El enemigo interior. El terrorismo no se justifica con nada, pero se explica con todo
por Jorge Majfud (EE.UU.)
9 años atrás 6 min lectura
15/1/2015
El mayor peligro que amenaza Occidente se encuentra en Occidente mismo: bastaría con recordar que si la democracia, la lucha por las libertades individuales y por los Derechos Humanos son bien occidentales, no menos occidentales son la censura, la persecución, la tortura, los campos de concentración, la caza de brujas, la colonización por la fuerza de las armas o del capital, el racismo, etc.
Como bien enseña la historia, dos enemigos que se combaten ciega y obsesivamente uno a otro tarde o temprano terminan por parecerse. Más o menos eso fue lo que ocurrió durante la llamada Reconquista en España. Solo que por entonces la tolerancia política y religiosa era bastante más abundante en la España islámica que en la católica. La idea y la práctica de que judíos, cristianos y musulmanes pudieron vivir y trabajar juntos por mucho tiempo resultaron inaceptables para la nueva tradición que siguió a los reyes católicos. Luego de la expulsión de moros y judíos en 1492 siguieron sucesivas limpiezas étnicas, lingüísticas, religiosas e ideológicas.
Volviendo al presente vemos que una reciente encuesta muestra que el 62 por ciento de los alemanes no musulmanes considera que el Islam es incompatible con el “Mundo occidental”, lo que demuestra que la ignorancia no es incompatible con Occidente tampoco. No hace un siglo una amplia mayoría pensaba lo mismo de los judíos en Alemania y en Estados Unidos se temía por el peligro inminente de una invasión de católicos fanáticos cruzando el Atlántico hacia la tierra de la libertad. La encuesta es publicada por el Wall Street Journal bajo un titular que dice: “Alemania se replantea el lugar del Islam en su sociedad”. Titulares semejantes abundan por estos días. Es como si por la existencia del Ku Klux Klan un diario publicara en primera plana: “Estados Unidos se replantea el lugar del cristianismo en su sociedad”. Es este tipo de ignorancia que pone en verdadero riesgo a (lo mejor de) Occidente, eso mismo por lo cual ahora los líderes del mundo se rasgan las vestiduras (y aprovechan, una vez más, otra perfecta oportunidad para sacarse fotos desfilando frente a las masas): la libertad de expresión en todas sus formas y la tolerancia a la diversidad.
Si fuésemos a medir objetivamente el peligro de actos barbáricos como los recientes en París, en términos matemáticos, claramente podríamos ver que las posibilidades de cualquier ciudadano de morir en un acto semejante son infinitesimales en comparación al real peligro de que alguien nos pegue un tiro porque le gusta nuestro auto o porque no le gusta como vestimos o nos expresamos. Las masacres diarias que en países como Estados Unidos o Brasil ocurren cada día son tomadas de forma tan natural que cada mañana en los informativos siguen al pronóstico meteorológico. Así como llueve o sale el sol, cada día unos tipos le pegan unos cuantos tiros a unos cuantos otros. Pero eso no es noticia ni escandaliza a nadie. Primero porque estamos acostumbrados; segundo porque los grupos en el poder social no pueden capitalizar demasiado ese tipo de violencia. Por el contrario, es un secreto negocio.
Ahora, si alguien mata a cinco o nueve personas y lo hace envuelto en la bandera del enemigo, entonces toda una nación y toda la civilización están en peligro. Porque para el poder no hay nada mejor que sus propios enemigos.
Claro, se podría argumentar que se trata de un problema de valores. Pero también aquí hay un grosero error de juicio. La repetida idea de que el Islam promueve la violencia, por lo cual es necesario limitar, sino excluir a sus seguidores, soslaya el hecho de esa religión tiene más de mil millones de seguidores y una parte infinitesimal de ellos cometan actos barbáricos, incluidos los fanáticos del Estados Islámico. Por otra parte, leyes religiosas como la que manda ejecutar a pedradas a una mujer infiel no están en el Corán sino en la Biblia; en ciertos pasajes, la Biblia tolera y hasta recomienda la esclavitud y la sumisión y también el silencio de las mujeres. ¿Alguien acusaría al cristianismo de ser una religión racista, machista y violenta? Otra vez: no es la religión; es la cultura.
Pero la narrativa de la realidad es más poderosa que la realidad. Aquellos que identifican al Islam con la violencia no solo lo hacen por intereses tribales, por prejuicios raciales o culturales; también lo hacen porque desconocen o prefieren no recordar que las cruzadas que durante siglos arrasaron pueblos enteros en su camino de Europa a Jerusalén, es decir desde el mundo bárbaro hacia el centro civilizado de la época, no eran musulmanes sino cristianos, tan cristianos como cualquiera; que los inquisidores que torturaron y quemaron vivos a decenas de miles de personas durante siglos por el solo hecho de no observar el dogma, eran cristianos, no musulmanes; que las más recientes hordas del Ku Ku Klan son cristianos, no musulmanes; que Francisco Franco, Hitler y casi todos los sangrientos dictadores que en América Latina secuestraron, torturaron, violaron y mataron inocentes o culpables de disidencia solían concurrir a misa mientras la jerarquía eclesiástica de la época bendecía sus armas y sus acciones.
Pero seríamos intelectualmente bárbaros si basados en semejante pasado y presente terminásemos juzgado que el cristianismo es una religión violenta (así, en singular), una potencial amenaza para la civilización.
Los actuales actos de terrorismo islamista no son solo la consecuencia de un largo desarrollo histórico. Obviamente, deben ser condenados, perseguidos y sujetos de todo el peso de nuestras leyes. Pero seríamos mortalmente ingenuos si creyésemos que nuestra civilización está en peligro por ellos. Si está en peligro, es por nuestras propias deficiencias, que incluyen a los oportunistas reaccionarios que esperan las acciones del enemigo para expandir su control ideológico, político y moral sobre el resto de sus propias sociedades.
Para esa gente de nada importa que el policía asesinado por defender a Charlie Hebdo fuese un musulmán ni que también lo fuera el empleado de la tienda casher que salvó a siete judíos escondiéndolos en el refrigerador del comercio. Lo que importa es limpiar sus países de “los otros”, de los “recién llegados”, como si los países tuviesen dueños.
El terrorismo no se justifica con nada, pero se explica con todo. Mirar a la historia, a más de un siglo de intervencionismos y agresiones occidentales en Medio Oriente no es un detalle; es un deber. Por dos razones: primero porque forma parte fundamental para entender el presente; segundo porque el pasado diverso demuestra, sin duda, que la violencia no es propiedad de ninguna religión sino de determinadas culturas en determinados momentos bajo determinadas condiciones políticas y sociales.
-El autor, Jorge Majfud Albernaz (Tacuarembó, 1969), es un escritor, arquitecto y profesor uruguayo radicado en EE.UU..
*Fuente: Tlaxcala
Artículos Relacionados
Como los medios tergiversan la verdad sobre la Segunda Guerra Mundial
por Ahí les va
4 años atrás 1 min lectura
¿Por qué tienen tanto poder las nuevas iglesias evangélicas?
por Deutsche Welle
4 años atrás 1 min lectura
El «Guernica» chileno que aparece en distintos muros de Santiago
por Miguel Ángel Kastro (Chile)
4 años atrás 1 min lectura
Periodista francés: “Pinochet tenía una obsesión con los gay, Karadima era su informante”
por El Desconcierto
5 años atrás 2 min lectura
¿Una cuenta pública en Las Condes sin referirse a la probidad y a la transparencia?
por Andres Kogan Valderrama (Chile)
1 día atrás
A propósito de la última cuenta pública de la alcaldesa de Las Condes Daniela Peñaloza, llevada a cabo el pasado martes 23 de abril, tenía ciertas expectativas al respecto, luego de conocer los innumerables casos de falta a la probidad y transparencia que atraviesa su gestión. A raíz de lo anterior, pensé que se referiría esta vez al tema en alguna medida durante su discurso, como una respuesta a los y las vecinas de Las Condes.
El jázaro, no semita, Netanyahu tilda de “antisemitas” a los estudiantes antigenocidas
por Alfredo Jalife-Rahme (México)
2 días atrás
El término “semita”, inicialmente aplicado a los árabes, sin importar que fuesen judíos, cristianos o musulmanes, se utiliza ahora para designar a los judíos, sean semitas (sefarditas) o europeos (askenazíes). Subrayando ese “deslizamiento” semántico, el autor mexicano Alfredo Jalife ridiculiza la propaganda del primer ministro israelí Benyamin Netanyahu.
El Sáhara Occidental, una línea roja para la prensa en Marruecos
por Alfonso Lafarga (España)
1 día atrás
05 de mayo de 2024 Las autoridades marroquíes utilizan contra los periodistas independientes asuntos inventados, como acusaciones de violación, trata de personas, adulterio o la práctica ilegal del aborto….
El jázaro, no semita, Netanyahu tilda de “antisemitas” a los estudiantes antigenocidas
por Alfredo Jalife-Rahme (México)
2 días atrás
El término “semita”, inicialmente aplicado a los árabes, sin importar que fuesen judíos, cristianos o musulmanes, se utiliza ahora para designar a los judíos, sean semitas (sefarditas) o europeos (askenazíes). Subrayando ese “deslizamiento” semántico, el autor mexicano Alfredo Jalife ridiculiza la propaganda del primer ministro israelí Benyamin Netanyahu.