Industrialización 4.0: Chile frente al nuevo paradigma tecnológico
por Graciela Moguillansky (Chile)
9 años atrás 6 min lectura
17 diciembre 2015
La última de las Jornadas Económicas Chile-Alemania, convocada por la Cámara Chileno-Alemana de Comercio e Industria (CAMCHAL), centrada en lo que sus expertos denominan la cuarta revolución industrial, o industrialización 4.0, puso en evidencia la naturaleza de los desafíos que Chile deberá enfrentar en las décadas venideras
Así como la primera revolución industrial se caracterizó por la aparición del primer telar mecánico y la máquina de vapor; la segunda por la producción en cadena y la energía eléctrica; la tercera por el mayor nivel de automatización y el dominio de la tecnología de la información y la electrónica, esta cuarta revolución industrial o industria 4.0 o ciberindustria del futuro, representa un nuevo paradigma tecnológico, caracterizado por el dominio en la producción de «fábricas inteligentes» con procesos de producción de alta productividad, capaces de una mayor adaptabilidad a las necesidades y una asignación más eficaz de los recursos. En esto están los países industrializados, los del sudeste asiático y China, mientras que en América Latina y, por supuesto, en Chile, permanecemos ajenos a este proceso.
En este nuevo paradigma, Internet pasa a jugar un rol fundamental, dando lugar a sistemas ciber-físicos –la tecnología de información y comunicación incorporada a todos los dispositivos y todas las cosas–. Sistemas de transporte, automóviles, productos, hospitales, ciudades, pasan a ser dotados de “inteligencia”, configurando una generación de elementos interconectados. La capacidad generada para el manejo de la enorme cantidad de información permitirá optimizar procesos productivos, logrando la minimización y/o ausencia de inventarios, interconexión de servicios de postventa y mantenimiento y dará origen al desarrollo de nuevos modelos de negocios.
Industrialización 4.0
¿Podrá Chile aprovechar algo de esto, ya no a través de la importación de productos, sino que de su desarrollo?
Para la derecha política y económica chilena, la palabra industrialización es sinónimo de “sustitución de importaciones”, de “planificación socialista”, en el mejor de los casos, de “política sesentera”. Por otro lado, muchos progresistas señalan a su vez: “Se nos pasó la hora de la industrialización”, “debiéramos concentrarnos en el desarrollo de servicios como los financieros, portuarios, logísticos, de infraestructura” desconociendo que la industria, junto con incorporar conocimiento y valor agregado a las materias primas, constituye el corazón de las cadenas de valor.
Al entregar el último estudio sobre la economía chilena, el secretario ejecutivo de la OCDE, Ángel Gurría, recomendó al país dar el salto hacia una economía más basada en el conocimiento y la innovación, lo que según su análisis le permitiría aumentar su productividad, ampliar la base exportadora e insertarse mejor en las cadenas globales de producción.
Este tipo de recomendaciones no es novedoso y sale a la discusión al finalizar cada ciclo de bonanza en los precios del cobre. Pero Chile vuelve a caer una y otra vez en la misma trampa: en el período de baja en el precio, las urgencias sociales limitan los recursos para impulsar una transformación productiva y, cuando la situación se revierte, el optimismo resulta ser una poderosa arma contra la transformación.
Los países de Europa que experimentaron en las últimas dos décadas pérdidas en la participación de la industria en el PIB, hoy tratan de recuperarla, pues reconocen que ello ha implicado pérdidas en experiencia y empleos de calidad en sectores de alta tecnología, en diseño de productos y procesos, ventas y comercialización, atentando contra estratos de salarios que contribuían a reducir la desigualdad. No debe olvidarse que los servicios de alta tecnología, lejos de reemplazar a la manufactura, están íntimamente relacionados con ella, siendo dos lados de una misma moneda.
¿Cómo salir de la inercia de las materias primas y entrar al mundo de las neuronas?
Para insertarse en el mundo de la industrialización 4.0, existen algunas tareas irremplazables.
En primer lugar, la educación, que en el país está en un debate abierto, el que no parece avanzar en aspectos sustantivos de forma y contenido, esto es, en el cómo se enseña y el qué se enseña. Adecuando las experiencias a la idiosincrasia propia del país, debieran estudiarse con detención los casos de Suecia, Finlandia, los países del sudeste asiático y hoy China.
En segundo lugar, “la ciencia interdisciplinaria debe romper las barreras entre los campos para construir un terreno común”. Este mensaje es difundido por un número especial de la mundialmente reconocida revista científica Nature de septiembre del presente añoy que nos señala la magnitud de la adaptación que el acercamiento a la economía del conocimiento le depara al sistema científico chileno. En el corazón del sistema, más que nunca antes, debe primar la interdisciplinariedad, el vínculo entre investigadores de distintas disciplinas y el surgimiento a partir de ese vínculo, de nuevo conocimiento. Como se ha constatado recientemente, en un estudio sobre el sistema de conocimiento científico, en Chile1 se está muy lejos de esto, evidenciándose una gran debilidad de vínculos entre disciplinas, incluso en el núcleo del sistema.
La educación, que en el país está en un debate abierto, el que no parece avanzar en aspectos sustantivos de forma y contenido, esto es, en el cómo se enseña y el qué se enseña. Adecuando las experiencias a la idiosincrasia propia del país, debieran estudiarse con detención los casos de Suecia, Finlandia, los países del sudeste asiático y hoy China.
En tercer lugar, así como el nuevo paradigma a nivel científico requiere de la interdisciplinariedad, el aprovechamiento de la inmensidad de información –definida como la materia prima del siglo XXI– requiere de la vinculación y la colaboración entre empresas y actores diversos. La colaboración tampoco se encuentra en Chile en abundancia, por que hasta ahora no se ha podido romper con la generalizada concepción neoliberal de la inteligencia, capacidad y emprendimiento individual. No se ha podido estimular una masa crítica de empresarios a favor de la innovación colaborativa, la formación de redes y clusters, donde se privilegie el vínculo entre universidad y empresa y en donde la educación inclusiva y de calidad aliente la diversidad y las diferentes formas de pensar.
En cuarto lugar, el impulso al desarrollo de actividades emergentes, en biotecnología, nuevos materiales o en procesos que van más allá de objetos, programas y sistemas individuales, en los que conocimientos y talentos de chilenos no son ajenos, se ve frenado en la actualidad por la carencia de un Estado y una institucionalidad capaces de compartir los riesgos con aquellos que aportan ideas y que están dispuestos a innovar. Esta alianza, para remontar el riesgo inicial de lo nuevo, es común a los países que están en el rumbo de la cuarta revolución industrial.
Finalmente, la competencia y la necesidad de llegar permanentemente a nuevos mercados con nuevos productos. Mientras la ciudadanía no se rebele y los gobiernos no posean el suficiente poder para incorporar una estricta regulación, incluyendo topes a la participación en los mercados, dividiendo la propiedad de los oligopolios, y cambiando los incentivos hacia la innovación en sustitución de la colusión, difícilmente se abrirán las condiciones para avanzar hacia la participación en la industrialización inteligente.
Como concluye la Unión Europea con un análisis exhaustivo de sus tendencias: “Una agenda de economía política que se base en antiguas políticas de industrialización, no servirá para la ‘nueva industria’ europea» (Roland Berger, 2014, Op. cit., traducido del original por la autora).
*Fuente: El Mostrador
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