Despertar del sueño de la cruel inhumanidad (2)
por Jon Sobrino (El Salvador)
14 años atrás 7 min lectura
Introducción al libro" El Principio Misericordia" 2ªParte Extraído del libro "El principio
misericordia" UCA Editores 1999
1. "Los ojos nuevos
para ver la verdad de la realidad"
Después de estas breves alusiones biográficas, quisiera hacer unas
reflexiones sobre ese cambio cuestionante y gozoso, y me voy a concentrar en lo
más importante: los nuevos ojos que
otorga el despertar del sueño de inhumanidad para ver lo fundamental.
En los últimos 17 años en el Salvador, me ha tocado ser
testigo de muchas cosas: la negrura de
la pobreza y de la injusticia, de grandes y terribles masacres, y también de la
luminosidad de la esperanza, la creatividad y la generosidad sin cuento de los
pobres. Pero lo que quiero mencionar
ahora es el descubrimiento que es anterior a todo esto: la revelación de la verdad de la realidad y,
a través de ella, de la verdad de los seres humanos y la verdad de Dios.
2.- Los ojos nuevos
para ver la verdad de la realidad
En El Salvador empezó a impactarme hondamente la frase de
Pablo en la Carta
a los Romanos: "La cólera de Dios se ha
revelado contra aquellos que aprisionan la verdad con la injusticia" (Rom 1.18). Comencé a comprender que el problema no está solo en superar la
ignorancia para llegar a la verdad, como se nos hace creer frecuentemente, sino
en algo mucho más hondo: en querer
llegar realmente a la verdad sin someterla.
Desde entonces no di por descontado que es fácil conocer la realidad, y
he agradecido que esa realidad se
muestre en su verdad.
Pues bien, lo primero que descubrimos en El Salvador, si no
reprimimos la verdad, es que este mundo es una inmensa cruz y una injusta cruz
para millones de inocentes que mueren a manos de verdugos, "pueblos enteros
crucificados" como los llamó Ignacio Ellacuría.
Y ése es el hecho mayor de nuestro mundo; lo es cuantitativamente, porque abarca dos
terceras partes de la humanidad; y los es cualitativamente, porque es lo más
cruel y clamoroso.
En lenguaje cristiano, hemos aprendido a llamar a nuestro
mundo por su nombre: pecado (realidad, por cierto, que no saben cómo manejar
muchos creyentes y no creyentes en el Primer Mundo). Y lo llamamos así porque, cristianamente,
pecado es "aquello que da muerte."
Pecado es lo que dio muerte al Hijo de Dios, y pecado es lo que sigue
dando muerte a los hijos e hijas de Dios.
Se podrá o no creer en Dios, pero de lo que no se puede dudar es que hay
pecado, porque hay muerte.
Y desde esta realidad primaria de la cruz y de la muerte
hemos aprendido a ver la verdadera realidad la masiva e inocultable pobreza,
como aquello que acerca realmente a la muerte:
la muerte lenta que generan las omnipresentes estructuras de injusticia
y la muerte rápida y violenta cuando los pobres quieren, simplemente, dejar de
serlo. En El Salvador son ya 75.000 los
muertos.
Hemos aprendido que los pobres de este mundo no interesan
prácticamente a nadie, que no interesan a los pueblos que viven en la
abundancia, y que, ciertamente no interesan a los que tienen algún tipo de
poder. Y por ello pienso que a los
pobres se les puede definir también de esta forma: pobres son los que tienen en su contra a
todos los poderes de este mundo. Tienen
en su contra, ciertamente, a las oligarquías y empresas multinacionales, a las
fuerzas armadas y prácticamente a todos los gobiernos. Pero tampoco los partidos políticos, las
universidades, e incluso las iglesias, se preocupan mucho de ellos, con las
notables excepciones de iglesias como la de Monseñor Romero o de universidades
como la de Ignacio Ellacuría. Y si los
pobres no interesan como individuos dentro de sus países, tampoco interesan
como pueblos en el concierto de las naciones.
Y así, al Primer Mundo no le interesa el Tercer Mundo, por decirlo
suavemente; y tal como lo muestra la historia, le interesa primariamente poder
depredarlo para la propia abundancia.
Existe, pues, un mundo crucificado y un mundo que es pecado;
y, sin embargo, no se le quiere reconocer ni mirarlo a la cara; ni menos aún
queremos preguntarnos que responsabilidad tenemos nosotros en que el mundo sea
sí. Ese querer ocultar la realidad del
mundo es la primera forma de oprimir la verdad con l injusticia". El mundo de la pobreza es, en efecto, el gran
desconocido. Sorprende que el Primer
mundo sepa tantas cosas y no sepa lo fundamental del mundo en que vivimos. Y enoja, además, porque no es que no existan
hoy los medios para conocer la verdad de nuestro mundo. Tenemos conocimientos para poner un hombre en
la luna o en Marte, pero no sabemos a veces ni siquiera cuántos seres humanos
viven en nuestro planeta, y mucho menos cuántos mueren anualmente por
hambre-deben ser unos 30 millones de seres humanos-qué ocurre en Guatemala o en
el Tchad, cuánta destrucción han causado las bombas descargadas sobre Irak por
las 70.000 misiones aéreas de los llamados "aliados"…
Y no sólo no sabemos, sino que no queremos saber, porque, al
menos inconscientemente, todos intuimos que ese mundo crucificado es, en muy
buena medida, producto de nuestras manos.
Y como no lo queremos mirar a la cara para no avergonzarnos, al
desconocimiento añadimos el encubrimiento, y, como ocurre siempre que hay un
escándalo, organizamos un gigantesco cover up, en comparación con el cual
palidecen los cover up de Watergate, Irangate y el actual Irakgate.
Esto es lo que significa "despertar del sueño" en el
Salvador. Va mucho más allá del
despertar dogmático y de las innumerables discusiones dentro de las iglesias y
partidos, aún de iglesias y partidos progresistas, sobre temas
secundarios. Y lo importante es recordar
que ese despertar lo posibilita y exige el mundo de los pobres y de las
víctimas. Y con ello, posibilita y exige
también la relectura de la
Escritura en sus pasajes fundamentales.
En el Salvador hemos redescubierto como mira Dios a esta
creación suya puesta en cruz. Por
decirlo en palabras antropomórficas, ciertamente, pero bien luminosas,
recordemos éstas del Génesis: "Viendo Yahvé que la maldad del hombre cundía sobre
la tierra, le pesó haber creado al hombre y se indignó en su corazón". Dicho esto mismo en palabras más
antropológicas, no sé cómo se puede ser hoy un ser humano sin haber sentido
alguna vez vergüenza de pertenecer a esta inhumana humanidad.
Y hemos descubierto también muchas otras frases de la Escritura que han vuelto
a recordar su vigor original-mucho más allá del que le otorgan los necesarios
estudios exegéticos y críticos-que "las tinieblas odian a la luz" y con mayor
realidad, que "el Maligno es a la vez asesino y mentiroso".
Este mundo de pobreza y de pueblos crucificados es lo que
nos ha permitido superar la ceguera y descubrir la mentira. Como se dice en la Escritura, en el siervo
doliente de Yahvé hay luz, y en Cristo crucificado hay sabiduría. Si miramos a esos pueblos cara a cara, mejor
dicho, si nos dejamos dar la gracia de mirarlos a la cara, comenzamos a ver la
verdad de las cosas, o ciertamente al menos un poco más de su verdad. El descubrimiento es aterrador porque de esta
forma estamos en la verdad, y porque la verdad de los pobres no es sólo sufrimiento
y muerte.
Los pobres de este mundo, en efecto, nos muestran que siguen
teniendo una esperanza, tan en proceso de desaparición en otras partes, a no
ser que se la haga degenerar en mero optimismo en el progreso o, simplemente,
en la posibilidad de una vida más allá de la muerte; lo cual, por cierto, no es
lo que dice la fe cristiana, pues lo que esta afirma es que Dios hará justicia
definitiva a las víctimas y, por extensión, a quienes se han identificado con
ellas. Esta es una esperanza activa, que
desencadena creatividad en todos los niveles de la existencia humana, ingente
generosidad, gran entrega-heroica y martirial muchas veces–, creatividad
intelectual, organizativa eclesial…
Ésa es la verdad más honda de nuestro mundo y ésa es la
totalidad de su verdad: que es un mundo
de pecado y un mundo de gracia. Ni una
ni otra cosa le interesa ver al Primer
Mundo, pero eso es lo que se ve desde los pobres y las víctimas.
– Publicado originalmente en Inglés: "Awakening from the sleep of inhumanity" en
(James M. Wall-David Heim) How My Mind Has Changed, Grand Rapids 1991, pp158-173
– Si le interesó este artículo, le recomendamos que vea la Parte 1:
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