Santiago, 15 de noviembre de 2019
Por allá por los años 60 del siglo pasado, recién ingresado al PS, en 1962, leí “Hijo del Salitre”, de Volodia Teitelboim, que relataba la vida de Elías Lafferte y la lucha de los trabajadores del salitre, de la creación de sus sindicatos, mutuales obreras, de su “Partido Obrero Socialista”, devenido posteriormente Partido Comunista. También leí en ese tiempo, diversos discursos y obras del gran Luis Emilio Recabarren. De todas esas lecturas del movimiento obrero y de la izquierda chilena, que era la lucha de la clase trabajadora por sus derechos, por cambiar la sociedad capitalista por una socialista, no recuerdo que estos dirigentes obreros, sindicales y políticos, hayan propuesto o reivindicado que en esa lucha, fuera necesario atacar e incendiar las pulperías de las oficinas salitreras, destruir bienes públicos y privados en las ciudades del norte, y atacar e incendiar las iglesias.
Ingresé al P.S. en 1962, a la Juventud Socialista (FJS) en 1961, y no recuerdo que los dirigentes del PS de la época, o posteriormente, en documentos políticos o ideológicos del partido, se haya argumentado o reivindicado que en la lucha por el socialismo y la revolución, teníamos que incendiar las fábricas de los capitalistas, incendiar las cosechas o las haciendas y fundos de los latifundistas, atacar, robar e incendiar locales comerciales, o destruir semáforos y otros bienes públicos. No recuerdo que haya existido algún documento del PS que haya propuesto esos ataques como métodos de lucha del partido.
Al ser socialista, conozco menos la literatura política del PC, pero de lo poco que conozco, tampoco se proponía que para avanzar al socialismo había que saquear e incendiar a los capitalistas. Y a pesar que socialistas y comunistas éramos en gran parte ateos o anticlericales, nunca a alguien se le ocurrió ir a incendiar una iglesia, menos aún destruir un monumento histórico.
Y el ejemplo lo tomábamos de la Revolución de Octubre en Rusia que a pesar que la religión era considerada el opio de los pueblos (Marx), nunca destruyeron las hermosas iglesias, mezquitas y sinagogas que existían en la Unión Soviética, y se respetaron todos los monumentos históricos que representaban al odiado zarismo. La Revolución china con Mao, también respetó los lugares de culto de las numerosas creencias religiosas de China, a pesar que la guerra civil y de liberación contra el invasor japonés duró muchos años. Esa es la tradición marxista-leninista, de la izquierda en general que se reclama del socialismo, y de manera más general, de la clase trabajadora.
En el gobierno de nuestro gran Presidente Salvador Allende, manifestantes de derecha y de la DC, marchaban por decenas de miles o quizás centenas de miles en Santiago, en contra del Gobierno Popular, pero no recuerdo, que en todas esas numerosas marchas y manifestaciones, estos manifestantes de derecha y de la DC, hayan atacado e incendiado comercios, buses de la locomoción colectiva (el Metro estaba recién en construcción en el Gobierno del Presidente Allende) o hayan destruido semáforos, luminarias y otros bienes públicos o privados. Es cierto que Patria y Libertad cometió varios atentados terroristas, derribando por ejemplo torres de alta tensión, pero ni siquiera este grupo destruyó o incendió bienes públicos o privados en las ciudades.
Cuando a comienzo de los ochenta que comenzaron las protestas, las marchas, concentraciones, estos luchadores por la democracia y la libertad, no atacaban los comercios ni los incendiaban, no destruían ni incendiaban bienes públicos o privados, a pesar que luchaban contra la peor y más larga dictadura que ha tenido Chile. Algunos grupos armados asaltaban bancos para autofinanciarse, otros asaltaban camiones con víveres, carne, pollos y los repartían en las poblaciones, pero tampoco quemaban los camiones que habían asaltado.
Esta lucha contra la dictadura tenía un comportamiento ético que venía de la tradición de la clase trabajadora y sus dirigentes, como Recabarren, Lafferte, Clotario Blest, Oscar Nuñez, Figueroa y de los dirigentes de los partidos de izquierda, entre los que destaca la figura de Salvador Allende.
Sin embargo ahora, con el estallido social han aparecido grupos muy organizados, con muchos medios, que aprovechándose de la movilización y las marchas, incendiaron decenas estaciones del Metro, monumentos históricos, supermercados y comercios varios, bienes públicos y privados e incluso varias iglesias, amparados de encontrarse en la retaguardia de los manifestantes. Estos vándalos, delincuentes, porque eso es lo que son en los hechos, están organizados y que cuentan con financiamiento y movilización.
Marx utilizó el término alemán lumpenproletariat para describir a una masa compuesta de individuos arruinados y aventureros desgajados de la burguesía, vagabundos soldados desmovilizados, pájaros de cuentas liberados de prisión, ladronzuelos diversos, gente operando en el oficio de la prostitución, a los que podríamos agregar al narcotráfico, que en el tiempo de Marx no existía.
¿Qué de semejanza pueden existir entre estos delincuentes, con la lucha de la clase trabajadora y de los partidos de izquierda, y con el estallido social producto de 30 años de neoliberalismo? Nada tienen en común, y no corresponde que dirigentes sindicales y de partidos de izquierda aparezcan justificando implícita o explícitamente a estos vándalos, más aún, debieran condenarlos de la manera más rotunda y explícita.
No puedo terminar sin decir algo respecto de algunos manifestantes que rodean a algunos automovilistas y los obligan a salir de sus automóviles y bailar para poder dejarlos pasar, lo que ellos estaban obligados a hacer para que no le destruyeran sus automóviles, como si estos automovilistas, tan pueblo como ellos, eran los culpables de la situación política y social que provocó esta protesta. Estas personas han sido vejadas y estos actos pueden considerarse una extorsión, una transgresión a los derechos humanos de estas personas. Pero lo que más me extraña es que algunos dirigentes políticos lo justifiquen como algo pintoresco.
Estas acciones podrían ser sancionadas incluso por la Ley de Seguridad del Estado, ley por la cual me condenaron a 20 años en febrero de 1974, por algo mucho menor, haber tratado de entregar a periodistas argentinos que se encontraban en Copiapó, un documento denunciando la forma como la Caravana de la Muerte, asesinó, descuartizándolos con corvos a 16 compañeros en Copiapó. Por tratar de enviar un documento, y que solo quedó en tentativa, fui condenado a 20 años, que en segunda instancia rebajaron a 10 años, y que transcurridos 30 meses terminó en expulsión del país.
-El autor, Julián Alcayaga. es economista y abogado
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