Crónicas desde Caracas: la inmortalidad del pueblo (II Parte)
por Cristian Joel Sánchez (Chile)
13 años atrás 8 min lectura
Primera Parte: Venezuela: Vete a vigilar
Segunda parte.
En el artículo anterior, impregnado de negros presagios a medida que se acercan los comicios electorales de octubre en Venezuela, tratamos al final de arreglar un poco las cábalas pesimistas diciendo que no necesariamente el enfrentamiento fratricida es el único desenlace que espera al proceso socialista que vive la nación caribeña.
Nuestro sombrío análisis tomaba como ejemplo los casos más recientes de Libia y Siria, además de la invasión a Irak, donde la agresión armada directa de EE.UU. a través de la OTAN señalaba los nuevos rumbos que adquiría el imperialismo en el mundo, aplastando los procesos populares, independiente del heroísmo con que los pueblos se resistieran. Tal fue el negro telón de fondo de la primera parte de estas crónicas desde Caracas. Sin embargo, existen algunos factores que pudieran eventualmente marcar la diferencia del caso venezolano con lo que ocurre hoy en el Medio Oriente.
De una parte está la solidaridad decidida de otras naciones del continente, algunas de las cuales viven procesos similares al de Venezuela y donde su propio futuro depende del éxito de la revolución bolivariana. Hay que recordar que una firme actitud de la mayoría de las naciones latinoamericanas, ya sea a través de la OEA y de otros organismos de mayor prestigio, sirvió para detener la agresión que el colonialismo inglés preparaba contra la embajada de Ecuador en el caso Assange.
Es una esperanza cierta, pero frente a una intervención militar directa de EE.UU. en Venezuela hay que tener suficiente claridad como para no interpretar la realidad de manera equivocada. Salvo Ecuador y Nicaragua —además, como es lógico, de Cuba— está claro que el resto son gobiernos de signo izquierdizante que no han logrado calar en la conciencia de las masas con real fuerza y decisión revolucionaria, elementos necesarios para un compromiso solidario serio y efectivo ante una intentona bélica contra el pueblo venezolano.
Por otra parte, los lazos económicos y diplomáticos que el gobierno de Chávez ha establecido con países como Rusia y China y que incluye el acercamiento militar en armas y tecnología, puede ser también un elemento importante a la hora de amarrar las manos de los agresores, siempre que el gobierno de Putin, que se ha ido menoscabando de manera galopante en los últimos tiempos, quiera reposicionar el prestigio de Rusia en el concierto mundial. El peso gravitante que, al menos en el papel, poseen ambas potencias, China y Rusia, en el Consejo de Seguridad y que hasta hoy sólo ha sido un cero a la izquierda, pudiera ser decisivo en detener los planes imperialistas respecto de Venezuela.
Agreguemos a ello un elemento nuevo, sorpresivo por sus perspectivas, y que ha irrumpido en estos días pudiendo llegar a pesar también con fuerza para detener la desfachatez intervencionista de EE.EE. Tal es la inusitada reacción antinorteamericana que el film que denigra al islamismo detonó en el Medio Oriente y Africa, protestas que amenazan con extenderse incluso a países de Europa con fuerte presencia musulmana.
Es posible que esta provocación a los pueblos árabes, realizada por un desconocido —probablemente un esbirro— haya tenido en un comienzo la intensión limitada de perjudicar a Obama a días de las elecciones, más aun si la inmediata reacción de su oponente, el republicano Romney, fue acusar al presidente de EE.UU de haber estado socavando el prestigio norteamericano en el mundo, y cuya debilidad habría posibilitado estos ataques a sus representaciones diplomáticas.
Sin embargo, si esa fue la intención, es obvio que el asunto se les fue de las manos y la quema de embajadas y el odio antinorteamericano que se ha desatado, se convirtió en un boomerang que ha venido a golpear de manera demoledora e impensada en el ya deteriorado ascendiente de EE.UU. en el planeta, sobre todo en el tercer mundo.
Ya no basta con rezar.
Hay quienes han criticado nuestro artículo anterior en cuanto a que en él se subestima la capacidad de respuesta que tiene el pueblo bolivariano ante una intentona golpista como la que se está gestando en sectores bien reconocidos de la oposición antichavista. Es cierto. No obstante, no es que se dude de un factor de tanta trascendencia que, por lo demás, la realidad mostró como un elemento decisivo en momentos cruciales de la historia de los pueblos hasta hace un par de décadas. Lo que ahí se sostenía era que el reordenamiento mundial, con un predominio sin contrapeso de Norteamérica, volvía incierta la resistencia popular ante el poderío bélico de las potencias imperialistas.
En el caso venezolano, la decisión de todo un pueblo de defender su proceso socialista, es un factor que tendrá que jugar un papel preponderante llegada la hora de los hornos, incluso si ello implica la intervención extranjera. Existe ya el antecedente del intento de derrocar por la fuerza el gobierno democrático el 11 de abril de 2002, y que fue una lección mucho mejor aprovechada por el pueblo y el gobierno venezolano que el conato golpista, transitoriamente fracasado, conocido como el “tanquetazo” ocurrido en Chile en julio de 1973.
Lo fundamental en la predisposición mostrada por el ciudadano común a defender la democracia —que pude palpar de manera directa en las calles caraqueñas— es que los elementos logísticos de defensa, es decir las armas y la organización, no existen sólo en la verborrea de dirigentes enajenados de la realidad, como ocurriera en Chile donde se pensó que al fascismo se le podía detener con consignas y discursos. El pueblo venezolano y sus dirigentes tienen claro que las balandronadas sin consistencia sólo servirían para justificar más tarde la barbarie represiva de los golpistas con la cual habitualmente se aplasta la resistencia de un pueblo desarmado.
La conexión colombiana.
Sin embargo, el peligro no se circunscribe solamente al complot interno y a una eventual agresión directa del aparato militar de EE.UU. Existe otros ingredientes de gran importancia a tener en cuenta a un plazo mayor, sobre todo si un triunfo abrumador del pueblo chavista impide a la reacción y al imperialismo jugarse la carta del golpe inmediato bajo la coartada de fraude electoral. Una de las cartas perfectamente posible a jugar por Washington es el factor colombiano.
Colombia, país colindante con la nación venezolana, ha tenido hasta ahora gobiernos títeres manejados por Norteamérica que no sólo no han dudado en transar la dignidad de una nación, sino que ha ido a contrapelo del espíritu libertario que hoy crece en un continente latinoamericano. Resulta entonces perfectamente posible que algunos de estos gobiernos pueda el día de mañana servir de punta de lanza para introducir una variante que no haga necesaria la intervención directa del Pentágono en la embestida antibolivariana.
Ya lo reconoció el gobierno saliente de Uribe: en algún momento de su mandato se sopesó la posibilidad de una agresión armada contra Venezuela y que se desechó ante la inestabilidad que representa, logísticamente hablando, la presencia del ejército de las FARC metido en la retaguardia de las fuerzas armadas colombianas. Fue el factor fundamental que detuvo la aventura bélica que contaba ya con la aprobación del Departamento de Estado.
No estamos en contra del proceso de paz que se ha comenzado en Colombia entre el gobierno y las FARC. Sin embargo, es innegable que un desarme de los insurgentes significará despejar un importante escollo a la hora de utilizar la variante colombiana en los planes imperialistas. ¿No sería dable pensar que las concesiones que súbitamente el gobierno de Juan Manuel Santos parece dispuesto a ofrecer a las FARC, con tal que abandonen las armas, no pudieran formar parte de un plan más sofisticado y de largo plazo respecto del proceso venezolano?
Quienes piensen que esto es hilar muy fino, tienen que tener en cuenta que el peso geopolítico y económico, además del peligroso ejemplo que representa la revolución socialista bolivariana, es una amenaza tanto o más significativa para EE.UU. de lo que alguna vez lo fue Cuba, país que no pudo ser aplastado por el poderío militar norteamericano debido al apoyo que en aquel tiempo brindaba la URSS a ese proceso revolucionario.
Un último elemento que conviene analizar es la sorprendente apatía que la experiencia venezolana, sin ninguna duda revolucionaria y novedosa, despierta en la solidaridad de las fuerzas progresistas de América Latina, muy por debajo del fervor popular que la revolución cubana provocó no sólo en el continente, sino en el mundo entero. ¿Será el “zeitgeist”, el espíritu del tiempo? ¿Será el signo de la corrupción ideológica y moral que corroe a los otrora izquierdistas latinoamericanos? ¿O será que el propio movimiento bolivariano no ha sabido proyectar hacia afuera los grandes avances que ha traído para su pueblo que bien pudieran ser la misma bandera de esperanza para el resto del continente?
Piénselo, amigo lector, porque de eso hablaremos en una tercera y última crónica desde Caracas.
Por ahora quedémonos con el pensamiento del gran poeta español que inició estas líneas, y confiemos en que los pueblos no mueren, incluso cuando se les asesina… o al menos cuando se les intenta asesinar.
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