica hombre-naturaleza.

Necesitamos cambiar el esquema de contraposición hombre-naturaleza a partir del desarrollo de una ética ambiental, dado que el hombre no puede desplegar sus acciones y realizarse a sí mismo fuera de la comunidad biótica: animales, plantas, espacio natural y por otro lado el elemento moral requiere de condiciones para desarrollar la razón y la libertad, en función de un sujeto autónomo en decisiones y responsabilidad, por todo ello la integración del hombre a la naturaleza de la que depende y forma parte como afirmaba el sabio Marx "humanización de la naturaleza-naturalización del hombre" (18), lo que implica una dialéctica de conciliación no de enfrentamiento.

Se impone una mentalidad crítica que cambie las actitudes y comportamientos irracionales existentes, que han impedido la verdadera internalización del hombre y la naturaleza.

Sólo podremos lograr una verdadera ascensión humana sino desplegamos en todos sus matices la posibilidad de que el hombre se convierta realmente en lo que es, la unidad de excelencia y creación, la unión de sentimiento y razón como nos indicó J. Martí.

Como conclusión pensamos que es imprescindible tomar en cuenta las reflexiones de Carlos Marx y ubicarlas en las condiciones actuales, por ello la creación de un sistema político mundial que logre el desarme global, la organización equitativa en el uso de los recursos del planeta, de economías flexibles y abiertas que permitan el desarrollo de una ecoproductividad sostenible y de una cultura ambiental promulgadora de una ética sostenible y una educación ambiental para la formación de una conciencia ambientalista basada en una racionalidad social ambiental que pueda enfrentar el cuidado, preservación y conservación de nuestro ecosistema para hoy y para el futuro.

Las campanas tendrán que sonar alguna vez por nuestro planeta azul.

*Ponencia presentada a la III Conferencia Internacional «La obra de Carlos Marx y los desafíos del siglo XXI», La Habana, 2007

Notas
(1) Marx, Carlos: Fundamentos de la Crítica de la Economía Política, Tomo 1, Editora Política, La Habana, 1965, pág. 307.
(2) Marx, C.: ídem, pág. 307.
(3) Marcase, H.: El hombre unidimensional. Ensayo sobre ideología de la sociedad industrial avanzada, Instituto del Libro, La Habana, 1968, pág. 217.
(4) Gómez Heras, J.: «El problema de una ética del medio ambiente». En: ética del medio ambiente. Problema, perspectiva, historia, Editorial Tecnos, S.A, Madrid, 1997, pág. 19.
(5) Blanco; J. A.: Tercer Milenio. Una visión alternativa de la posmodernidad, Ediciones del Centro Félix Varela, La Habana, 1998, pág. 66.
(6) Adorno, T. y Horckeimer, M.: Dialéctica del Iluminismo, Editorial Sur, Buenos Aires, Argentina, 1971, pág. 291.
(7) Marcuse, H.: ídem, pág. 63.
(8) Marx, C.: ídem, pág. 372.
(9) Marcuse, H.: ídem, pág. 63.
(10) Leff, E.: «¿De quién es la naturaleza?». En: Revista Gaceta Ecológica, México, No. 37, diciembre 1995, pág. 59.
(11) Solidaridad: Sentimiento que impele a los hombres aprestarse ayuda mutua, dependencia mutua entre los hombres que hace que no puedan ser felices unos si no lo son los demás. En: Diccionario Larousse, Ediciones Revolucionarias, Instituto del Libro, La Habana, 1968. En: Breve Diccionario Político, Editorial Progreso, Moscú, 1980: Apoyo a los movimientos organización o personas sobre la base de la afinidad o comunidad de criterios e intereses, coordinación de acciones.
(12) Kern, A. y Morin, E.: Tierra-Patria, Editorial Kairos, Barcelona, 1993, pág. 199.
(13) Leff, E.: «Sociología y Ambiente: formación socioeconómica, racionalidad ambiental y transformación del conocimiento». En: Ciencias Sociales y formación ambiental, Editorial Gedisa, Barcelona, noviembre 1994, pág. 37-38.
(14) Gómez Heras, J.: ídem, pág. 101.
(15) Engels, F.: «Carta a Konrad Schmidt, Londres, 5 de agosto de 1890». En: Obras Escogidas, Tomo único, Editorial Progreso, pág. 714.
(16) Camps, V. y Giner, S.: Manual de civismo, Editorial Ariel, S.A., Barcelona, 1998, pág. 134.
(17) Folch, R.: Ambiente, Emoción y ética. Actitudes ante la cultura de la sostenibilidad, Editorial Ariel S.A., Barcelona, 1998, pág. 86.
(18) Marx, C.: Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Editora Política, La Habana, 1965, pág. 10

*Fuente: www.rodelu.net

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