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Itzhak Perlman y su deuda con Chile

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Considerándome empedernido melómano, llegué a saltar de
contento ante el anticipado anuncio de que Itzhak  Perlman, considerado, unánimemente, como el
mayor intérprete de violín en el mundo, vendría a Chile a participar en dos
conciertos. Una anhelada visita que años atrás nunca se materializó,  pese a esfuerzos que hizo en su tiempo la
agrupación Beethoven en tal sentido. Su recargada agenda, por lo mejores
escenarios del mundo, y su alto costo, hicieron imposible así hacerlo. El hecho
que finalmente pudiéramos tenerlo en Chile, constituía para los melómanos, y
los no tantos, una oportunidad imperdible

Me imaginé de inmediato sentado entre los asistentes a  uno de sus conciertos, escuchando piezas
musicales de alta exigencia interpretativa, como lo son, sin duda, por ejemplo,
el 5ª movimiento y final  de la Partita Nª 2 de Bach,
titulada  "Ciaccona", una sublime y
electrizante pieza para violín solo, de 22 minutos de duración, en donde la
creación musical de Bach, en mi opinión, llega a su mayor altura y que hoy sólo
pueden interpretar los violinista de primera línea, como sin duda lo es (y el
mejor) Perlman.  Y también, por cierto,
el concierto para violín  en Re mayor de
Beethoven, o el concierto en Re Mayor para violín de Tchaikovsky. Y de yapa,
-en mi ingenua imaginación-,  pensaba
yo,  el concierto para violín en Mi menor
de Mendelssohn, y otras perlas por el estilo.

Sin embargo, una vez que las noticias fueron dando detalles,
empecé a darme cuenta que la cosa no iba por ahí. A decir verdad no se trataba
de conciertos en sentido estricto, sino de un "espectáculo musical" que es cosa
bien distinta. En  efecto, se iba a
representar un mosaico musical de películas famosas.

De ahí para adelante, mi inicial entusiasmo empezó a decaer
decidiendo, finalmente, dar por cerrado mis intentos de estar presente en
alguno de sus conciertos. Fundamentalmente, por estimar que, hasta donde yo
sepa, bien distinto es -en el mundo del ambiente musical clásico-, ofrecer  un concierto que ofrecer un espectáculo.

A decir verdad la música para películas es una música
"incidental", compuesta para un fin o algo específico. Desgajado de ese algo, o
de ese específico, pierde mucho de su sentido aunque resulte ser agradable para
el oído y se considere que es una música muy "bonita". A lo más puede resultar
agradable para el oído, cosa muy distinta de 
gozarla y  emocionarse hasta los
pelos como en un  concierto clásico por
excelencia. Si hasta el mismo director de la orquesta checa, que acompañó a
Perlman en sus conciertos, confesó al diario "El Mercurio", que lo que se iba a
interpretar era música "para la oreja". A confesión de parte relevo de pruebas.
No lo digo sólo yo, sino también uno que fue partícipe fundamental en la puesta
en escena de este  evento.

Así, anticipadamente, me sentí  contrariado, defraudado:  traer al mejor intérprete de violín del  mundo, para venirnos hacer escuchar música
"para la oreja", lo encontré  un
despropósito, un desatino y, peor aún, 
un vulgar desperdicio. Me imaginé a alguien invitado a una cena  en donde se ofrecen  las mejores exquisiteces  (ostras, caviar, langosta, carne de jabalí,
etc.), para terminar por pedir que le sirvan puras papas fritas.

Con todas las excusas del caso, para aquellos que se puedan
sentir ofendidos,   para mi gusto, la
música de películas las encuentro más apropiadas para ser escuchadas como  fondo de espera en un consultorio del
dentista, o música de fondo en el Mall o el Supermercado, pero no en un
concierto. A riesgo de ser tildado de purista, así y todo, para el caso, no
puedo dejar de expresar mi desagrado cuando escucho,  por ejemplo, a Plácido Domingo, cantar
rancheras y tangos, faltándole por cantar tan sólo "los pollitos dicen", si es
que no la ha cantado  alguna vez,  supuesto hecho 
que yo  desconozco. En este punto
no transo: "pasteleros a tus pasteles" o,  
"zapatero a tus zapatos". Así de simple, y punto. Es la sensación que me
produjo ver a Perlman, metido en este evento-espectáculo.

Ahora bien, entrando en materia de  los conciertos mismos, si bien no asistí a
ellos, me acomodé  frente al televisor
para verlos en vivo y en directo Nada más verlos mi frustración fue mayor aún
de lo que esperaba. Toda una lata. Una serie interminable de melodías melosas
se venían unas tras otras, y tanto fue así, 
que las cámaras de televisión no impedían dejar al descubierto la cara
aburrida y bostezos de no poco de los asistentes, incluso, con algunos de ellos
dejando el recinto antes de terminar el espectáculo.

Y no podía ser de otro modo, porque el punto negro del
espectáculo fue la orquesta filarmónica checa, que acompañó  a Perlman en sus pretendidos conciertos. Más
parecía una orquesta de fanfarria que otra cosa e, incluso, sin yo saber leer
una nota musical, ni menos haber estudiado música, mi aguzado oído -proveniente
de un cultura musical que me inculcaron mis padres desde niño-  me hicieron percatar, en ciertos pasajes,
cierta desarmonía entre voces, cuerdas y vientos, y hasta más de alguna desafinación
por ahí, que para cualquier oído no especializado no pudo pasar desapercibido.

La guinda de la torta, en mi opinión, se sucedió en el
segundo concierto. Tras una breve presencia de Perlman en el escenario,  cerró el evento la pura orquesta. Siguió la
lata y el aburrimiento. Y si consideramos los dos bis finales, fue una
repetición a pie forzado y del todo deplorable. El director de la filarmónica
checa, leyendo un texto escrito (se entiende porque no dominaba el castellano),
rubrica su alocución preguntándole a los presentes si querían seguir escuchando
más música. El público asistente, aburrido y todo, se portó como gente
educada  asintiendo con una exclamación,
para que el show continuara.

Hasta donde yo sepa, los bis de los conciertos surgen por
petición espontánea del público asistente, y no como pie forzado incentivado
desde el  escenario por uno de los
partícipes. Esto último sólo lo he visto 
en el Festival de Viña del Mar, con la diferencia que en esta ocasión,
se tuvo el tino que nadie desde el escenario incentivara el pedido de una
gaviota

Para mi gusto, los dos bis finales fueron lo peor de todo.
Dos temas de simple fanfarria que me hizo recordar  las retretas dominicales en la Plaza de Armas de Osorno
cuando yo era niño, ofrecido por la banda militar del regimiento Arauco. Para
el caso, puro ruido, pura fanfarria, 
puro espectáculo, animado en el fondo con una pantalla gigante en donde
se sucedían en imágenes secuencias de películas con la espectacularidad propia
que sólo sabe hacer el cine hollywoodense.

Por último no se vaya a creer que con esto quiero desmerecer
a Perlman desmereciendo sus cualidades interpretativas que lo hacen ser el
mejor entre los mejores. Así y todo, confieso que en un tiempo tuve una duda
cuando en una entrevista, Herbert Von Karajan, destacado director titular de la Filarmónica de Berlín,
declaró que el mejor intérprete de violín era el violinista ruso  Gidon Kremer. 
Como tengo la suerte de tener en mi inapreciable videoteca las partitas
de Bach para violín solo, interpretado por Kremer, el juicio de Karajan me
mantuvo entre las cuerdas por un buen tiempo. 
Sin embargo, esa duda prontamente la disipé,  aún y pese, a la desafortunada incursión de
Perlman en sus recientes conciertos en Chile. Por supuesto, esto no fue culpa
del virtuoso violinista, sino del formato que los organizadores eligieron para
hacer de un concierto de  música, un puro
y simple espectáculo.

Al final los  que
perdimos fuimos los empecinados melómano. Que como fervientes seguidores lo
sentimos  desaprovechado en sus
verdaderas dotes y cualidades interpretativas.

En fin, algo así como cuando en el deporte nos dimos el lujo
de desperdiciar a un Bielsa, ahora en música desperdiciamos a un Perlman. Son
cosas que sólo pasan en Chile, lo que a la postre le da razón a aquellos (entre
los que me cuento) que afirman de que Chile, pese a su crecimiento y supuesto
exitismo, no pasa de ser un país mediocre, en donde todo lo que de verdad vale
la pena,  o se pierde o se banaliza.

Hernán Montecinos <hernancho210@hotmail.com>

 

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