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Alonso Ortiz: “Si ahora jubilamos con mi esposa, vamos a quedar viejos, enfermos y sin plata”

Alonso Ortiz: “Si ahora jubilamos con mi esposa, vamos a quedar viejos, enfermos y sin plata”
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Alonso Ortiz, el chofer del Transantiago que conmovió al país: “Si ahora jubilamos con mi esposa, vamos a quedar viejos, enfermos y sin plata”
Por Pepa Valenzuela

24 de Octubre, 2019

Alonso Ortiz, chofer del operador SuBus del Transantiago, emocionó a millones de personas cuando la madrugada del 21 de octubre apareció en las pantallas de Mega y contó que tenía dos cánceres en el cuerpo y que debía trabajar usando pañales. Ahora, asediado por la prensa y gente que quiere darle una mano, cuenta su historia y por qué ese día decidió, a pesar de ser muy tímido, hablar.
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Por @PepaValenzuela
Por el toque de queda, el lunes 21 de octubre se levantó un poco más tarde que habitualmente: a las 4 y media de la madrugada. El resto de los días, estaba en pie a las 3 o a las 3 y media. La rutina: bañarse, vestirse, tomar desayuno, salir con rumbo al paradero de las micros que maneja ubicado en José Beza con San José en San Bernardo y comenzar su recorrido a las 5 de la mañana.

Pero ese día, con el primer toque de queda, fue distinto: mientras Alonso Ortiz tomaba desayuno, encendió la televisión. Ahí fue cuando en Mega vio a un reportero haciendo despachos justamente desde su terminal, donde a él le tocaba trabajar en un rato más, hablando sobre el funcionamiento de la flota de buses para ese día.

 

Alonso Ortiz pensó en su situación: manejando un bus de Transantiago después de haberse recuperado de dos cánceres, uno de próstata, otro al riñón. Usando pañales porque la radioterapia lo dejó con un problema de incontinencia. Pensó en la pensión de invalidez que le habían rechazado hacía poco. En la doctora que le dijo que él podía perfectamente seguir trabajando con pañales. En su esposa, insulino dependiente y la pensión de 170 mil pesos que iba a recibir como educadora de párvulos una vez que se jubilara después de 40 años trabajando.

 

Entonces Alonso Ortiz tomó una determinación: salir a hablar con el periodista y contarle todo eso. Aún faltaba para el fin del toque de queda. ¿Y si voy nomás?, se preguntó. En un impulso, salió de la casa y llegó hasta el terminal. Los militares le pidieron sus documentos, le preguntaron qué hacía allí. Él les respondió que venía a trabajar, que era chofer del Transantiago. Lo dejaron pasar. Alonso se acercó al periodista de Mega y emocionado, intentó contarle un poco de su historia.

 

 

Lo que pasó después, ya lo sabemos: al periodista lo calificaron de insensible en las redes y con lo poco que alcanzó a decir al aire, Alonso logró emocionar a todo el país. Ahora, sentado en su casa mientras almuerza y donde a cada rato lo llaman de diarios y canales de televisión, Alonso dice: “Lo que dije me salió del alma. Creí que era un defecto que se me quebrara la voz en mi ignorancia de este tipo de cosas”. El periodista de Mega que lo entrevistó lo llamó más tarde para pedirle disculpas. Hasta su polola lo había retado en casa por insensible, porque no lo había escuchado. “Yo lo disculpé, no le echo la culpa para nada. Pienso que a él le estaban diciendo cosas por el oído, y yo quería ir por allá y él, para acá. Pero lo entiendo perfectamente, no quiero que vaya a tener represalias”.

Una familia campesina en la ciudad

Sus padres se conocieron en Santiago, aunque ambos eran de la sexta región: su madre de Topocalma y su padre de Río Clarillo. Los dos eran campesinos, de origen muy humilde y comenzaron a construir su familia con mucho esfuerzo. Su papá comenzó a trabajar con un carretón como huesero, después se hizo chofer. Los cinco – papá, mamá, los primeros tres hermanos de un total de siete (luego dos fallecieron) – vivían en una pequeña pieza en Lo Prado.

Alonso era el hijo mayor y recuerda que antes de asentarse, con su familia vivió en más de quince lugares en distintas comunas de Santiago. Eso hasta que una visitadora social le dio un sitio a su madre en la población Robert Kennedy, en Las Rejas Sur y se fueron a vivir allí. Alonso tenía 12 años. “Era un sitio pelado. No tenía agua, luz ni alcantarillado. Mi madre se consiguió una mediagua en el Hogar de Cristo con techo de fonolita, la llevamos hasta allí en el carretón de mi papá en tres viajes. Mi padre hizo un pozo séptico para ir al baño. Era campo, no teníamos vecinos, había vacas. En esa casa pasé los momentos más felices: aunque no teníamos nada, lo teníamos todo”, recuerda Alonso.

Allí su padre empezó a trabajar como obrero de la construcción. Caminaba todos los días cinco kilómetros hasta el paradero de Las Rejas con la Alameda. Llevaba el dinero a la casa. También la colación, los plátanos, la leche, que le daban en el trabajo. Su madre, a pesar de que era analfabeta le enseñó a Alonso a leer con la ayuda de un libro. Alonso empezó a trabajar a los 10 años: cada verano sus padres lo mandaban a Lo Arcaya, donde unos parientes, a trabajar el maíz. Todo lo que ganaba, se lo daba a su madre. En el colegio, llegó hasta primero medio. De adulto, pudo terminar segundo.

 

 

Luego, entró al servicio militar en 1975. Alonso estuvo en Pisagua y también fue testigo del horror. “Un día nos metieron en un tren, éramos como 800 pelaos. Viajamos cuatro días y tres noches. Llegamos a Pisagua sin saber dónde estábamos. Dormíamos en unas barracas largas con camarotes, 100 cada uno y nos daban un litro de agua para tomar. Para bañarnos y lavar la ropa, teníamos que hacerlo en el mar. Alrededor de las barracas había cercas y una de las cosas que nos llamó la atención fue que en los alambres de púas había cabellos humanos, muchos cabellos. Les preguntamos a los guardias por qué. “Lo único que vamos a decir es que nosotros como guardias lo pasamos muy mal, imagínense cómo lo pasaron los presos políticos”. Esos pelos eran de ellos: cuando llegaba a tanto la desesperación, se tiraban contra la alambrada que estaba electrificada. Allá vimos muchos cuerpos, todos enterrados juntos, algo horrible”. Alonso, que había entrado al servicio voluntariamente, no quiso seguir la carrera militar por lo que había visto.

Cuando regresó a Santiago de civil en 1977, trabajó en la construcción. Ahí fue cuando entró al sistema de AFP. “Yo ya había sacado libreta de seguro social, me hicieron el contrato. Llegó el jefe con un ejecutivo y me dijo que había que cambiarse a AFP. Yo tenía 20 años. Me contaron todo lo lindo del sistema y me cambié. Ahora sé que si me jubilo, voy a sacar como 300 mil pesos y que esa reserva se va a acabar un día, si me hubiera quedado en el sistema antiguo, eran 600 mil y sin tope, sin agotarse. Mi señora va a sacar 170 mil que también se van a acabar en algún momento. Vamos a quedar viejos, enfermos y sin plata y la carga entonces va a ser de mis dos hijos, si es que ellos quieren hacerse cargo de sus viejos”, cuenta.

Alonso conoció a su esposa, Erika Meza, en su casa: uno de los tíos de ella vivía en el vecindario. Se pusieron a pololear, se casaron, el 90 se fueron a vivir a San Bernardo con los padres de Erika. Ella trabajaba como profesora, él empezó a vender menaje y muebles en la feria libre. Hasta que su cuñado le ofreció un trabajo como chofer de la Fuerza Aérea. Allí estuvo 12 años. “Transportaba a los militares. Me levantaba a las 4 y media de la mañana para ir a buscarlos. Me echaron porque un día me mandaron a llamar dos al mismo tiempo: un coronel y un comandante. Fui donde el coronel. Parece que me equivoqué. Estuve cesante 8 meses y fui a Red Bus”, dice.

Manejar una micro después del cáncer

En Redbus partió ganando 150 mil pesos. Trabajaba 7 horas y media diarias. El trabajo de chofer de bus es considerado trabajo pesado por todo lo que los choferes enfrentan día a día con pasajeros, jefes, carabineros, tránsito y un sinfín de variables más. Alonso hacía horas extra. Un día hizo 30. Fue a cobrarlas. “No vamos a pagar las horas extra porque no tenemos plata”, le dijeron. Gracias a un amigo, llegó a la empresa Subus donde empezó a trabajar el 2005 después de hacerse una pila de exámenes médicos en la Mutual de Seguridad: su salud estaba impecable. Ahí le pagaban mucho mejor: 400 mil pesos que lo ayudarían a costear la universidad de su hija que estudió Traducción. Todo iba bien hasta que el 2007, por una neumonía, le midieron el antígeno prostático. El examen salió alterado. Le dieron un año y medio de tratamiento con remedios. Pero igual tuvieron que operarlo, hacerle biopsia. Una vez al año se controlaba. Pero el 2014 finalmente le detectaron el cáncer.

“Pasé al sistema Auge y me mandaron a un médico de la Católica que me hizo exámenes. El doctor al verlos me preguntó: “¿Qué tiene en los riñones? Usted tiene cáncer de riñón también”. Ahí se me anduvo cayendo la cosa. Tenía cáncer de próstata y cáncer al riñón al mismo tiempo”, cuenta Alonso.

Lo operaron y le sacaron la próstata y un pedacito del riñón izquierdo. Le hicieron 38 sesiones de radioterapia entre diciembre de 2017 hasta marzo de 2018. “Me dijeron que uno de los efectos secundarios de la radioterapia era que podía tener diarreas, pero no supe más. Mi esposa me acompañaba a las sesiones. A veces íbamos bien, a veces yo no podía manejar, no era capaz”, recuerda Alonso. En marzo de 2018, con el fin de la radioterapia, llegó una mala noticia: su riñón había desarrollado otro nódulo cancerígeno y había que operar, esta vez, sacar todo el riñón izquierdo. “Hice anemia muy severa y me pusieron 35 puntos. Llegó un momento en el que quería morirme. Sentía olor a agua y me daban ganas de vomitar. Todo me daba asco. Estuve días sin comer. Las últimas veces me llevaban en silla de ruedas al hospital. Logré salir de aquello y volví a trabajar, pero empecé con los efectos secundarios que me habían dicho de la radio: a tener diarreas. Tenía que ir al baño varias veces al día. De repente me daban ganas y dejaba a la gente botada o a veces no alcanzaba a llegar al baño y hacía en la calle, con todos los pasajeros mirando. Me ha tocado muchas veces venirme hecho a la casa. A veces no alcanzo a llegar al baño o tengo que hacer en la calle. Hace poco hice en Mapocho. Menos mal era de madrugada y no había nadie. Le pregunté en el doctor y me dijeron que era crónico”, cuenta.

Un compañero de trabajo le recomendó pensionarse por invalidez: Alonso tiene 63 años, le falta poco para jubilar. Fue al ISP a averiguar, pero le dijeron que no podía hacerlo porque alguna vez le habían dado un bono de reconocimiento. Fue a averiguar a la AFP para pedir una pensión de invalidez. “La doctora de la comisión médica que me revisó, de repente me dijo: “no me consta que le hayan sacado el riñón”. No habíamos llevado ese documento ese día, en el que decía que había tenido una nefrectomía radical. Entonces yo le contesté: “Bueno, tampoco me consta que me lo hayan sacado porque estaba anestesiado, confío en la palabra del doctor que me lo sacó”. Al final a doctora me dijo: “Usted puede perfectamente trabajar con pañales” y no me dieron la pensión de invalidez”. Alentado por sus compañeros de trabajo, apeló a la resolución. Gracias a ello le dieron un 50% de invalidez que aún no empieza a cobrar y que supone podría hacer que le bajen la carga de trabajo.

Por suerte, Alonso tenía Isapre. Paga un plan de salud de 190 mil pesos y eso le permitió que por las primeras intervenciones solo tuviera que hacer un copago de 60 mil pesos. Así y todo, por la última operación al riñón, tuvo que pagar un millón 850 mil pesos extra, de su bolsillo. “Para eso nos encalillamos y le pedimos colaboración a mis compañeros de trabajo que me juntaron 600 mil pesos. Así pudimos pagar eso”, cuenta. Su hija añade: “Al final es un privilegio estar en Isapre. Si no hubiera tenido Isapre, quizás ya no estaría vivo, todavía estaría esperando”.

¿Cómo ve todo lo que está pasando ahora y cómo se puede arreglar?

Viví el 73 y lo vuelvo a vivir a mi edad. Y veo que es tan fácil solucionarlo: Andrónico Luksic dijo hay que arreglarlo con plata. Piñera no tiene que llamar a los senadores y diputados. Esto se soluciona con dinero. ¿Y quiénes tienen dinero? Las seis u ocho familias dueñas del país. Ellos van a solucionar el problema. Francisco Vidal dijo que con un poquito de lo que tienen ellos, pagamos las pensiones. Ellos son quienes Piñera tiene que convocar porque ellos deciden si comes y qué comes, si vives o mueres, ellos son los dueños de la plata.

Aparte de los medios, ¿lo han llamado de otros lados?

Ayer estaba sentado ahí y de repente me llaman: “Hola Alonso, qué gusto de hablar contigo. Vi tu video, estoy muy preocupado por su salud”. ¿Quién es?, le pregunté. “Soy Nicolás Monckeberg, el ministro del Trabajo y quiero saber en qué puedo ayudarte”. Le dije que mi pensión no me había salido y me respondió: “Voy a apurar ese asunto para que te salga ahora ya. Cualquier cosa que necesites, me avisas al celular”. No sé si hizo lo que dijo que iba a hacer. Después le pregunté a mi señora qué debía hacer. Ella me dijo: “A lo mejor él te va a hacer que te paguen, pero tu vida no va a ser la misma”. Y aquí estamos, conversando con usted.

Usted es bastante calmo. ¿Cómo lo hace para no estar enrabiado?

Por ellos (señala a su esposa y a sus hijos). Y por mi forma de ser. Me cuesta enrabiarme. Pero cuando me da, me ha dado. Por las redes sociales nos están enviando dinero, hasta me hicieron una campaña. Les hemos dicho que no. No es por es soberbia, es porque estamos bien. Pero entre más decimos que no, más nos mandan.

¿Y qué le gustaría hacer ahora?

Tengo dos aficiones: me gustaría ser carpintero, aprender a carpintear. Y quiero comprarme una máquina de escribir y aprender a escribir. Ese es mi sueño. A mí me pagan por hacer algo que me gusta, ser chofer me gusta. Pero estoy agotado. Ya mi vida no es la misma. Me canso. Me gustaría estar más en casa, no levantarme más a las 3 y media de la mañana.

Usted hizo una pregunta cuando salió en Mega: si Piñera actuaba como empresario o Presidente.

Sí. ¿Está protegiendo sus empresas o a los que votaron por él, a la gente? Ésa fue mi pregunta. Y fíjese: una persona que no alcanzó a tener tercer año medio ya tiene la respuesta a eso.

*Fuente: The Clinic

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