“A mí me interesa que conozcan a Rodrigo Rojas, más por su vida, que por el crimen que sufrió”
por Sebastián Palma (Chile)
3 años atrás 15 min lectura
Hace 35 años, en medio de un paro nacional, una patrulla militar roció con combustible y quemó vivos a Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas de Negri. Ella sobrevivió; él murió a los pocos días. Desde entonces, su nombre resuena con fuerza en cada movilización y protesta. ¿Quién era el joven de 19 años que retornó solo del exilio y fue víctima de uno de los crímenes más violentos de la dictadura? Aquí, la autora de su reciente biografía habla de la investigación que hay detrás del libro, que repasa el exilio de Rodrigo en Washington y los frenéticos dos meses que alcanzó a estar en Santiago antes de su muerte. “Yo creo que él se encontró aquí”, asegura Pascale Bonnefoy.
Pascale Bonnefoy acaba de llegar a su casa luego de los cinco días de cuarentena obligatoria que debió cumplir en un hotel sanitario en Santiago. Viene llegando desde Miami. Su padre, Claudio Bonnefoy, fue el único chileno fallecido en el derrumbe del edificio Surfside donde vivía: su cuerpo fue hallado el pasado 2 de julio junto a su esposa, luego de ocho días de búsqueda.
Los días de encierro, dice, le sirvieron para reincorporarse, dentro de lo posible, luego de la traumática situación. El tiempo en soledad lo ocupó para reflexionar y también para leer su más reciente libro: “Rodrigo Rojas de Negri. Hijo del exilio”, que llegó a las librerías el pasado 30 de junio, mientras su padre aún era buscado entre los escombros.
“Estaba totalmente desenchufada con el tema del libro, ahora me lo estoy leyendo para volver a encauzarme en esto”, dice Pascale.
La biografía, publicada por el sello Debate, retrata la corta vida de Rodrigo Rojas, y en ella se vislumbra a un joven que creció en el exilio y que buscaba incansablemente comprender al Chile, país desde donde fue desarraigado y donde luego terminó siendo asesinado a los 19 años.
La historia que presenta el libro no es sólo la de un joven que fue brutalmente quemado por una patrulla militar el 2 de julio de 1986, sino la de alguien lleno de vida y en una permanente búsqueda de sus raíces, su identidad y su lugar en un país que se rebelaba en contra la dictadura de Augusto Pinochet.
La vida de Rodrigo, además, tiene coincidencias con la de Pascale. Ambos fueron niños y adolescentes en Washington; y pese a no conocerse personalmente, se desenvolvieron en el mismo espacio. “Recuerdo haber visto algunas veces a ese muchacho callado y de ojos profundos, con cuerpo de hombre y cara de niño, que pululaba entre los chilenos exiliados de Washington”, escribe Pascale en el prólogo de su libro, donde adelanta: “Este libro no es el recuento de un crimen concebido en las cloacas de la miseria humana(…) Detrás de cada muerte hay una vida. Esta es la suya”.
–¿Cuánto incidió tu conexión personal con Rodrigo en la realización de este libro?
-Yo no tenía conexión con él en particular. Para transparentar, yo soy muy cercana con su mamá, desarrollamos una amistad con los años posteriores, no tanto en esa época, porque yo era más chica, pero sí a partir de esa época. Mi conexión con Rodrigo no es porque lo conociera, no éramos amigos, lo ubicaba perfectamente, pero lo que yo quería hacer con este libro era tomar una micro historia de una persona para retratar una época, un contexto, una juventud, retratar el exilio y me pareció que la historia de Rodrigo era esa historia.
–¿Por qué?
-Porque reúne muchas cosas. Un crimen realmente horroroso y emblemático, muy de terrorismo de Estado. Es distinto quemar vivo a una persona deliberadamente que pegarle un tiro… Además, para mí era muy importante que Rodrigo sirviera como vehículo para conocer el exilio en Washington, porque poco se conoce, y principalmente para conocer la persona detrás del caso emblemático. Hay una vida detrás, una familia detrás y las consecuencias perduran hasta hoy. Esto pasa con todas las víctimas de crímenes del Estado.
–Me imagino que la decisión de titular el libro con el exilio y no con el “Caso Quemados” fue una decisión que iba por ahí, ¿no?
-El título lo dice: Hijo del exilio; porque él no era el exiliado, era su mamá la exilada. Entonces, la segunda generación en el exilio lo vive de otra manera que los mismos exiliados y eso espero que se relate. Todas las contradicciones, la necesidad urgente (que tenía) de saber y saber de Chile y tener esa disyuntiva un poco cultural que se sentía un poco de aquí y de allá. Por eso, si tú miras el libro, el crimen llega en el capítulo 11 ó 12, es bien avanzado el libro. De ahí en adelante el crimen lo abordo bien en profundidad, también lo que pasó en la Posta Central y en el funeral. Pero el libro trata más bien de la historia de él como hijo del exilio que busca su identidad y su lugar en este país. Él solo alcanzó a estar seis semanas en Chile y alcanzó a hacer una gran cantidad de cosas, es impresionante.
–El libro muestra que Rodrigo era una persona más bien retraída con sus pares en el exilio ¿Crees que en corto tiempo que estuvo en Santiago él logró encontrar su identidad?
-Exacto, aquí tuvo amigos de su edad, compañeros de pensamiento político similar. En Santiago tuvo amigos de su edad, pares con quienes podía compartir una visión común, una motivación común. Yo ahora siento que lo conozco, antes no, y yo creo que Rodrigo se hubiese quedado en Chile. Si especulamos, yo creo que hubiese vuelto a Estados Unidos a buscar sus cosas, para venirse. Estoy casi segura.
–Dices que ahora lo conoces. Para ti, ¿quién era Rodrigo?
-Uy. Rodrigo era un joven conflictuado por su propia historia personal y familiar. Criado en el exilio, que nunca se adaptó a los países dónde vivió y que su viaje a Chile era una necesidad imperiosa de descubrir el país del que tanto hablaban los adultos, de descubrir el país desde el cual él fue desarraigado, descubrir si el país era como le decían que era, si es que él podía encajar ahí.
–En el libro hay un testimonio que decía que Rodrigo se sentía en deuda con Chile por no sufrir lo que sufrió la gente de acá. ¿Él creció con esa culpa?
-Yo creo que no sentía culpabilidad, pero su psiquiatra decía que resentía mucho el hecho de que él estuviese sufriendo ese exilio por la mamá. No era su destino, entonces era el problema típico de adolescente con su madre. Que uno le pasa la cuenta de mil cosas y ésa era una cuenta que pasaba. Porque la verdad es que nunca lo pasó bien en el exilio.
–Bueno, el libro también narra que fue él mismo quien juntó dinero para volver
-Sí, él, parientes y la mamá. Fue todo un esfuerzo colectivo.
–Pero que él trabajara para poder venir da cuenta de que su deseo era propio y no impuesto.
-Su hermano Pablo, el menor, siempre decía que Rodrigo hablaba de irse de Estados Unidos y volver a Chile. Nunca le gustó Estados Unidos, no le gustaban los estadounidenses tampoco, siempre estaba en su mira volver a Chile.
–¿Cómo encajó cuando llegó a Chile?
-Yo creo que era bien atípico, no era un cabro común y corriente que llegaba y se incorporaba al grupo sin que vieran sus diferencias. Él tenía un leve acento y su forma de relacionarse era distinta.
Rodrigo en Chile
–En el libro se destaca que, por esas diferencias, muchos pensaron que era un “sapo”
-Sí, eso le pasó por desubicado. Él llegó a estar en la Facultad de Medicina de la Chile porque un ex exiliado, Benjamím Suarez, era profesor ahí y le ofreció un espacio en el laboratorio que tenía. Rodrigo en verdad no iba a estudiar, trabajó un poco en la computación, pero básicamente iba a meterse a las movilizaciones, las marchas, las peleas con los Carabineros para sacar fotos. Nunca se involucró políticamente, pero como no tenía ese sexto sentido de los riesgos de seguridad sacaba fotos de los estudiantes tirando piedras y les enfocaba las caras o se metía a las asamblea y sacaba fotos de quiénes estaban. Nadie quería salir en fotos y nadie sabía quién era Rodrigo ni porque sacaba fotos. Para ellos era probablemente un sapo. Lo mismo le pasó con fotógrafos independientes en la calle. En la universidad la cuestión llegó a tal punto que lo sacaron un día para atrincarlo, la situación podría haber llegado a golpes.
–¿Crees que esas imprudencias encauzaron en lo que le terminó pasando?
-Yo creo que él tenía muy claro los riesgos, pero nunca nadie se va a imaginar algo como lo que le pasó. Él venía con la mentalidad gringa de “yo voy a sacar fotos, qué me puede pasar por sacar fotos, yo no soy el que va a armar las barricadas, yo lo voy a registrar”. Esa mañana iba a sacar fotos, eso iba a hacer.
–Hay poco de ese material fotográfico de él en Chile ¿Tienes alguna noción de su mirada o sensibilidad con la cámara?
-No hay mucho, hay material de las cámaras que habían quedado, esas fotos fueron reveladas después, pero los 22 rollos de todo lo que pasó en las seis semanas anteriores no sabemos dónde están, se perdieron. Ojalá lo hubiese visto, porque así yo hubiese sabido dónde estuvo y qué estuvo haciendo, pero imposible. Es una gran pérdida.
–Otra pérdida fue la cámara del día que lo quemaron junto a Carmen Gloria Quintana
-Sí, yo no sé si la destruyeron o Julio Castañer todavía la tiene como trofeo en su casa.
Después de 35 años, no hay justicia
–¿Me imagino que fue fuerte revisitar el momento del ataque?
-Fue duro, todo fue duro. Pero a mí me interesa que conozcan a Rodrigo por su vida más que por el crimen que sufrió, que es conocido. Yo lo relato con detalles porque es parte de la historia, pero eso se conoce, lo que no se conoce era quién era y cómo él fue producto de su contexto, circunstancia e historia familiar. Eso es lo que más me importa, junto con que se sepan los nombres de los responsables y del responsable específico que le roció y le prendió fuego; eso no quedó establecido en el expediente judicial.
–¿Te refieres a la causa reciente?
-A la antigua y a la nueva. Se estableció que los jefes de las patrullas son los responsables, pero a pesar de la cantidad enorme de testimonios que tienen desde el año 86, como que el juez nunca determinó responsabilidad específica: no dice “éste es el que le roció, éste les tiró la Molotov”, que fue Férnandez Dittus, eso está en los testimonios, pero no queda establecido judicialmente. A mí sí me interesa que eso se sepa.
–¿Pero la verdad que estableció tu investigación no es la misma que la “verdad” judicial?
-La verdad judicial es un poco más generalizada, a mí me interesa que se sepa que fue Férnandez Dittus quien los roció y les tiró la molotov que los prendió en llamas. Él era el jefe de la patrulla y del operativo. Yo no sé en qué medida esto fue premeditado, yo especulo que todos los uniformados que salieron ese día, que era una gran jornada de protestas, yo me imagino que venían todos en son de guerra y tal vez con la idea de hacer un acto ejemplificador para aterrorizar a la población. Yo me imagino que venían con eso en la cabeza.
–En el libro hay una frase súper potente que dice que después de 35 años no hay justicia. Hoy no hay nadie en prisión por este hecho. ¿Sientes que tu investigación hace un poco de justicia con su familia?
-Yo creo que no hace justicia, pero sí puede hacer un poco de reparación. Hay una vida detrás que se perdió. Hay un ser humano en potencia que se perdió. Es un ser humano del cual nos perdimos, su potencialidad, su contribución a esta sociedad. Yo creo que es reparativo conocer su historia.
–En el relato se da cuenta de las horas posteriores al ataque. De este joven de 19 años levantándose quemado en la agonía y luchando luego tres días por su vida ¿Qué reflexión sacaste tú de ese momento?
-Él estaba agónico. A mí me llama la atención que después que los tiraron en la zanja él se pudiera parar. Ambos caminaron y él tenía la vista muy dañada, porque el fuego comenzó por la cabeza. Él quedó muy mal al segundo día. Ya estaba muy mal, ambos estaban entrando y saliendo de consciencia. Rodrigo tuvo plena conciencia de lo que le hicieron porque hizo la declaración (judicial), pero después ya no tenía mucha conciencia.
Crítica a “La Mirada incendiada”
–Hace poco estrenó “La Mirada incendiada”, una película que ficciona el caso. La familia de Rodrigo criticó que no se respetara la historia real ¿Cómo recoges esas críticas en perspectiva a tu investigación?
-La objeción de la familia con esa película no es que le hayan o no pedido permiso, porque eso no hay que hacerlo. Yo tampoco pedí permiso, la familia recién está leyendo el libro. El problema es que si tú vas a retratar a una persona, aunque sea para una película de ficción, empiezas a juntar información y hablas con la mamá o con la tía y les preguntas cómo era. Eso es lo mínimo, porque ésta no era una película cualquiera. Tú puedes ficcionar muchos detalles, pero la película tenía cero realidad. Hasta los más mínimos detalles. Por ejemplo, en la película nadie fuma, salvo Rodrigo, pero en verdad Rodrigo odiaba el cigarrillo, él tampoco fue a vivir a una población con la tía, la tía no empezó a pololear con un señor del local fotográfico. Yo creo que el problema de la película es que está muy descontextualizada, porque Rodrigo aparece como un tontito que viene de afuera y no cacha nada; y eso no era el caso.
–¿Hablaste con sus familiares sobre esto?
-La mamá (Verónica de Negri) se rió porque dijo: “Era tanta la ficción que no reconocí a Rodrigo en esa película”. Y es cierto, no se asemeja en nada: ni su historia, ni su forma de ser, ni lo que hizo, ni lo que dejó de hacer. No sentí ningún vínculo con Rodrigo Rojas. El problema original de la película es que no se molestaron en averiguar cómo era, yo creo que hicieron mucho trabajo de prensa, que tiene que ver más con el crimen que con su vida, pero ni eso lo respetaron. Son buenos actores, pero yo creo que el problema estuvo en la producción y en la investigación.
–Eso contrasta con tú libro que tiene más de 80 entrevistas
Ellos no tenían que hacer eso, pero cómo no van a hablar con una sola persona de la familia. Una.
“Creo que Rodrigo se encontró aquí”
–Sientes que el espíritu de Rodrigo se puede ver reflejado en ese sector que se movilizó y hoy se encuentra en este momento particular del estallido social, el proceso constituyente ¿Por qué crees que se revisita tanto su figura en la calle?
-Yo no sé si viste, pero pintaron su rostro en murales, hubo afiches y a mí me sorprendió mucho ¿Por qué él y no otros?, tal vez por la brutalidad del crimen o porque era fotógrafo. Yo tiendo a pensar que es por el símbolo que significa ese tremendo acto de deshumanización y crueldad, yo imagino que es algo así porque la gente no conoce realmente a Rodrigo.
–¿Qué crees que hubiese sido de él si hubiese sobrevivido?
-Yo creo que Rodrigo se hubiese quedado aquí en Chile. Pero no sé si se habría aguantado la transición de los 90. Tal vez se habría asqueado y se habría ido a viajar por el mundo. Pero yo creo que en las movilizaciones hubiese estado de todas maneras, porque eso hacía, él sacaba fotos, vibraba con eso. No era un fotógrafo neutral, era parte de sus propias causas, así que estaría ahí de todas maneras, siendo muy crítico.
–A pesar de que Rodrigo solo alcanzó a estar dos meses en Santiago, ¿Crees que en esa estancia tan corta logró encontrar lo que estaba buscando?
-Él estaba feliz. Además él se lo dijo a su mamá. Él estaba feliz acá, a pesar de la dictadura y la represión. Yo llegué a Chile el mismo año que él, yo sé a qué vino, yo sé cuál era el contexto cuando él vino. Seguramente era chocante ir a marchas y ver el nivel de represión que no se veía en Estados Unidos. Aún así, él había encontrado su nicho entre los fotógrafos, los estudiantes, tenía amigos de su edad y estaba dónde él sentía que tenía que estar. Yo creo que finalmente Rodrigo Rojas se encontró aquí.
Ficha técnica:
Título: Rodrigo Rojas de Negri. Hijo del exilio
Autora: Pascale Bonnefoy Miralles
Sello: Debate
Páginas.: 392
Precio: $16.000
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