15 de enero de 2021
El asalto al Capitolio fue un acto de ruptura del orden institucional, un ataque putschista del Poder Ejecutivo contra el Poder Legislativo de Estados Unidos. Donald Trump concluye su gestión presidencial, congruente como empezó, con violencia, desprecio a los códigos legales dominantes, soberbia, prepotencia y berrinches, ¡muchos berrinches! Su arenga a un puñado de simpatizantes para que se dirigieran a la sede del Legislativo, cuando ahí sesionaba el Consejo Electoral, impulsó a éstos a asaltarlo con violencia, con saldo de cinco personas muertas, decenas de heridos y el desalojo, en medio del temor, de los congresistas, incluyendo al vicepresidente Mike Pence y la líder demócrata Nancy Pelosi.
Trump los incitó a respaldar y presionar a los legisladores republicanos y a Mike Pence a descarrilar la certificación del sufragio del Colegio Electoral que se reunía para validar, finalmente, el triunfo electoral de Joe Biden. Fue un acto teatral de alcance mediático, tanto por el tipo y vestimenta de los manifestantes, como por los desmanes que realizaron al interior del Capitolio; como atestiguan sus propias selfies al fotografiarse sentados en la silla de la presidencia del Congreso o en la oficina de la líder del Partido Demócrata. En nada comparable a una tentativa de golpe de Estado.
Su ambición de poder, el refrendo del voto de sus simpatizantes y, probablemente, los disturbios mentales como secuela de su contagio de Covid-19, nublaron la mente de Trump impidiéndole aceptar que su contrincante, Biden, había ganado con amplio margen. ¿Cómo reconocer que perdió si incrementó sus votos en 18 por ciento respecto a los sufragios que obtuvo en la contienda anterior con Hilary Clinton? En efecto, de 62 millones 985 mil votos ciudadanos en 2016 obtuvo 74 millones 223 mil en 2020. Haber logrado el refrendo de sus votantes y ganar nuevos adeptos lo cegó para mirar que Biden triunfó con 81 millones 282 mil votos ciudadanos y 306 votos electorales; y, por tanto, el candidato demócrata lo superaba en 9.5 por ciento en votos ciudadanos y 32 por ciento en electorales.
Hoy, los halcones reales, posicionados en el aparato estatal, militar y financiero, se deslindan de Trump para permanecer y ganar tiempo. Al igual que Facebook, Twitter y YouTube, que apoyaron y fueron plataformas de excelencia, proporcionándole información de sus suscriptores para sus dos campañas electorales y durante todo su gobierno, hasta el último conteo de votos de la elección presidencial que perdió.
Colocar un tapabocas al todavía presidente de Estados Unidos, revela el Frankenstein mediático surgido como pilar y ariete del gobierno mundial que el capital financiero está imponiendo desde la década de los 80 y los recursos que utilizan para dominar el mundo. Donald Trump, antes de postularse y ganar la presidencia en la contienda con Hilary Clinton, era un empresario inmobiliario en hoteles, casinos y campos de golf, enriquecido en mucho por su sagacidad en la evasión de impuestos y en el éxito como conductor del reality show El Aprendiz. Logró que su utopía de Make America Great Again, la persecución feroz hacia los inmigrantes, su cinismo, racismo y, paradójicamente, su trato misógino y su política guerrera en el exterior fuera apoyada por millones de estadunidenses.
Trump, no enfrentó voto de castigo de sus electores republicanos, por el contrario, aumentó su votación en 11 millones 238 mil, 432 votos. Perdió porque en esta elección salió a votar una mayoría de estadunidenses, negros, latinos y trabajadores que vivieron y enfrentaron con decepción la incumplida oferta de reindustrialización, su fallida guerra comercial con China, el desempleo, la pérdida de protección de los servicios de salud, la represión, la violación de los derechos humanos y la mayor ola de contagios y muerte por Covid-19 a escala mundial.
Estados Unidos enfrenta una realidad económica, política, social, ambiental y moral de posguerra. La revancha y marcar la agenda al próximo gobernante, Joe Biden, es la intención de los actos y decisiones del real poder imperial; aprovechando, hasta el último minuto, la permanencia de Trump en la Casa Blanca. El asalto sangriento al Capitolio, el Día de Reyes Magos, permanecerá en la memoria y en la historia de Estados Unidos y del mundo. Make America Great Again podría resurgir en los actos de gobierno de Joe Biden, en el marco del confinamiento impuesto por la pandemia del Covid-19, si el pueblo de Estados Unidos y de cada país no logran imponer un rumbo distinto, derrotando los nuevos mecanismos de dominación, agresión y violencia imperial.
-El autor, Francisco Colmenares, es escritor mexicano. Autor de Despojo, resistencia y corrupción. México en los ciclos del precio del petróleo. Ed. Plaza y Valdés, México, 2019.
*Fuente: La Jornada
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Letras
Un refugiado es un refugiado
Un niño es un niño y el miedo es el miedo
Destierro es destierro
Y una hipocresía es una hipocresía
No hay signo, no hay bando
No hay ideología ni misterio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
Un daño es un daño, del verbo dañar
Todos los daños son daños centrales
Un niño es un niño
No existen los daños colaterales
No hay meta, no hay causa
Ningún motivo, ningún premio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
El fin es un punto por siempre distante
Una cambiante ficción
Un ciclón a merced de una hoja
Una paradoja como la de Zenón
Donde algo parece que se va acercando
Y siempre se escapa, siempre se esconde
Siempre a la misma exacta distancia
De un mismo horizonte (mismo horizonte)
El dedo que aprieta el gatillo
Debería saber esto
No hay tuyos ni suyos ni míos
Si son niños, son nuestros (todos los niños son nuestros)
Ni patria ni credo hay
Ni diferencias de criterio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio