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El encanto que se llevó el mar: Constitución

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Siento que me duele el alma.  Mi querido país ha sido atacado de nuevo por la naturaleza en forma inmisericorde.  De nuevo Plutón que habita el inframundo se ha manifestado como acostumbra, sin anunciarse y con dolor.  Ha remecido la tierra sin piedad en su afán de mostrar cuan débiles somos frente al devenir de la naturaleza  y Neptuno ha completado  sigilosamente su labor lamiendo la tierra destruida, las personas y las casas llevándoselas hacia el fondo de los océanos, aprovechando la oscuridad de la noche.

De nuevo nuestro sufrido pueblo pierde todo lo que tiene, y eleva sus ojos al cielo pidiendo una explicación. Pero las fuerzas de la naturaleza no dan explicaciones, ellas actúan siguiendo el devenir natural de la materia.  Las personas somos las que tenemos que dar explicaciones de nuestro actuar, no la Madre Tierra.

Este no es un momento, a mi parecer, de echarle la culpa a nadie.  Es una situación dónde todos deberíamos actuar juntos, dónde solamente sintamos compasión por nuestros compatriotas afectados y nuestra solidaridad se manifieste en acciones de compartir, en acciones de respetar y acoger.  No es el momento de vivezas ni oportunismos, de egolatría ni de egoísmo, sino de generosidad y misericordia. No es momento de saqueos, sino de respeto al dolor de todos.

Estoy llorando por todo lo que he visto, y mi corazón sufre por la destrucción de lugares tan entrañables para mí como Talca y Constitución.

Una vez en una poesía dije que el día que yo muera hubiera querido que esparzan mis cenizas “del Río Maule hasta Chanco”, y lo dije porque amo esta pequeña patria de mi infancia, el mar bravo de Constitución, el Río Maule que habita en mis sueños.

Una amiguita muy joven y bella, se fue a vivir el año pasado a Constitución al lado del Río Maule con su abuela.  Y fue literalmente al lado del río, ya que los abuelos de mi amiguita fueron grandes constructores de lanchones maulinos, esas naves a vela que llevaban el trigo de Chile  al Perú e incluso a California. Antes de irse, me regaló una colección de fotografías de Constitución de la primera mitad del siglo 20. Piedras inmensas, la placidez del río, la Plaza de Armas, las fiestas con botes en el río, es decir el alma del lugar.  Allí, en un cementerio al lado del río están enterradas mis pequeñas hermanas que nacieron un verano, allí fueron enterradas, en Nueva Bilbao, como llamaba mi padre a este pueblo por el nombre con el cual fue fundado y que le recordaba su tierra lejana.

De mi amiga no se nada, si está viva o no y lloro por eso, y estoy sustada.  Lo único que sé es que me dejó un legado fotográfico que deseo publicar [piensaChile publicará en los próximos días uan selección de estas fotos].  No son fotos de estudio, son fotos rústicas que evocan un Chile provinciano, el que conocí en mi infancia y está siempre en mis recuerdos y en el de muchas otras personas.

Adjunto estas fotos para el que quiera conocer este pueblo cuando era bello y vital, porque no deseo que su recuerdo se diluya en la arena negra que lo está cubriendo.
Febrero 28, 2010

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