Musulmanes y judíos, por la paz y la justicia
por Ricardo H. Elía (Argentina)
9 años atrás 6 min lectura
Jueves 29 de enero de 2009
Cuando a principios del siglo VII se produce la proclamación del Islam mediante la revelación divina al profeta Muhammad (Bendición y Paz) que se halla en el Corán, los musulmanes reconocieron que los judíos eran verdaderos creyentes y sus aliados naturales de la causa del Dios Uno y Unico.
Los profesores Allan Harris Cutler y Helen Elmquist Cutler, académicos norteamericanos reconocidos, han elaborado una tesis que demuestra a fondo este contexto. Su obra, titulada The Jew As Ally of the Muslim: Medieval Roots of Anti-Semitism (El judío como aliado del musulmán: raíces medievales del antisemitismo), publicada por la University of Notre Dame Press (Notre Dame, Indiana, 1986) evidencia, por medio de múltiples fuentes y hechos históricos, que la tendencia de los europeos medievales era ver al judío como un aliado del musulmán, sentimiento que fue el principal factor que desarrolló el antisemitismo.
La lógica de los Cutler dice que una de las principales razones que fomentó el odio contra los judíos por parte de los europeos fue que aquellos, en numerosas ocasiones, ayudaban y auxiliaban a los musulmanes en la España árabe, durante las Cruzadas y en el período del Imperio Otomano.
Esto no sólo no es novedad, sino que se trata de afirmaciones históricas irrefutables. Basta con recordar algunos ejemplos. Cuando los musulmanes entraron en Córdoba, en 711, eligieron a la comunidad judía como protectora de la ciudad. Los califas cordobeses del siglo X tuvieron de canciller y primer ministro del reino al médico judío Hasdai ibn Shaprut. El sabio judío cordobés Maimónides del siglo XII fue médico personal del último califa fatimí y del sultán Saladino. En 1431, en la batalla de la Higueruela, se destacaron varios batallones de combatientes judíos granadinos que pelearon junto con sus hermanos musulmanes contra los castellanos. «Fue aquélla la época dorada de los israelitas, que estuvieron siempre en pie de igualdad con los musulmanes.» (Felipe Torroba Bernaldo de Quirós: Historia de los sefarditas , Buenos Aires. Eudeba, 1968, pág. 189).
Más tarde, a principios del siglo XIX, la intelectualidad judía europea se proclamó admiradora de lo musulmán para reafirmar su identidad y defender sus derechos ante las persecuciones que sufrían en los distintos países. Tenemos el caso de Heinrich Heine que afirmó ser musulmán y escribió una tragedia poética, Almanzor (1821), lamentando la caída de la España musulmana. Un conspicuo estudioso de la historia del Islam, el profesor Reuven Amitai de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en una de las conferencias que dictó en Buenos Aires, en octubre de 2008, explicó: «El judaísmo y el Islam tienen tanto en común, y la historia de los judíos y los musulmanes está tan entrelazada, que diciendo que él es un musulmán Heine está declarando que él nunca ha dejado de ser judío a pesar de su conversión externa».
La educadora judía alemana radicada en la Argentina, Erna Sara Schlesinger, acredita en su obra Mil preguntas y respuestas sobre judaísmo (Buenos Aires. S. Sigal, 1966, pág. 21) que la llamada Estrella de David es primero un símbolo musulmán y luego judío. Efectivamente, ese emblema adoptado por las comunidades judías a partir del siglo XIV, que es posible encontrar frecuentemente en mezquitas y edificios islámicos, representa geométricamente la Unicidad divina, infinita e incomparable.
Ahora, en una nota reciente en estas páginas, Marcos Aguinis califica de «parricidas» (en relación con el judaísmo) a cristianos y musulmanes, y nos acusa a los musulmanes de estar colonizados por la producción antisemita occidental. El Diccionario de la Real Academia Española tiene tres definiciones de semita: 1. Según la tradición bíblica, descendiente de Sem; 2. Se dice de los árabes, hebreos y otros pueblos; 3. Perteneciente o relativo a estos pueblos.
El Estado de Israel, en 23 días, mató en Gaza a por lo menos 1450 semitas palestinos, e hirió y mutiló a otros 6000. Pedro Lipcovich, en un artículo dice: «Hoy, en enero de 2009, la mejor manera de asumir la condición judía es la vergüenza. Vergüenza fáctica, por el genocidio que el Estado de Israel lleva a cabo sobre el pueblo palestino. […] La mayor vergüenza es la utilización de la memoria de la Shoah -que hubiera querido preservarse como patrimonio sagrado, horroroso, de la humanidad- para justificar políticas que siniestramente la reproducen sobre terceros. La política del Estado de Israel es antisemita, no sólo porque sus víctimas, los palestinos, son semitas, sino porque responde a los principios del antisemitismo: la negación de derechos a un conjunto humano definido étnicamente, el sostén de privilegios derivados de un supuesto origen racial, el milenarismo». ( Página 12 , Buenos Aires, sábado 10 de enero de 2009).
Por su parte, el filósofo judío Martin Gak reflexiona: «¿Qué diríamos si supiéramos que Israel usó fósforo blanco o artillería de 155 mm en una zona de alta densidad de población en violación de la Convención de Ginebra? Esto es lo que se nos pide justificar: lo injustificable. Todos los judíos estamos implicados en estos actos porque Israel, en la narrativa del Estado, dice actuar como portador y garante del destino histórico judío. No denunciar estas barbaries es hacerse eco de ellas, especialmente cuando son llevadas a cabo en nuestro nombre. Le rehúso al Estado de Israel autoridad sobre mi identidad cultural, histórica, política o religiosa. Y por sobre todas las cosas, le niego la voz de mi conciencia». ( Clarín , viernes 23 de enero, 2009, p. 21).
La intelectualidad judía progresista argentina, uno de nuestros mayores reaseguros contra la prepotencia, el autoritarismo y la violación de los derechos humanos y civiles, se ha expedido contra los crímenes israelíes en Gaza. Entre los diversos nombres figuran un filósofo, como León Rozitchner; un dramaturgo, como Eduardo Pavlovsky; un sindicalista, como Hugo Yasky, y un poeta, como Juan Gelman.
En diciembre de 1948, luego de producirse masacres como la de Deir Yassin para aterrorizar y forzar al pueblo palestino a abandonar en masa sus tierras ancestrales (recordemos que la ciudad de Jericó, la más antigua del mundo, está habitada desde el año 9000 a.C., cuando los hebreos no existían), personalidades judías, como el físico Albert Einstein, la pensadora Hannah Arendt y el rabino Jessurun Cardozo condenaron esas acciones todavía impunes del flamante Estado sionista en las páginas de The New York Times .
Si la mayoría de las naciones del mundo y las propias Naciones Unidas condenan los actos criminales de lesa humanidad del Estado de Israel (y no del pueblo judío, pues ambas cosas jamás pueden confundirse) desde hace más de sesenta años, ¿no será que tienen algo de razón?
Para erradicar definitivamente el conflicto de Medio Oriente es menester que la paz y la concordia prevalezcan, y se construyan con justicia y equidad. El Estado de Palestina, libre, independiente y soberano, debe ser establecido ya junto al Estado de Israel. Ambos estados deben tener fronteras reconocidas y seguras de acuerdo con la resolución 242 de la ONU de 1967. Y que se cumpla también la resolución 3236 de la ONU de 1974 que permite el retorno de la diáspora palestina.
El destino reservado por el Misericordiosísimo para toda la humanidad está sintetizado en la profecía de Isaías: «Forjarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra». Así, alcanzaremos la ilegitimidad de la guerra y con ella la salvación. Dios así lo quiera.
El autor, Ricardo H. Elía, es director del departamento de Estudios Históricos del Centro Islámico de la República Argentina
*Fuente: LaNación
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¿Cómo lograr que esta visión que separa la República de Israel del pueblo judío disperso aquí y acullá, también separe el extraño y antiguo matrimonio entre religión judía y política étnica o de supervivencia racial?
Es decir, que un judío argentino, polaco o iraquí, se sienta y se proclame como argentino, polaco o iraquí?
Que ocupe un lugar y no dos, quiero decir.
Que no use el poder prerrogativo femenino, para preservar una sangre que debiera mezclarse con cualquier otra de nuestra especie. Lo mismo para las mujeres árabes que aún cubren sus rostros y cuerpos de muy buen grado.
Si realmente creen que son un pueblo especial -con o sin supuesta alianzas con musulmanes- ¿porqué no ponen sus genes a disposición de todos?
¿Que clase de culto a la pureza racial -que nunca puede ser tal, de hecho- es asociable a un precepto religioso tan tenazmente especial como ortodoxo?
Los creadores del nacionalsocialismo argumentaban que Hitler sería el misionero que determinaría si el mundo seguiríá hacia el fuego o hacia el hielo.
La batalla entre arios y semitas se inclinó hacia el lado frío.
Le toca al pueblo judío, siguiendo la analogía filosófica, ponerle calor humano a su característica, para bien de la humanidad.