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¿Candidatos?… ¡yo votaré por Jorge Lavandero!

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Después de leer el excelente reportaje que acertadamente reprodujo Tiro al Blanco realizado por Radio Universidad de Chile; de haberlo conocido personalmente hace ya largo tiempo y de indagar mucho en todo lo que se ha escrito respecto del ex Senador de la República, ya no me quedan dudas. Mi candidato es Jorge Lavandero. Será un voto moral por quien, comenzando por su fortuna, entregó todo por su región y por su país, recibiendo por pago a su coherencia únicamente la calumnia y el oprobio.

Recuerdo bien ese 11 de septiembre de 1986 en Buenos Aires. Todos los chilenos que participábamos de la bullente actividad política que por entonces se desarrollaba en la Argentina para a contribuir al retorno a la democracia en Chile, estábamos completamente golpeados y anonadados por el criminal asesinato a manos de la CNI del entonces Editor Internacional de la Revista Análisis, José Carrasco Tapia el lunes 8 de septiembre, en medio de la brutal represalia desatada por la dictadura, como consecuencia del frustrado atentado en contra del dictador, Augusto Pinochet, el día 6 de ese mes y que también costara la vida de 5 de sus custodios. 

En medio de todas esas sensaciones, el jueves 11 se hizo el multitudinario acto en Buenos Aires. El Luna Park fue un ámbito insuficiente para contener a las 15 mil personas que llegamos ese día. Más de 4 mil quedaron fuera del recinto, por lo que hubo que sacar parlantes y sonido a la calle, para que quienes no pudieron tener su lugar adentro, pudieran al menos oír la música y los discursos desde las veredas, en los alrededores del mítico polideportivo porteño.

Recuerdo que en ese tiempo yo era “artista”. Componía mis canciones y cantaba con mis músicos. Y esa tarde me correspondió abrir el grandioso acto. Siendo el primero en saltar a “los leones”. Pero minutos antes allí, entre bambalinas, nos saludamos con Jorge como dos coterráneos que se encontraban después de mucho tiempo. Obviamente yo sabía perfectamente quién era él, al revés de lo que le pasaba a Lavandero. El hacia ya mucho que era un personaje público Lo había conocido hacía muchos años atrás en casa de Haydeé López Cassou, cuando él era un joven diputado y ella la directora del Hospital Regional de Temuco, simpatizante de la entonces joven Democracia Cristiana. Por supuesto Jorge me miró con esa cara característica de “sé que te conozco pero no recuerdo de dónde”, pero el afecto que él transmitía todo lo traspasaba. Él era una personalidad. Yo, un chileno residente más en esta enorme ciudad, intentando hacer mi aporte.

Eran tiempos en que Jorge tenía el Fortín Mapocho, una voz potente de resistencia en medio de la noche. La misma voz que le costara un cuasi asesinato allá por el 84, hecho que el entonces Director de la CNI, el General Gordon trató de desvirtuar, catalogando el hecho como un “asunto entre particulares” metiendo en el medio la intriga y la duda sobre algo que a todas luces era un hecho destinado a sacarse de en medio a un personaje molesto a los ojos de la dictadura militar. Era el estilo de la época, el crimen y la intimidación en sus expresiones más extremas.

Y entonces, él hizo el primer discurso, justo después que yo salí del escenario en ese ámbito repleto de banderas chilenas, de carteles, de letreros alusivos al aniversario del golpe de estado. Se refirió al crimen de José Carrasco Tapia con absoluto sentimiento, habló de la falta de libertades, de la represión e hizo un extraordinario dibujo de lo que la dictadura era en ese momento en Chile. Y tuvo su atronador recibimiento, él encarnaba uno de los íconos de la resistencia abierta y desembozada. Allá abajo, lo aplaudían la señora Hortensia Bussi de Allende, nuestra querida Tencha. Su hija Isabel. Allí estaban Jaime Gazmuri y Oscar Garretón, Rolando Calderón, Claudio Huepe, Lucho Guastavino, tantos compañeros. De todas partes habían viajado a Buenos Aires para estar presentes. Jorge lavandero representaba entonces un hito en la lucha contra el dictador. Ese tiempo había tomado la forma del Fortín Mapocho, que se irguió como una bandera irreductible para entregar su información veraz, aquella que la dictadura cercenaba, censuraba e intentaba impedir por todos los medios, asesinato incluido.

Varios años más tarde, en el 94 en Temuco y siendo yo el jefe de campaña de Rodrigo González como candidato a diputado por el PS, nos tocó compartir muy de cerca con Jorge Lavandero, a esa fecha candidato a senador imbatible en la Novena. Recibimos de él no sólo su apoyo financiero y en materiales, sino su cercanía y la constatación en terreno del enorme afecto y compromiso que despertaba en los más débiles socialmente. Ahí radicaba su fuerza, hacia ellos iba dirigido el mejor de sus esfuerzos. Vaya si despertaba entusiasmo su presencia. 

Mucho se ha escrito hasta el día de hoy sobre aquellos hechos en los que implicaron judicialmente a Jorge Lavandero, acusándolo de iniquidades y condenándolo de una forma que nada tiene que ver con la justicia. No puedo yo aportar demasiado más a algo sobre lo que tan bien se han expresado personas como Ozren Agnic Krstulovic (ex secretario de Salvador Allende) o el jurista José M. Galiano. Sólo resaltar que todo fue consumado con “arreglines” entre gallos y medianoche, todas componendas realizadas a sus espaldas, de tal modo de impedirle un juicio justo. Un fiscal “diligente” por allá, una jueza interesada por acá, una mezcla perfecta para establecer una colusión para un resultado ya decidido de antemano. Porque claro, Lavandero estaba denunciando el monstruoso negocio de las empresas mineras en Chile, los contratos supermillonarios hechos a espaldas del país con poderosas transnacionales. Lavandero promovía desde el Senado una nueva ley sobre los royalties mineros, a fin de que una buena parte de la riqueza generada por Barrick Gold  -entre otras- quedara en nuestro país como parte de los derechos nacionales de imponer impuestos a las empresas extranjeras que depredan sin freno nuestro suelo y nuestros recursos naturales sin que, hasta hoy, se les haya colocado un coto. Era la vergüenza lo que estaba denunciando el sureño senador. Era impulsar actos de soberanía sobre lo que es nuestro, de todos los chilenos.

Era también la posibilidad de erigirse en un potente candidato transversal a la presidencia que abarcaría a la mayor parte de los sectores excluidos del perverso e irrepresentativo sistema binominal  del que –convengamos- también la Concertación ha hecho buen uso. Jorge Lavandero entonces, en ese contexto, se transformaba en una verdadera piedra en el zapato que andaba por ahí pateando tableros armados a medida y cocinados para enriquecer aún más a las transnacionales y al variopinto arcoiris de cómplices internos. Es decir, denunciaba y ponía en evidencia una “teta” de la que mamaban y mamarían los antiguos, nuevos y “renovados” ricos de nuestro país, en desmedro –lógicamente- de todo un pueblo que la mayor parte de las veces sólo está para agitar pañuelos de despedida cuando las riquezas y los dólares se van desde Chile hacia las metrópolis.

Por todo esto, Jorge Lavandero es mi candidato in pectore, aquel que se elige desde la conciencia más profunda, allí donde las verdades afloran sin engaños, sin mediatizaciones ni  cámaras o micrófonos cercanos. Donde la realidad no necesita ser maquillada para que llegue desprovista de manipulaciones al corazón y a la conciencia de cada cual. Porque el tiempo, además, le está dando la razon a un hombre de bien que fue injustamente condenado, privado de su derecho inalienable a un juicio justo.

Creo, finalmente y sin temor a equivocarme, que Jorge Lavandero está regresando al lugar desde donde sus enemigos políticos y antichilenos lo echaron de la forma más ruin. Jorge está volviendo a ocupar el lugar del que nunca debió haber salido. Y la justicia finalmente, tendrá que reconocer la oscuridad en que se sumió para confabularse. Para devolver el honor cívico a un hombre que, a pesar de haber sido pisoteado injusta e implacablemente por los poderes fácticos de Chile, jamás perdió el afecto, la confianza y la credibilidad de su pueblo, aquel por el cual él sacrificó todo.  

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