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El poderoso mito de la modernización

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“Hemos sostenido que la dignidad de un pueblo no se mide por el nivel de
su producto interno bruto, y que hay valores que son mucho más
importantes que el poder económico, a los cuales un pueblo que se
respete no puede renunciar. La historia ha demostrado en innumerables
ocasiones que no nos equivocamos.”


                                                                                              Salvador Allende (1971).(1) 


 
Es un hecho rara vez percibido por sus víctimas, que el proyecto
económico-social conocido como “modelo económico neoliberal”,
introducido a sangre y fuego en Chile por la Dictadura Militar, y
posteriormente continuado y perfeccionado por los gobiernos
post-dictatoriales, concertacionistas, se basa en una especie de
poderoso mito economicista, quizás tan viejo como el colonialismo,
consistente en la creencia de que los problemas de una nación
dependiente, o de la humanidad en su conjunto, se resolverían una vez
que sus economías hayan conseguido ponerse en pie de igualdad  con el
desarrollo material de las grandes naciones capitalistas de Occidente.
Que una vez creadas estas precondiciones económicas, el resto de los
problemas sociales y políticos de un país, o de la humanidad toda, se
solucionarían poco menos que automáticamente.

Como lo ha demostrado abundantemente la historia del siglo XX, tan
poderoso ha sido este mito que, incluso, consiguió penetrar al interior
mismo de la casi totalidad de los proyectos revolucionarios que se
dieron en este período, desde las grandes revoluciones rusa y china,
hasta la mayoría de los procesos de liberación nacional de los pueblos
del Tercer Mundo. Por una de esas ironías de la historia, de las que nos
habla Isaac Deutscher, en cada una de aquellas revoluciones el marxismo
vino a jugar un papel de gran importancia, pero no porque se lo
entendiera centralmente allí como una teoría de la transformación
revolucionaria de la sociedad, o como una concepción del hombre y la
sociedad  alternativas al capitalismo, sino porque  el pensamiento de
Marx vino a ser reducido, básicamente, a una teoría y a una estrategia
de la modernización económica. En otras palabras, como un modo de
acceder al desarrollo industrial y tecnológico propio de la sociedad
occidental moderna, que permitía saltarse, o acortar drásticamente, la
etapa capitalista. 

Los proyectos de industrialización acelerada, tanto de la época
stalinista en la Unión Soviética como de la maoísta en China, se
inspiraron en la misma creencia economicista, que armonizaba
perfectamente con la interpretación reductiva stalinista  de las teorías
histórica y económica de Marx, según la cual los factores materiales
eran los “en última instancia determinantes”, mientras que en los hechos
era la ideología modernizadora de la burocracias post-revolucionarias
la que dirigía y empujaba el carro de la historia.

La obsesiva dedicación de Stalin y Mao a la construcción de una moderna y
poderosa base material para sus sociedades, en la que no se escatimó el
uso de toda clase de métodos autoritarios y coercitivos, encontraron
siempre su justificación política y moral última en la sacrosanta
necesidad de ponerse a la altura del poder industrial de la sociedad
capitalista. Fue así que, tanto la Unión Soviética como la República
Popular China, consiguieron realizar, en menos de medio siglo
verdaderos”milagros”, en lo que a la producción de materias primas,
electrificación, urbanización y desarrollo industrial en general se
refiere. Pero tan altos fueron los costos humanos y políticos de
aquellos logros materiales, que a corto andar ambas revoluciones
entraron en procesos de acelerada descomposición, que terminarían, en
ambos casos, en el quiebre final de sus proyectos de modernización
“socialista”, y en el retorno a la vía directa a la modernización
capitalista.

Pero la ideología de la modernización  presenta, por así decirlo, un
carácter políticamente “transversal”, pues  ha tenido, y sigue teniendo,
también, un signo derechista, que es hoy,  en su versión neoliberal, es
el dominante. En Chile el flagelo modernizador neoliberal les fue
inoculado rápidamente a las viejas elites políticas de izquierda que
sobrevivieron a la Dictadura, especialmente a sus economistas, los que
llegaron a la conclusión de que era necesario preservar a toda costa los
logros materiales del régimen autoritario, si es que se quería hacer de
Chile una nación “moderna”. Es importante destacar aquí que este
proyecto modernizador se correspondía directamente con una visión
histórica y una óptica enteramente derechistas. Esto es, calzaba
perfectamente con un concepto de la “grandeza nacional” de carácter
chauvinista e imperial, que se ha prestado desde siempre para justificar
la guerra, el saqueo y exterminio de otros pueblos. Esto significa, por
el reverso, que a las elites políticas concertacionistas, al igual que a
la derecha (de la que cada vez se diferencia menos), no les preocupa en
absoluto que Chile llegue a ser un país donde impere la igualdad, la
justicia, la felicidad y el bienestar de las grandes mayorías, sino
solamente que se transforme en una nación poderosa, económica, política y
militarmente.      

En los hechos esta absorción concertacionista del proyecto modernizador
autoritario vino a significar que, bajo las nuevas condiciones de la
“democracia tutelada”(Felipe Portales dixit), se mantuvieran casi
intactos el modelo económico dictatorial, su constitución y su
institucionalidad; injertándoles, por cierto, algunas modificaciones
cosméticas, que aunque no afectaban su esencia excluyente lo hacían algo
más atractivo para las masas. 

La historia “económica” de la Concertación no ha sido, desde esta
perspectiva, otra cosa que la historia de la continuación y
perfeccionamiento del proyecto “modernizador” de la dictadura. De allí
la centralidad que cobrara en su momento la figura y liderazgo de
Ricardo Lagos, un abogado cuya tesis de Licenciatura denunciaba la
concentración del poder económico en el Chile de los años 60, la que,
significativamente, bajo su gobierno llegó a alcanzar los más altos
niveles de su historia (2); y quien prometiera, en su discurso
presidencial del 21 de mayo del 2000, que para el 2010 Chile se habría
convertido en un país desarrollado. Promesa que hoy, en el año del
bicentenario, luego del fuerte impacto del reciente terremoto-tsunami y
de su efecto revelador de la verdadera realidad económica del país, se
percibe hoy como más utópica e inalcanzable que la  creencia milenarista
en una segunda venida de Cristo a  la Tierra.

Pero como ocurriera con otras viejas modernizaciones, la actual
modernización neoliberal, en su forma post-dictatorial chilensis, se
materializó y sigue funcionando hoy a  costa de enormes sacrificios
humanos, sociales y ambientales que, por cierto, nunca se mencionan
cuando se hace el balance de sus éxitos. Entre otros: el estancamiento
crónico del nivel de los salarios de los trabajadores y la subsecuente
distribución regresiva de los ingresos y la fuerte concentración de la
riqueza ; los altísimos precios de los artículos alimenticios y los
bienes de consumo durable; el aumento sin precedentes de las horas de
trabajo (es decir, el incremento de la explotación del trabajo
asalariado); la inseguridad  y precarización de los empleos; el
empobrecimiento de la calidad de vida de las grandes mayorías, el
aumento explosivo de la criminalidad, el deterioro y encarecimiento de
los servicios públicos, del sistema de salud, de las pensiones, de la
educación pública y del transporte público; la desnacionalización de la
economía, la contaminación y destrucción del medio ambiente, etc., etc.
He aquí el lado oscuro del proyecto modernizador neoliberal, el precio
colectivo que los trabajadores chilenos siguen pagando para hacerlo
realidad, y bajo cuyo signo se cumplen en estos momentos los 200 años de
existencia de nuestro país como una entidad nacional separada, pero no
como un país independiente de las poderosas fuerzas económicas y
políticas de los Imperios de ayer y de hoy.                            
 
Notas:

(1). Traducción nuestra de una frase del  Postfacio escrito por el
Presidente para las ediciones italiana e inglesa de las CONVERSACIONES
CON ALLENDE, de Régis Debray. (THE CHILEAN REVOLUTION. Conversations
with Allende, New York, Pantheon Books, 1971, pág. 166). 

2. La tesis de Licenciatura en Ciencias Jurídicas y Sociales de Ricardo
Lagos se titulaba “LA  CONCENTRACION  DEL PODER ECONOMICO. Su teoría,
realidad Chilena”, y fue publicada en el año 1962 por la Editorial del
Pacífico.

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