Carta al Papa: “…el rebaño corre riesgo de morir de hambre y de sed”
por Estrella Gutiérrez (Chile)
8 años atrás 3 min lectura
Santiago 20 de Enero de 2018
Querido Papa Francisco:
Esta tarde quisiera abrirle mi corazón para contarle la profunda amargura que me dejó su visita.
Se que no tengo derecho a juzgarle. Usted es el Papa, el jefe máximo de la Iglesia. Yo, una simple mujer laica, cuya fe en la Iglesia, muchas veces tambalea y en los últimos días mucho más.
Quisiera poder hablarle desde mis sentimientos.
Eso aprendí en los Encuentros Matrimoniales donde participé con Luciano mi difunto esposo y traté de poner en práctica por casi 40 años en mi vida matrimonial. Para Luciano, fue la mejor manera de seguir siendo cura.
SI, LA MEJOR MANERA DE SEGUIR SIENDO CURA CASADO pues el padre Marcelo Veillieux, misionero canadiense que había llegado hacía poco a nuestro sector, tuvo la audacia de aceptarlo como uno más a trabajar con él en nuestro sector y al dejar el país, la mayor audacia de pedirle a mi esposo que junto conmigo continuáramos asesorando este trabajo apostólico en este sector de Santiago poniente
Pero volvamos a lo más importante. El motivo de esta carta:
Al compartirle cómo me siento, querido hermano Francisco, SEPA QUE NO LO ESTOY JUZGANDO, pero ¡cuanto quisiera que usted me escuchara con el corazón! No a mi solamente sino que a través de mi nos escuchara con el corazón a tantos hombres y mujeres que nos sentimos tan desolados!
Me duele tanto constatar que muchos de los comentarios de la gente “COMECURAS” que conozco-entre ellos los de mis propios hermanos de sangre y de algunas amistades- respecto de su apoyo explicito al Obispo Barros, son comentarios que tienen mucha razón, a tal punto que delante de estas personas, no tengo argumentos, se me caen todas las seguridades, me quedo muda, humillada, avergonzada, huérfana, triste.
No se, hermano Francisco, si usted supo medir sus palabras, o si los periodistas se las sacaron de su boca por cansancio, pero si usted quiso darnos su paz a nombre del Señor, ésta resultó muy fugaz y duró poco más que lo que dura una Misa. Por mi experiencia de madre de tres hijos puedo asegurarle que cuando eran pequeños y vi a mis hijos peleando entre ellos, tuve que escucharlos más de una vez e instarlos a acogerse mutuamente, hasta poder comprobar que ninguno de ellos hubiera quedado maltrecho o mal herido. Mientras esto no ocurría era humanamente imposible cenar juntos en la misma mesa familiar…o si lo hacíamos era en un silencio doloroso a tal punto que la cena nos hacía mal. No era una fiesta sino una pena.
Por eso, querido hermano Francisco, quiero decirle que ojalá al llegar a Roma, se acuerde de este pueblo doliente, que quedó aún más herido después de su visita a Chile. Que cuando vaya a dejar su ofrenda, en la Misa de diaria, ojalá se acuerde de lo que dice el Evangelista Lucas en su Cap. 15, “si te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda y anda a reconciliarte con tu hermano”. Será difícil seguramente que tome de nuevo un avión y venga a visitarnos nuevamente, pero sepa que estaremos esperando algún gesto de su parte para poder celebrar de nuevo con alegría, la cena del Señor.
Hermano Francisco, usted nos pidió que oráramos por usted. Lo seguiremos haciendo.
Dios lo bendiga y le de las fuerzas necesarias para conducir al pueblo de Dios hacia nuevas praderas, y fuentes de agua viva. Sin ellas el rebaño corre riesgo de morir de hambre y de sed.
Reciba un fraternal abrazo desde Chile de parte de una mujer chilena que intenta seguir a Jesús.
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