La fábula del tiburón y las sardinas
por Juan José Arévalo (Guatemala)
14 años atrás 8 min lectura
Ver la introducción a la versión inglesa de su libro EL
TIBURON Y LAS SARDINAS. New York, Lyle Stuart, 1961, pág. 13.
La fábula del tiburón y las sardinas
El oro de California, otrora tierra mexicana, tuvo la virtud
providencial de trastornar a los Estados Unidos. Oro por toneladas en la
tierra, fiebre de oro en las almas. Rehílo de usura en las manos, que no saben
dónde posarse; temblor de ansia en los ojos, que no atinan con el preciso
horizonte y el justo rumbo. Oro, más oro, mucho oro: el mundo es el oro,
pendientes, brazaletes, sortijas, relojes, cubiertos, dentaduras de oro,
cascabeles, campanitas: el mundo es amarillo, brillante y tintinea
metálicamente. ¿Por qué las mujeres no serán también de oro? ¿Por qué no la
comida?
Pero aquella riqueza torrencial tiene dificultades: el oro
de California debe ser transportado a su destino manifiesto: Nueva York (el
cobre de Arizona también). La travesía continental es insegura, costosa,
aventurada, porque en esa ruta terrestre están los indios mexicanos y los
yanquis. Mejor sería trasladarlo por mar. Pero no hasta Magallanes. Vemos el
mapa: aquí –¿ve usted- en Centroamérica. Cuántos istmos posibles de fractura
para fabricar canales interoceánicos. Unos cuantos cálculos hechos por el
tenedor de libros, sobre el costo de los transportes en cien años ¡Qué barato
un canal y cuán seguro! El tiburón de oro miraba con ojos de glotonería las
pequeñas sardinas centroamericanas.
"ved estos grandes lagos de Nicaragua tan próximos
al pacifico que parecen separados de él por bajas
dunas. Ved este angosto istmo de Panamá, provincia
colombiana, con este río Chagres culebroso y cenagoso
Mirad aquí Tehuantepec, una garganta que espera el
Apretón de nuestras manos. Todo tan pequeño tan
Frágil, tan sardina … Y nosotros, los áureos, tan
poderosos,
Tan audaces, tan tiburones."
La idea no les pertenecía. Fue también proyecto de ingleses,
de franceses, de holandeses; lo fue de los españoles desde López de Gómara.
Unos proyectos con intenciones comerciales. Otros, por motivos románticos:
completar el conocimiento científico del mundo, llevar más allá y más pronto la
cruz de judea. "Canalizar" hacia todos los rumbos la filosofía de la
revolución francesa. Otros, los pragmáticos, hablaban de proporcionar a las
gentes mejores condiciones de vida y de solaz. Pero ahora, con este proyecto y
esta ocurrencia de los de California y de los de Arizona, es decir, de los de
Nueva York, la cosa vuelve al comercio y al negocio. El oro no casa con el
romanticismo ni con la enciclopedia ni con la Biblia. El oro es
negocio en función de mayores poderes en el mundo: el poder es poder en función
de mayores negocios en el mundo… Un círculo vicioso envuelve a estos
virtuosos del oro. Más oro quiere decir más oro ¿Oro para qué? Para lograr la
hegemonía en el mundo ¿ Y la hegemonía para qué? Para capturar cuanto oro se
tope en los caminos.
Pero volvamos a California. Aquí está el oro amasado en
montañas. Se arranca con azadón y se escarba con las uñas. ( el cobre de
Arizona también) Pero necesita transporte seguro y barato, sin indios, sin
mexicanos, sin yaquis. Allí en el mapa, se ven las Repúblicas de Centroamérica,
y un poco más abajo la bolivariana República de Nueva Granada, a la que
llamaremos Colombia. Esta tiene sobre la nariz un apéndice: Panamá . Por aquí
ha de estar el camino del oro. Pero Colombia se opone a todo lo que no sea
colombiano, y habla de soberanía. Allí también está Tehuantepec: pero México
vibra todavía de ira por las siete mil heridas del reciente atraco militar
norteamericano. Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, y quién sabe si no también
Uruguay, Argentina y Chile prorrumpirán en alboroto continental si tocamos de
nuevo a México. Comencemos mejor por Nicaragua: sardina separada de su banco
centroamericano: paraíso terrenal, con lagos de ensueño y volcanes de leyenda.
El Tiburón se despereza con torpes movimientos y bruscos
sobresaltos, mientras medita en los procedimientos: los suyos, los del tiburón.
De pronto, la memoria se ilumina y recuerda: hay con el tiburón Inglaterra, un
tratado para descuartizar a Nicaragua entre los dos y repartírsela, con Canal y
todo, y también el caballeroso compromiso de hacerlo cada uno por su cuenta. El
Tiburón trasatlántico y el Tiburón continental se temen y se respetan
Inglaterra tiene todavía muchas garras puestas en América. Su poder en los
otros continentes es el mayor poder imperial de esos días. No es como para que
el tiburón advenedizo, su retoño imperial americano, vaya ahora, tan pronto a
desplazarlo de América. Tratado Clayton-Bulwer, de 1850 (1), condena a
Nicaragua a morir descuartizada. O nos la comemos los dos o no la toca nadie
–habían dicho los tiburones protestantes con respecto de la sardina católica.
Repartirse Nicaragua , conforme a ese tratado, Habría servido, desde luego ,
para aumentar y consolidar el arraigo de Inglaterra en este hemisferio. El
tiburón Yanqui monroizado, no lo facilitaría así tan así.
Pero no hay tratado internacional que ponga frenos a los
apetitos de un tiburón. Los tiburones también tienen su moral, toda una moral.
Y el tiburón Estados Unidos halló la forma de burlar sus compromisos jurídicos
con la madre tiburona. Usando del oro de California, causa y finalidad de todas
sus ansiedades, podían hallarse los caminos extralegales para caer encima de la
sardina Nicaragua, vadeando el estorbo del tratado de 1850. Ya por aquella
época, el Departamento de Estado y los banqueros de Nueva York constituían un
único animal de dos cabezas (2). El tratado con Inglaterra lo había firmado el
departamento de estado, pero no los banqueros de Nueva York. Lo que el estado
Yanqui promete por un lado, lo burlan por otro los banqueros. Pues bien: un
banquero de Nueva York, Cornelius Vanderilt, dueño de transportes dentro de los
Estados Unidos y sobre ambos océanos, planeador (además) de canales
interoceánicos, tenía ya negocios en Nicaragua, cumpliendo encargos propios y
ajenos. Era como quien dice, una quinta columna, un anticipo, un aperitivo.
Este banquero contrató los servicios de un yanqui aventurero poco amigo de los
mexicanos, famoso en Nueva Orleans, amado por los esclavistas de los Estados
del Sur (3). William Walker, periodista, universitario y bandolero, contaba con
un equipo de mercenarios a su servicio, provistos de escopetas y puñales,
usados ya (los hombres y las armas) en acciones de suburbio y en operaciones de
guerra. Habría pretendido conquistar la Baja California.
A cambio de dólares, ellos irían a Nicaragua. Les dieron el mejor equipo y más
modernas dotaciones. Al mismo tiempo, el oro de California, capaz de todas las
transfiguraciones, transformó patriotas nicaragüenses en vende-patrias. Los
traidores nicaragüenses, convenidos con el banquero y negociante Vanderbilt y
con los Morgan y los Garrison -es decir, convenidos con la otra cara del
Departamento de Estado- llamaron a Walker y a sus mercenarios. Para el caso,
desarrollaron la ficción de que Nicaragua estaba mal gobernada, de que sólo con
auxilio yanqui y en nombre de la
Biblia podría ser liberada.
Los mercenarios de entonces se llamaban filibusteros.
Desembarcaron en las costas del pacífico el 13 de junio de 1855. Guiados por
los patriotas "liberacionistas", los filibusteros no se detuvieron
sino hasta instalar a Walker en la presidencia de Nicaragua. Una de sus
primeras medidas fue restablecer la esclavitud, para preservar la organización
social presente. Y más tarde, en Honduras, decretará que el idioma inglés sea
reconocido como lengua oficial…
Pero los aventureros no contaban con el estado de ánimo de
las restantes sardinas de Centroamérica, entonces gobernadas todavía por esa
sal de la vida que se llama la vergüenza. Los otros gobiernos istmánicos (4) se
unieron a los nicaragüenses no vencidos al oro de California, y formaron un
ejército motorizado por la ira patriótica invencible, hasta arrojar a balazos
de suelo centroamericano a los invasores y ocupantes de habla inglesa Esto
sucedía en septiembre de 1858. Los banqueros de Nueva York se tragaron la
derrota, porque el departamento, su Alter ego, no podía salir a la pelea,
inmovilizado por el tratado con la madre tiburona.
-El autor fue político
y pensador guatemalteco (1904- 1950)
NOTAS:
1.- Sobre este tema y los antecedentes históricos del
tratado Bryan-Chamorro, consúltese la obra básica de Vicente Sáenz, Rompiendo
Cadenas, primera edición, México,1933,
2.-La invasión militar de Haití por los Estados Unidos y el
establecimiento virtual de un protectorado, es el resultado de dos líneas
paralelas de su acción, una financiera y otra política, líneas que convergen y
se amalgaman en una sola política que han seguido conjuntamente los financieros
norteamericanos y el Departamento de Estado.
3.-Germán Arciniegas, en su Bibliografía del Caribe (Buenos
Aires, 1951), dedica unas páginas a este torvo personaje.
4.- De Istmanina, nombre puesto por mi para "las tierras
del istmo", América Central, que fueron y volverán a ser una sola nación.
*Fuente de "La fabula del tiburon y las sardinas": Libre Opinión
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La Fábula del Tiburón y las Sardinas refleja la cruda realidad de América Latina, ya en el libro clásico de todos los tiempos, LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA, del escritor –historiador Uruguayo Eduardo Galeano, se narra con cierta particularidad esa realidad de los pueblos conquistados, sojuzgados y sometidos al poder del Tiburón, pero hay muchos tiburones alertas y atentos a que la sardina se mantenga dormina, porque ello favorece a su sed de ambición y de reparto del mundo.
Allá a principios de los años sesenta, Don Vicente Sáenz nos daba un curso sobre las relaciones de los Estados latinoamericanos y nos recomendo que leyéramos la «Fábula del tiburón y las sardinas» del ex presidente de Guatemala Juan José Arévalo. Compré el libro y lo leí, y me pareció excelente la forma en que el autor presentaba las desiguales relaciones entre Estados Unidos y los países latinoamericanos, especialmente los centroamericanos. Al paso de los años el libro se extravió y nunca pude recuperarlo. Inclusive, estando en Guatemala le pregunté por él a un hijo del autor qye trabajaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores, pero me manifestó que el libro estaba totalmente agotado. Al parecer la Flacso lo ha reeditado, pero lo que sería muy interesante es que esta obra fundamental pudiera conseguirse en formato digital, ya que así su lectura estaría al alcance de un mayor número de lectores latinoamericanos interesados en el tema de las complejas relaciones entre el tiburón estadounidense y las repúblicas latinoamericanas, las sardinas de la fábula.