Carlos Larraín e Ignacio Walker son los viudos de verano de este año. Los infieles masculinos tienen una especie de instinto suicida que los lleva, en la mayoría de los casos, a dejar huella de sus infidelidades – un pasaje, una carta, una boleta de cine, en los bolsillos del pantalón o de la chaqueta o, los más modernos, un correo electrónico, un mensaje de texto u otro producto más desarrollado de la cibernética – cualquiera que conozca un poco a las mujeres sabe muy bien que le revisarán su ropa, memorizarán sus claves y, al fin, serán descubiertos con prontitud. Sostengo la hipótesis de que estos infieles, por sentimiento de culpa, o por ser valorados por sus esposas a causa de su virilidad decreciente, hacen todo, lo posible por ser descubiertos.
Algo análogo ocurre con la pareja Larraín-Walker: pololeaban hace tiempo, pero sus esposos castigados – Coloma y Andrade – sostienen ignorar las infidelidades en que habían incurrido sus víctimas de violencia doméstica. Carlos Larraín estaba muy aburrido de los sucesivos “golpes de Estado” de los autoritarios “coroneles de la UDI y, a su vez, Ignacio Walker comenzaba a captar que su matrimonio con el Partido socialista no los llevaría a buen puerto. Al fin y al cabo, la única manera de salvar la Concertación sería la candidatura de Michelle Bachelet – de nuevo, una socialista candidata a la presidencia – y el reparto del botín del Estado para la Democracia Cristiana.
El Presidente de la República, al parecer militante del partido de Carlos Larraín, no sólo está desesperado por los sucesivos baños de impopularidad, sino que da cada día pasos más errados e ininteligibles: un día llama a todos los ex Presidentes de la Concertación, se supone, para acordar un camino de superación de la crisis de representación a través de las reformas políticas y tributarias; otro día exige a los partidos un Acuerdo amplio para reformar el sistema binominal; hoy desahucia el documento suscrito por los “infieles” Carlos e Ignacio.
Este compromiso no era nada de mediocre, pues planteaba, nada menos que tres reformas políticas radicales: el reemplazo de la monarquía presidencial por el semipresidencialismo; el sistema binominal por una proporcional; la elección de Intendentes y Cores. Además destruía el duopolio Concertación-Alianza, una colusión política tan inmoral como aquella de los polleros – a propósito, hace tiempo que no tenemos noticia de estos “pillines” -. Aun cuando ambos amantes lo nieguen, nada más práctico que este matrimonio, pues volveríamos a los tres tercios o, posiblemente, a un sistema política muy abierto y fragmentado, pero de una gran representatividad.
Respecto a las acciones de la casta política, la única actitud posible es la filosofía de la sospecha: en la historia nunca ha ocurrido que los conservadores de derecha y de izquierda sean capaces de autoreformarse para evitar la catástrofe – la sola actitud que se les reconoce es “después de mí, el diluvio”, de Louis XIV, o escribir que no ha ocurrido nada en el diario de Louis XVI, justo el día de la toma de La Bastilla. La característica de los conservadores es el más perfecto inmovilismo o el “gatopardismo”.
El escenario más posible es análogo a lo que ocurre con las parejas de infieles de verano: una vez descubierto el pastel, vuelven a sus esposas quienes les perdonan, muy amablemente, sus infidelidades. La Democracia Cristiana y Renovación Nacional volverán a ser golpeados por los socialistas y los gremialistas respectivamente, pues, como ocurre a menudo, más vale conservar el patrimonio incólume, que tener que separar bienes en una larga contienda judicial, como está ocurriendo con Miguel Piñera.
Su Excelencia ha elegido el camino de dejarse avasallar por la UDI, verdaderos “matones de barrio” y pasar por el gobierno más ineficiente de nuestra historia, una especie de Barros Luco, pero con pésimos chistes- un humorista pifiado por el público.
20/01/2012
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